jueves, 26 de enero de 2012

Como todos los días

Como todos los días, suena la radio en el despertador a las 7:15 de la mañana. En el despertador de su novia. Él ya ni se acuerda de la última vez que conectó el suyo. Cuando se fue al paro, hace ya más de un año, estuvo algunas semanas, por inercia, con la alarma activada, pero cuando vió que la situación se prolongaba, optó por dejarlo apagado. ¿Para qué?, se dijo.
 
Como todos los días, se levanta antes que ella, que se queda remoloneando bajo el edredón. Se lava la cara con el agua fría, se viste y va a la cocina para preparar el desayuno. Un buen zumo de naranja y un buen café con leche, para que ella se vaya con las pilas mínimamente cargadas a ese trabajo que no le gusta, pero que les mantiene, mal que bien, todavía a flote. Cuando ella llega a la cocina, tarde, como siempre, él ya se ha terminado el café y hace como que está ocupado, con esto y con aquello, esperando a que ella se vaya, para no parecer un zombi. Le gusta darle un beso de despedida. Cuando oye el golpe seco de la puerta, coge su libro y se tumba en el sofá, a leer un poco. Aunque realmente no tiene obligación de hacer nada, esta rutina le ayuda a sentirse alguien, a no desvincularse de la sociedad trabajadora.

Como todos los días, una vez que deja su libro, enciende el ordenador y, mientras arranca, pone una lavadora o un lavavajillas: ya que es un mantenido, por lo menos que se vea que colabora con la casa. Entonces llega el momento más importante del día. Se sienta en el ordenador, frente a la pantalla que le conecta con el mundo exterior. ¿Y ahora qué coño hago?,  se pregunta. Lleva meses enviando currículums, portfolios, cartas de presentación. A Alemania, Gran Bretaña, Francia, Australia, incluso a la isla de Mauricio. Y, por supuesto, a España. Sin éxito. Se ha dado de alta en mil sitios, ha rellenado centenares de formularios, tiene decenas de enlaces en los marcadores de su navegador. Y todo para nada. Ni carrera, ni máster, ni idiomas. Nada parece que le sirva para encontrar un trabajo. Por lo menos en su campo. Y es que le cuesta aceptar que tantos años de estudio y de trabajo no le sirvan para ganarse la vida. Tantos años adquiriendo conocimientos, experiencias y habilidades para nada. Quizás esté empezando a ser demasiado viejo, a sus treinta y tantos. Sabe que hay que reciclarse, pero ¿en qué? Ni que fuera una botellín de cerveza o un tarro de mermelada. Sabe que a lo mejor tiene que emigrar, pero maldita la gana que tiene. Esta no era la película para la que había comprado la entrada. Se siente estafado.

Como todos los días, va a correr a una hora rara, de amas de casa y jubilados, antes de comer, solo, siempre a la misma hora. Luego vuelve al ordenador, ya sin muchas ganas, haciendo tiempo hasta que llega ella, harta de su jefe, harta de algún compañero, cansada de la mala leche que hay por todas partes. Él intenta empatizar, comprenderla, consolarla, pero lleva tanto tiempo fuera del mundo laboral, que le cuesta meterse otra vez en él. Mañana es viernes, bien, dice ella. Él ni se había dado cuenta. Todos los días le parecen iguales.

Como todos los días, cenan juntos mientras ven alguna serie con los capítulos cambiados, de temporadas pasadas. Él comenta alguna cosa que ha visto en internet. Algún correo de rechazo que ha recibido. Alguna puerta que cree que se podría abrir. A veces se hace ilusiones, otras simplemente calla, cansado de que las puertas se cierren. Ella se duerme, cansada y agobiada por la tensión en el trabajo. No le ha contado nada, porque sabe que él ya tiene bastante con su situación.

