domingo, 18 de agosto de 2019

Hola, ¿cómo estáis?


Así nos recibe el camarero, un veinteañero, de barba rala, rubia, todavía con algo de acné. Hola, ¿cómo estáis? No molesta, lo hace con una sonrisa que derriba el muro que a algunos nos separa, de primeras, de los desconocidos. Estamos en un bar de un pequeño pueblo de la Costa Tropical granadina. Deberían cambiarle el nombre, Costa Plastificada sería más adecuado a la realidad, pero bueno, ese es otro tema.

Noche de agosto, hace algo de calor y un poco de humedad, pero es soportable. Le pido una cerveza señalando con el dedo un cartel de una marca artesana hecha con agua de Sierra Nevada. Dígame el nombre, me exhorta con pícara sonrisa. Una Pamipolla, le contesto. Así se llama la cerveza, humor granadino, supongo.

Cuando trae las bebidas me doy cuenta de que tiene un aparatoso vendaje en el dedo pulgar de la mano derecha, quizás el más importante para un diestro. Con las cervezas no tiene problema, pero cuando trae los mejillones al vapor, noto que le cuesta manejar la bandeja. De hecho, cuando retira los restos de la suculenta cena, mi mujer le tiene que echar una mano, a duras penas puede sostenerla con la suya lisiada.

En ese momento me asaltan muchas preguntas. ¿Cuánto cobrará, el muchacho? ¿Estará siquiera contratado? ¿Por qué no se habrá pedido la baja? El bar está en un sitio privilegiado, en pleno paseo marítimo, a la vista de todos. ¿No pasa por allí la policía? ¿Dónde está la inspección laboral? ¿Qué calidad humana tiene el jefe, que lo mantiene trabajando en esas condiciones?

El turismo es, desde hace tiempo, la primera industria de España. Como otros muchos sectores en nuestro país, está lleno de empresarios sin escrúpulos que se hacen de oro a costa de sus trabajadores, a los que tienen en condiciones, en muchos casos, lamentables. ¿A dónde vamos con este tipo de empleo?