viernes, 23 de diciembre de 2016

Felices Lecturas

Igual que, supongo, a muchos de vosotros, la vida no me está saliendo como esperaba cuando era más joven. En realidad, me está saliendo, más bien, por peteneras. Yo tenía mis sueños, mis deseos. Después de culminar una buena formación, con mi carrera universitaria, mis idiomas y mis cursos de especialización, me saldría un buen trabajo, viajaría y vería mundo. Mis padres iban a llegar a viejos sanos como manzanas. Me iba a casar con una mujer guapa y estupenda (esto sí que lo he hecho) y tendría unos cuantos hijos (llevo una, y me ha costado).

Y la realidad ha sido bien distinta. En lo laboral, he ido de mal en peor. Mi padre se fue el año pasado, antes de lo previsto. Y en la familia de mi mujer, ya vamos por el segundo alzhéimer, seguiditos los dos.

Pero bueno, estoy bien, intento ver lo positivo y disfrutar de lo que sí que tengo, sin obsesionarme con lo que no. En cuanto a lo de viajar y ver mundo, lo estoy solventando, con gran éxito, a través de los libros. Las revistas. Los cómics que se cruzan por mi camino.

Este año he conquistado la Dacia con el emperador Trajano. He podido asistir a la construcción de un puente imposible sobre el Danubio, hecho por el arquitecto imperial Apolodoro de Damasco. He cruzado el canal que los egipcios construyeron y luego los romanos reformaron que permitía el paso en barco, allá por el siglo II después de Cristo, entre el Mediterráneo y el Mar Rojo. He visto cómo el emperador nacido en Itálica cruzaba la actual Iraq transportando sus barcos a hombros de sus legionarios.

Me he enterado de que los pulpos disponen de casi tantas neuronas como un gato, siendo los invertebrados que más tienen. He aprendido cómo funciona su sistema de camuflaje que les permite cambiar de color y textura en segundos. He podido conocer la realidad de la guerra en Siria a través del testimonio de dos periodistas españoles, uno de los cuales sufrió un secuestro que casi le cuesta la vida. Y he conocido la capacidad de emprendimiento y resiliencia de mucha gente que vive en condiciones de extrema pobreza.

También he viajado por Sudamérica, leyendo el blog de un amigo que ha estado tres meses circulando por Bolivia, Perú y Chile. Con él he visitado el Salar de Uyuni. He alucinado con Machu Picchu. He subido a volcanes de más de 5.000 metros de altura. He andado por caminos de vértigo en valles escondidos de los Andes.

Ahora estoy viviendo, casi en primera persona, la realidad de la sociedad vasca, a través de las preciosas palabras del escritor español afincado en Alemania Fernando Aramburu, en su estupendo libro "Patria". La relación entre dos familias amigas, pero enfrentadas, de un pueblo de Guipúzcoa. Una, con el padre asesinado por ETA. La otra, con un hijo en la cárcel, por pertenencia a banda armada. Desgarradora, directa, real.

Con los libros se viaja, se aprende, se viven historias ajenas que nos permiten disfrutar, casi como si estuviéramos allá donde la lectura nos lleve. Si no sabéis qué regalar en estas fiestas, a la vez consumistas y teóricamente solidarias, estoy seguro de que con un buen libro, bien escogido, acertaréis. ¡¡Felices Lecturas!!

viernes, 2 de diciembre de 2016

Desmemoria histórica

Ya de mayorcito, bien entrado en la veintena, comencé a sospechar que me faltaba información sobre la Guerra Civil. Lo que me habían explicado en el colegio y en el instituto era, básicamente, que la guerra duró tres años y que hubo un bando de los buenos y otro de los malos. Todo aquello había pasado y ya vivíamos en un país democrático y estupendo.

Me acuerdo de que todo lo que sabía de mi abuelo, que fue teniente del ejército republicano, condenado a muerte y luego indultado, lo sabía a través de mi madre. Él nunca hablaba del tema. Y eso que pasó cinco años en la cárcel, después de la guerra.