Como todos los días, se van a dormir a una hora más o menos decente, cansados y un poco aburridos de otro día anodino, sin novedad, gris. Él se acuesta primero, no tiene ninguna rutina particular, simplemente se acuesta. Ella tarda algo más. Apaga la luz y da las buenas noches. Él se queda mirando la luz que entra por las rendijas de la persiana. O mirando la hora que proyecta el reloj en el techo. Sumido en sus cavilaciones. Y piensa en que mañana sí, mañana le llegará la oportunidad, se abrirá la puerta que lleva tanto tiempo esperando. Como todos los días.

martes, 17 de enero de 2012

La culpa es de la lluvia

La culpa es de la lluvia. Bueno, más bien de la falta de ella. Esto es, más o menos, lo que dijo la excelentísima alcaldesa de Madrid, señora Botella de Aznar, aquél que reivindicaba su derecho a la barra libre automovilística, cuando le preguntaron el otro día por la alta contaminación del aire de Madrid en el comienzo de este recién estrenado 2012.  Según Ecologistas en Acción, el pasado 11 de enero se superaron los límites legales de dióxido de nitrógeno para todo 2012 (ver artículo en 20 minutos) en la capital de España. Según  la señora Botella, la culpa es de la falta de lluvia. No de los coches. Ni de los autobuses. Ni de los taxis. De la lluvia.

No sé si la señora Botella le da mucho a la ídem: la pobre lluvia hace lo que puede y ejerce su limpiadora labor cuando puede o le dejan. Lo que sí sé es que practica un deporte muy arraigado en nuestro país: el culpabilismo. En la piel de toro somos muy dados a buscar culpables y chivos expiatorios para justificar todo tipo de actuaciones o sucesos de dudosa moralidad. Y siempre se buscan enfrente, nunca en el bando propio. ¿Que Valencia está al borde de la quiebra después de 16 años de gobierno del PP? La culpa es de Zapatero, por no haber puesto límite al déficit. ¿Que Cataluña tiene uno de los mayores déficits de las comunidades autónomas? La culpa es de España, por incumplir el Estatut. ¿Que los bancos están arruinados por los impagos en las hipotecas y los créditos a las promotoras? La culpa es de los ambiciosos y despiadados ciudadanos que compraron viviendas que estaban por encima de sus posibilidades.

En el pueblo donde vivo, Mairena del Aljarafe, en el área metropolitana de Sevilla, ha aparecido hace poco un cartel enorme en el que se culpa a la Junta de Andalucía del retraso en unas obras que llevan meses paradas. El Ayuntamiento está gobernado por el PP. La Junta, ya sabemos por quién. Curiosamente, el gobierno anterior, del PSOE, no tuvo mayores problemas con el retraso. Éste de ahora, sí. Me gustaría saber qué haría el mismo Ayuntamiento en el caso de que el eterno candidato Arenas ganara las elecciones en marzo. Bueno, en realidad lo sé perfectamente. Le echaría la culpa a la lluvia.


Un país en el que se practica con tanta asiduidad el deporte del culpabilismo es un país en decadencia, de moral laxa, en el que sólo se buscan los culpables en el bando contrario, mientras que en el propio, sólo existen elogios, o silencio, cuando el asunto es tan evidente que no es posible taparlo con acusaciones a los de enfrente. A mí, lo que me gustaría realmente es que se dejara de buscar culpables y pasáramos a lo importante, que es encontrar a los responsables. Al culpable se le perdonan sus pecados. El responsable debe pagar por los delitos cometidos. 


A la señora Botella, le pediría que cree una comisión de investigación de esas que les gustan tanto a los políticos para que dilucide quién es el responsable de la emisión de gases contaminantes a la atmósfera de Madrid, porque sospecho de unas máquinas de cuatro ruedas que sueltan humos de olor pestilente por unos tubitos que tienen en los bajos de su parte trasera. Aunque, vistas las investigaciones patrocinadas por el partido de la señora Botella de Aznar, a lo mejor nos sorprendemos y de la investigación resulta que la culpa es de la lluvia. O del chachachá. A saber.

