martes, 12 de abril de 2016

No es país para forasteros

Daniela es italiana, de Treviso. Ha venido a Sevilla para conocer la Feria. Lleva tiempo aprendiendo  flamenco y sevillanas en su ciudad y tiene muchas ganas de bailar en lo que para ella es la capital mundial de este arte. Y como tiene un amigo en Sevilla, no podía dejar pasar esta ocasión.

Llega el día señalado, y Daniela va con su amigo a la Feria. Han quedado, cómo no, en la Portada, para ver el alumbrado. Se ha puesto su traje de flamenca en el hotel, con todos los complementos. Está nerviosa. ¿Daré la talla? ¿Se notará mucho que soy guiri? Guiri, esa palabra con la que los sevillanos se refieren a los extranjeros le hace mucha gracia y la usa siempre que puede.

Llega al lugar de la cita y, milagrosamente, ve a su amigo entre la marabunta de gente que hay en la Portada. En unos minutos tendrá lugar el magno acontecimiento. Tiene mucha curiosidad. A las doce cero cero se encienden todas las bombillas de la Feria. Ea, listo. ¿Y esto era lo del alumbrao?, piensa. Pues tampoco era para tanto.

Foto: Pepo Herrera
Entre cientos, miles de personas, mirando sus móviles, bailando en medio de la calle, bebiendo, se encaminan a la caseta en que han quedado. Su amigo le explica que, como él no es realmente de Sevilla, no tiene muchas opciones, no conoce a mucha gente feriante, así que van a intentar engancharse con los amigos de su mujer. En la Feria, si eres de fuera y no conoces a nadie, no puedes entrar en casi ninguna caseta. Algo es algo. Daniela empieza a sospechar que la Feria que tanto se anuncia a bombo y platillo en la tele invitando a visitarla no es tan abierta y acogedora como ella creía.

Por fin llegan a la caseta. Los tacones la están matando. A su amigo, que va vestido con vaqueros y  una camisa que lleva por fuera de los pantalones, lo mira el guarda de seguridad de arriba a abajo. Ella piensa que está bien vestido, así que no entiende que lo miren como si fuera un pordiosero. Las mujeres están guapísimas en sus trajes de gitana, y no de faralaes, como le había dicho a ella su profesora de flamenco, que es de Madrid. Los hombres van raros, casi todos de chaqueta y corbata. No le pega nada la chaqueta y la corbata con el traje de flamenca, pero ya le habían avisado. Le encanta como bailan. Mujeres, hombres, niñas y niños, gente de todas las edades. Es una fiesta para todos. La gente bebe, come, charla animadamente. Mientras su amigo intenta pedir en la barra, ella va al servicio. Una limpiadora acepta la voluntad a cambio de limpiar el baño. Me habían dicho que aquí se generaba mucho empleo, pero no pensaba que de este tipo, piensa Daniela.

Foto: Visitasevilla.es
Cuando vuelve, el amigo tiene listo un vaso con rebujito, esa bebida de la que tanto le han hablado. Lo prueba. Está rico, pero le parece que lleva hielo, más que nada. También hay tortilla de patatas, jamón, queso... La tortilla parece que la hicieron hace tres días, y está un poco escuálida. El jamón, está bueno, pero alucina cuando se da cuenta de que debajo de la primera capa de lo que ella creía que era una montaña de delicia de ibérico, lo único que hay son picos, esas barritas de pan duro que tanto le gustan. Cuando pregunta lo que ha costado todo, piensa en salir corriendo de la caseta. ¿Aceptarán tarjeta?

Pasan las horas. Unos amigos llegan. Otros se van. Los móviles no paran de sonar. Se atreve a bailar, aunque le da vergüenza. Conforme se van regando el gaznate, el número de valientes que la sacan a bailar va aumentando. Es divertido, un baile folclórico pero que sigue vivo, piensa. El amigo charla con unos que empiezan a mirar el reloj y le dicen algo. Ellos van vestidos con chaqueta y corbata y le señalan su ropa, poniéndole mala cara. De repente, el amigo viene hacia ella y le dice que son las nueve y que se tienen que ir. Salen precipitadamente de la caseta, los dos solos. En la calle, de tierra, huele a mierda de caballo y a algodón de azúcar, una mezcla que, junto con los rebujitos que lleva encima, le provocan ganas de vomitar. Ya en el exterior, mientras mira de reojo a un gitano que vende tabaco a precios sospechosamente bajos, el amigo le explica que a partir de las nueve de la noche hay que ir de chaqueta y corbata en la caseta. Por eso se han tenido que ir.

Como el amigo no tiene más recursos caseteros, deciden comerse unos churros con chocolate antes de emprender el camino de vuelta a casa. Y Daniela, que ha estado en otras fiestas multitudinarias de España, los Sanfermines, las Fallas, las Fiestas de Menorca, en las que se lo ha pasado pipa, sin problemas de casetas ni etiquetas, piensa: No. La Feria no es país para forasteros.

3 comentarios:

  1. Mi primer año de feria vine con unos amigos de Oviedo. No teníamos caseta privada y en el hotel que nos hospedabamos la cadena tenía caseta.

    No sabía bailar sevillanas, no llevaba traje de flamenca. Pero iba de punta en blanco. Y llovía.

    Lo pasamos de lujo, no esperaba ir a la feria. Vinimos a ver un partido de fútbol de mi oviedín del alma.

    No sé a veces cuando deseas las cosas tanto te llevas decepciones. Cuando sólo suceden lo pasas de maravilla.

    Gracias por compartir esta historia,
    me gusta conocer distintos puntos de vista.

    Saludos.

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  2. Mi primer año de feria vine con unos amigos de Oviedo. No teníamos caseta privada y en el hotel que nos hospedabamos la cadena tenía caseta.

    No sabía bailar sevillanas, no llevaba traje de flamenca. Pero iba de punta en blanco. Y llovía.

    Lo pasamos de lujo, no esperaba ir a la feria. Vinimos a ver un partido de fútbol de mi oviedín del alma.

    No sé a veces cuando deseas las cosas tanto te llevas decepciones. Cuando sólo suceden lo pasas de maravilla.

    Gracias por compartir esta historia,
    me gusta conocer distintos puntos de vista.

    Saludos.

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  3. Hola, Tania. Yo también me lo he pasado muy bien en la Feria. Este año, sin ir más lejos. Pero la Feria es lo que es, una fiesta creada para los señoritos, que sigue con un ambiente clasista y poco acogedor, y en la que mucha gente intenta imitarlos. Otra cosa es que, olvidándote de todo esto, te tomes tus rebujitos y bailes tus sevillanas y te lo pases estupendamente. Pero a mí no me han dejado entrar por no ir de traje y, después de 38 de mis 40 años en Sevilla, veo como casi nadie me invita a su caseta, siempre voy de enganchado. Y esto también es real.

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