Como todos los días, suena la radio en el despertador a las 7:15 de la
mañana. En el despertador de su novia. Él ya ni se acuerda de la última
vez que conectó el suyo. Cuando se fue al paro, hace ya más de un año,
estuvo algunas semanas, por inercia, con la alarma activada, pero cuando
vió que la situación se prolongaba, optó por dejarlo apagado. ¿Para
qué?, se dijo.
Como todos los días, una vez que deja su libro, enciende el ordenador y, mientras arranca, pone una lavadora o un lavavajillas: ya que es un mantenido, por lo menos que se vea que colabora con la casa. Entonces llega el momento más importante del día. Se sienta en el ordenador, frente a la pantalla que le conecta con el mundo exterior. ¿Y ahora qué coño hago?, se pregunta. Lleva meses enviando currículums, portfolios, cartas de presentación. A Alemania, Gran Bretaña, Francia, Australia, incluso a la isla de Mauricio. Y, por supuesto, a España. Sin éxito. Se ha dado de alta en mil sitios, ha rellenado centenares de formularios, tiene decenas de enlaces en los marcadores de su navegador. Y todo para nada. Ni carrera, ni máster, ni idiomas. Nada parece que le sirva para encontrar un trabajo. Por lo menos en su campo. Y es que le cuesta aceptar que tantos años de estudio y de trabajo no le sirvan para ganarse la vida. Tantos años adquiriendo conocimientos, experiencias y habilidades para nada. Quizás esté empezando a ser demasiado viejo, a sus treinta y tantos. Sabe que hay que reciclarse, pero ¿en qué? Ni que fuera una botellín de cerveza o un tarro de mermelada. Sabe que a lo mejor tiene que emigrar, pero maldita la gana que tiene. Esta no era la película para la que había comprado la entrada. Se siente estafado.
Como todos los días, va a correr a una hora rara, de amas de casa y jubilados, antes de comer, solo, siempre a la misma hora. Luego vuelve al ordenador, ya sin muchas ganas, haciendo tiempo hasta que llega ella, harta de su jefe, harta de algún compañero, cansada de la mala leche que hay por todas partes. Él intenta empatizar, comprenderla, consolarla, pero lleva tanto tiempo fuera del mundo laboral, que le cuesta meterse otra vez en él. Mañana es viernes, bien, dice ella. Él ni se había dado cuenta. Todos los días le parecen iguales.
Como todos los días, cenan juntos mientras ven alguna serie con los capítulos cambiados, de temporadas pasadas. Él comenta alguna cosa que ha visto en internet. Algún correo de rechazo que ha recibido. Alguna puerta que cree que se podría abrir. A veces se hace ilusiones, otras simplemente calla, cansado de que las puertas se cierren. Ella se duerme, cansada y agobiada por la tensión en el trabajo. No le ha contado nada, porque sabe que él ya tiene bastante con su situación.
Como todos los días, se van a dormir a una hora más o menos decente, cansados y un poco aburridos de otro día anodino, sin novedad, gris. Él se acuesta primero, no tiene ninguna rutina particular, simplemente se acuesta. Ella tarda algo más. Apaga la luz y da las buenas noches. Él se queda mirando la luz que entra por las rendijas de la persiana. O mirando la hora que proyecta el reloj en el techo. Sumido en sus cavilaciones. Y piensa en que mañana sí, mañana le llegará la oportunidad, se abrirá la puerta que lleva tanto tiempo esperando. Como todos los días.