viernes, 13 de enero de 2012

Yo, mí, me, conmigo

En las últimas semanas se ha hablado mucho en los medios de desinformación sobre la decisión de la UE de no prorrogar el acuerdo pesquero con Marruecos que permitía a 101 barcos españoles faenar en sus aguas. El acuerdo era el siguiente: la vieja Europa paga 36,1 millones de euros al año a Marruecos para que 119 barcos (101 de ellos españoles) que no pueden pescar en aguas españolas porque las han esquilmado con unas prácticas insostenibles, puedan faenar en aguas del Sáhara Occidental, territorio no autónomo pendiente de descolonización, con el permiso del país que lo ocupa desde hace más de 30 años (con el permiso de occidente) y sin que los saharauís vean un euro o puedan opinar sobre el asunto.

A mí, que nunca dejo de maquinar, esto me ha dado una idea que quiero proponer a nuestros gobernantes, aprovechando el griterío y la indignación que ha provocado el asunto en el colectivo afectado, los pescadores de Barbate, principalmente, y nuestros amados gobernantes, autonómicos y superiores. Dado que a los arquitectos también se nos ha acabado en la piel de toro el recurso que nos daba de comer, la construcción, ¿por qué no pagar a Marruecos un dinerito al año para que los arquitectos españoles podamos ejercer allí, donde tienen ahora gran riqueza en dicho recurso? Podríamos así, seguir con la gran tarea aquí interrumpida por la crisis, a saber, el alicatado con edificios más o menos anodinos de cualquier metro cuadrado, costero o de interior, susceptible de generar euros.

El planteamiento en los medios del problema pesquero es siempre el mismo en España: esto es un tema muy grave, se perderán muchos puestos de trabajo, es una tragedia para el pueblo de Barbate... ¿Sabéis cuántos puestos de trabajo nuevos generó el acuerdo de 2011? Pues 170. ¿Sabéis cuánto dinero generó cada euro invertido? Pues 0,83 euros. Un negociazo, vamos. No dudo que hay gente que lo está pasando mal, que va a perder su medio de vida, y lo siento mucho por ellos, pero ¿nos da esto derecho a esquilmar los recursos de un país sin el permiso de sus habitantes? ¿Tiene sentido mantener un sector que lleva años arrasando con los recursos de los que depende? A los arquitectos nos ha pasado un poco lo mismo, pero a mí no se me ocurre pedirle al gobierno responsabilidades ni ayudas. El sector no se sostiene, pues habrá que dedicarse a otra cosa, habrá que reciclarse.

En España somos muy dados al griterío, a la indignación fácil, a la demagogia. Y los medios son  muy sensibles a ciertos sectores: cuando deja de faenar una centena de barcos, abren el telediario con el asunto; cuando cierran una fábrica de coches con 200 trabajadores, le dedican un reportaje enterito... En este momento hay miles de arquitectos, ingenieros, bioquímicos... en este país que no tienen cómo ganarse la vida, que están repartiendo pizzas, buzoneando o, directamente, emigrando. Y ninguno pide ayudas públicas, ni acuerdos injustos y abusivos con otros países para poder ejercer allí su profesión. De forma callada, discreta, y con mucha imaginación, se están buscando la vida. Sin cortar carreteras, sin ocupar calles, sin molestar a nadie. Quizás otros sectores más vociferantes y gritones, que sólo se miran al ombligo, deberían tomar ejemplo.


Nota: los datos se han tomado de un artículo de Ecologistas en Acción (ver más).

viernes, 6 de enero de 2012

Las cincuenta

El otro día fuí a un chino a comprar papel de regalo. Sí, lo confieso, fuí a un chino a comprar. Hace tiempo me dije, tras ver cómo se me rompía un paraguas que acababa de comprar en uno de estos maravillosos establecimientos, que no volvería a comprar allí, pero es que los tíos son muy listos y han puesto uno al lado de la casa de mis padres. Bueno, a lo que voy, el caso es que había allí unos clientes pagando. El chino, en un español medio decente, les dijo que eran 45,50 €, a lo que uno de ellos respondió: "¿quieres las cincuenta?". Y no, no penséis que se refería a cincuenta gallinas, o cincuenta cervezas o cincuenta carteras llenas de billetes de 500 euros. Estaba hablando de los céntimos.


