lunes, 13 de agosto de 2018

Por los pelos

Hace unas semanas andaba yo de vacaciones por tierras teutonas, huyendo del tórrido verano sevillano y buscando el fresquito centroeuropeo. Estaba con la parte germana de mi familia, contándole a una sobrina una anécdota protagonizada por mi hija, en la que, resumidamente, le dijo al oftalmólogo que la estaba revisando que tenía mocos en la nariz. No es que mi niña sea una descarada. Simplemente se limitó a contestar a la pregunta del médico, que, para entretenerla, le dijo lo siguiente: "Mira hacia arriba y dime si tengo mocos en la nariz". El pobre hombre no contaba con la sinceridad de los niños y se encontró con la respuesta afirmativa de Marina.

Mi sobrina, tras reírse con la ocurrencia de mi vástaga, me comentó que cuando ella era pequeña, en el cole, tenía un profe con pelos en la nariz, algo que a ella le llamaba mucho la atención. Se acordaba, además, de cómo su punto de vista de ser humano bajito, parecía aumentar el tamaño y cantidad de pelos, lo que le daba gran asquito.


Llevo ya tiempo viendo cómo me salen pelos en lugares antes inmaculados y desiertos de vello, algo que no me gusta nada. Orejas, fosas nasales, hombros... se van poblando de pelos, acercándome al hombre lobo con el paso de los años. Poco a poco, van colonizando cada parte de mi cuerpo. Al mismo tiempo, el pelo va huyendo del lugar donde se supone que debería habitar, mi cabeza. De hecho, al contarme mi sobrina su anécdota infantil estaba yo pensando en tomar medidas estéticas para eliminar esos molestos vellos, comprando una máquina de esas, depiladoras, que venden ahora en todas partes.

Estando ya entrado en los 40, no me acaba de gustar el paso del tiempo y sus efectos físicos en nuestros cuerpos. Cuando me miro al espejo, cada vez me reconozco menos en ese tipo calvo con pelos en la nariz y cara de puretón. Soy un pureta, me digo. Esos de los que renegaba no hace tanto tiempo. Pero ese paso del tiempo no parece afectarme por dentro, donde me sigo viendo igual que hace 20 años. Y cuadrar ambas cosas es complicado, ahí está el quid de la cuestión.


Me acuerdo mucho de un tío de mi mujer, ya jubilado, que hace pocos años me comentó lo del espejo: me miro, Dani, y digo, ¿quién es ese viejo que me observa desde el otro lado? Él es de esas personas que, cuando hablas con ellas, te hacen olvidar los años que tienen. Su joven espíritu es capaz de anular las cicatrices de la edad. Y es algo que se me quedó grabado a fuego.

Estoy, además, en una edad complicada. Todavía, aunque cada vez menos, hay gente que me trata como joven. Coño, el otro día, en el banco, la misma tipo me dijo señor y chico en cuestión de 10 minutos. Quizás pueda viajar en el tiempo y no lo sabía... A veces es un poco esquizofrénico el tema, la verdad. Estoy en la frontera, supongo, entre la juventud y la ¿adultez?, aunque ya con pie y medio en la madurez. Los cincuenta ya están allí, al final de esta calle. Tengo amigos cincuentones, y me encuentro, a veces, mejor con ellos que con treintañeros.


Lo del paso del tiempo, los años que vamos acumulando como muescas en un calendario, es una mierda, en resumen. Lo digo sobre todo en lo que al cuerpo se refiere. No nos engañemos. Vamos perdiendo energía, nos lesionamos con más facilidad, nos lo pensamos dos veces antes de beber la segunda copa, la gravedad va haciendo estragos en nuestra piel y nuestros músculos... En los medios de comunicación nos bombardean con mensajes positivos sobre la edad, nos regalan imágenes de abuelos guapísimos e hiperactivos, que hacen kitesurf y echan carreras con sus nietos. Y yo, con mis dos rodillas operadas de ligamentos, pienso en los deportes que debo ir tachando de la lista, si quiero llegar medio entero a la edad provecta. Lo único que quieren es vender.

En la parte positiva, supongo que con el paso de los años, nos vamos volviendo más sabios, más seguros de nosotros mismos. Las experiencias, los errores, las cagadas vitales que cometemos, nos van dotando de un conocimiento que nos hace mejores por dentro. Supongo, aunque conozco muchos casos en los que esto no se cumple. Trump es un claro ejemplo. Y Kiko Rivera otro.


Ya termino. No quiero ser un cenizo, simplemente comparto con vosotros mi incorformismo con el paso del tiempo en nuestros cuerpos. Y lo digo porque me encanta la vida y me gustaría disfrutarla hasta el final, pero sin goteras. Creo que hay un error de diseño en el universo, ya que nuestras mentes casi no envejecen, y aguantan bastante bien hasta el final. Ya podrían haberlo hecho de forma que fueran acompasados cuerpo y mente, hombre. Y Rafaella Carrà no habría hecho el ridículo al final de su carrera. ¿A quién se le ocurre? Vaya cutrez, joder. Pero habrá que lidiar con ello, no queda otra, y vivir la vida, disfrutándola, pero intentando ir al taller lo menos posible.

Bueno, os dejo, que mi niña me ha dicho que ya me van asomando los pelos de la nariz, y los niños, ya sabéis, no mienten. Mi reluciente máquina depiladora de fosas y orejas me espera en el baño.