Hace tiempo que vengo observando que muchísima gente atribuye el género fémenino a los céntimos. Para los de la ESO: que el personal dice "las 50 céntimos", en vez de "los 50". 
Tras sesudas reflexiones he llegado a la conclusión de que no es por el tema éste tan de moda de la igualdad que obliga a políticos y simpatizantes de lo políticamente correcto a enredarse en el vosotros/vosotras, todos/todas y demás sandeces que tenemos que sufrir actualmente, no. La cuestión es que me da la sensación de que el personal echa de menos la peseta. Es como si nos pareciera bien el euro para las cosas más caras, más lejanas al común de los mortales, y necesitáramos del calor cercano de la peseta para las cosas más mundanas, más baratas, que todavía se pueden contar en céntimos.


Supongo que no soy el único que desde el primer día en que el dichoso euro entró en nuestras vidas se dio cuenta de que, por arte de birlibirloque (¿qué diantres será un birlibirloque? Le dedicaré una entrada otro día...), todo pasó a costar mucho más. El café, de 100 a 166 ptas. Una barra de pan, de 50 a 80 ptas. Etc, etc. Sin embargo, por otro misterioso fenómeno, los sueldos no sufrieron estas estratosféricas subidas, con el lógico resultado de que nos hemos tenido que rascar los bolsillos muchísimo más desde aquél fatídico uno de enero de 2.002.

Me resulta entrañable esto de llamar en femenino a los céntimos, este inconsciente deseo colectivo de volver a nuestra querida y cercana peseta.  Y me da igual lo que digan los papás mercados, la prima de riesgo o el abuelo FMI: hoy por hoy, el euro, al ciudadano de a pie, al currito de la calle, no le ha supuesto más que quebraderos de cabeza y poco o ningún beneficio real, más allá del simplón hecho de poder viajar a la vieja y rica Europa sin tener que pagar abusivas comisiones por el cambio de moneda: pobre mejora a cambio de la gran pérdida de poder adquisitivo que hemos sufrido todos. A mí, ahorita mismo, me encantaría que volviera la peseta y sus asequibles y razonables precios. Así que, a partir de ahora, llamaré a los céntimos en femenino, a ver si sirve para algo.

miércoles, 4 de enero de 2012

Idolatrías

Hoy, mientras me desinformaba con el telediario de la primera, me he enterado de que operaban a la presidenta argentina, Cristina Fernández (no me gusta eso de que se coja el apellido del marido, así que lo omito, que para eso es mi blog) de un cáncer de tiroides. Lo que me ha llamado la atención no ha sido que el hospital elegido para tan magno evento sea privado, a esto ya nos tienen acostumbrados nuestros mandatarios de lo público, sean de izquierdas o derechas, sino la vigilia que decenas de jóvenes han organizado en las horas previas frente al edificio donde transcurría la operación. A mi padre lo operaron de lo mismo este verano, pero se tuvo que conformar con su familia y algunos de sus amigos, el pobre.

Siempre se han producido idolatrías, supongo que desde que el hombre es hombre. Por miedo, por ignorancia, por anhelo, tendemos a necesitar de figuras con un cierto halo divino, que nos protejan de las miserias del día a día, que nos guíen en este mundo tan impredecible. Esto podía tener su utilidad en épocas en las que había un gran desconocimiento sobre el planeta que habitamos y la vida era una continua incertidumbre. Tener a alguien como ídolo podía calmar las almas de mucha gente, con lo que se evitaban posibles conflictos y se conseguía una cierta estabilidad.

Lo curioso es que este fenómeno tan antiguo, no sólo no ha desaparecido en la era de la información y las nuevas tecnologías, sino que está en plena expansión. Nunca antes en la historia de la humanidad habíamos sabido más y mejor sobre el mundo que nos rodea. Nunca había habido un acceso a toda esta información y conocimiento acumulados a lo largo de los siglos tan sencillo y universal. Sin embargo, y no sé por qué motivo, se idolatra con un fervor inusitado. Ya no hace falta que seas un chamán con poderes curativos, ni un gran estratega militar, ni un gran literato. Basta con que los medios te eleven al altar de los ídolos y allí estarás, en el olimpo de los elegidos por el pueblo. Políticos de cejas sorprendentes, cantantes con tirabuzones, futbolistas de gesto enfadado, príncipes casamenteros, entrenadores de verbo violento, princesas del pueblo... Todos son idolatrados si los medios así lo deciden, sin que nadie cuestione su mérito. Y con la misma rapidez, los mandan al limbo del olvido.

Lo peor de todo esto es que, una vez en el selecto grupo de los idolatrados, estos personajes pueden hacer o decir lo que les dé la real gana. Nadie va a atreverse a decir que se equivocan, que están metiendo la pata. Todos les aplaudirán. Siempre con el permiso de los medios, eso sí. La presidenta argentina ha conseguido seguir con la senda de crecimiento económico que emprendió su marido, no le voy a quitar el mérito. Pero de ahí a convertirla en un personaje casi divino al que adorar hay un gran trecho. Aquí pasó con Zapatero en los primeros años de su gobierno, entre sus correligionarios. También con Aznar entre los suyos. Y también pasa con Mourinho en el Madrid. Y con Guardiola en el Barcelona. Y ahora con los mercados, a los que se adora con igual fervor sin que ninguno de los gobernantes del mundo occidental cuestione sus actuaciones.

Lo malo de estas idolatrías mediáticas es el poder inusitado que dan a los adorados, que actúan como si tuvieran un mandato divino, como si no pudieran equivocarse. Espero, por el bien de los argentinos, que su presidenta salga del hospital sana y, sobre todo, un poquito más humilde.

martes, 3 de enero de 2012

Un tipo de interés

Hoy empieza mi aventura como bloguero. ¿Se escribirá así? La verdad es que no tengo ni idea, ya iré aprendiendo con el tiempo. El caso es que llevo ya bastantes meses sin trabajo, y eso te da, además de algunos dolores de cabeza y un poco de insomnio, mucho tiempo libre. ¿Y para qué empleo yo el tiempo libre, en gran parte? Pues para pensar. Me llevo todo el día pensando, discurriendo, analizando, ponderando, criticando, imaginando. Pero todo se me queda dentro, ahí, almacenado. Y estoy empezando a preocuparme. Desde siempre he tenido una buena cabeza, pero últimamente me da la sensación de que no me entra en algunos jerseys. Así que me he dicho: ¿por qué no compartir estas reflexiones con quien quiera leerlas? Así mataré dos pájaros de un tiro: podré, por una parte, difundir mis pensamientos y doctrinas alimentadas por tanto tiempo ocioso y, por otra, liberar la presión de mi sobredimensionada cabeza para así poder usar de nuevo esa ropa que ahora no puedo renovar con la asiduidad que acostumbraba antes de esta dichosa crisis.


¿Y por qué llamar al Blog "Un tipo de interés"? Pues porque los tipos de interés como yo nunca habíamos estado tan de moda como ahora. Todos los días en los periódicos, en la tele, en la radio... Pero, ¿qué es un tipo de interés?, os preguntaréis. Pues un tipo de interés no es más que una persona que se interesa por todo lo que le rodea: la política, el medio ambiente, la economía, la ciencia... Por algo fuí lector de Muy Interesante en mis años mozos, cuando todavía tenía pelo. 


Así que, si alguien se anima a leerme, aquí encontrará mis reflexiones, ideas felices, comentarios, críticas y todo lo que se me pasa por la cabeza, que no es poco. Bueno, todo no, intentaré que sea lo mejor, para no aburrir demasiado... Bienvenidos, pues, a éste mi primer blog.