Foto: Infografía de Txetxu Rubio. El Correo de Andalucía  Leer más: https://www.cgtandalucia.org/blog/5601-Ruta-por-cuatro-campos-de-concentracion-franquistas-de-Sevilla.html Copyright © CGT Andalucia
Infografía de Txetxu Rubio. El Correo de Andalucía
Las películas que había visto sobre el tema, tampoco me aportaron mucho. Recuerdo, sobre todo, La Vaquilla, una película que me encanta, pero que muestra la guerra a través de las gafas de la comedia. Cuando me leí "Homenaje a Cataluña", de George Orwell, comencé a vislumbrar que el episodio de la Guerra Civil no era tan sencillo como me lo habían pintado.

Y ya de talludito, me he ido enterando, con sorpresa, de muchas más cosas, como de la escalofriante realidad de que España es el segundo país del mundo, tras Camboya, en número de desapariciones forzadas, con más de 114.000, que ocurrieron en dicha guerra.

Campo de Las Arenas (La Algaba)
Os cuento esto porque hace poco, haciendo zapping nocturno, me encontré con un documental sobre los campos de concentración que había en Sevilla. Sí, he dicho "campos de concentración". Y sí, leéis bien, en Sevilla. Ya en plena guerra, el ejército franquista comenzó con su política de represión, deteniendo y encarcelando a todo aquél que se oponía, o era sospechoso de hacerlo, al régimen que quería implantar en España. Rápidamente se fueron quedando sin sitio, así que se vieron obligados a construir campos de concentración para alojar a los presos que no cabían en las cárceles. También se fueron dando cuenta, los franquistas, de que se estaban quedando sin mano de obra para las obras públicas, y privadas, que iban necesitando acometer. Y pensaron que en los presos tenían una mano de obra dócil y barata.

En España hubo un total de 188 campos donde se recluyó a medio millón de personas. Andalucía, al ser una de las primeras zonas del país ocupadas por los sublevados, fue una de las regiones con más campos, más de media centena donde estuvieron recluídos unos cien mil presos. Para camuflar lo que no era más que un sistema de trabajadores forzados para la construcción de grandes obras públicas, y también privadas, Franco creó el Patronato para la Redención de Penas por el Trabajo, que gestionó la creación y el mantenimiento de estos campos. La idea era cambiar días de libertad por trabajo.

Construcción del Canal de los Presos
© Archivo RMHSA / CGT.A
En la provincia de Sevilla se ubicaron once de estos campos: El Colector, en el barrio de Heliópolis, creado en enero de 1.938 para alojar a los presos que iban a trabajar en una obra pública de alcantarillado, construída por la empresa Entrecanales y Távora, actual Acciona. Los Merinales, en Dos Hermanas, donde vivieron los 10.000 represaliados que construyeron el Canal del Bajo Guadalquivir, más conocido como el Canal de los Presos. Las Arenas, en La Algaba, donde "recolocaron" a los mendigos, indigentes, indocumentados y pobres que "afeaban" las calles de Sevilla y donde murieron más de la mitad de los reclusos, de hambre.  La Corchuela (Dos Hermanas), El Arenoso (Los Palacios), Torre del Águila (Utrera), El Puntal (Isla Mayor), Écija, Sanlúcar la Mayor... La lista es amplia y, hasta la fecha, muy pocos de estos lugares están señalizados. El desconocimiento por parte de la población es total.

Un país que desconoce y oculta su historia más reciente es un país sin memoria. Un país sin memoria puede volver a repetir los errores del pasado. La gente que sufrió estos abusos se merece, por lo menos, que la recordemos. No se trata de venganza, ni de resarcimiento. La historia debe ser conocida por todos. Y no sólo la historia contada por los vencidos.

La Junta de Andalucía tiene un listado de Lugares de Memoria Histórica, espacios vinculados a hechos o acontecimientos singulares ocurridos entre la sublevación militar contra el Gobierno legítimo de la II República, hasta la entrada en vigor de la Constitución Española de 1978, al que tímidamente va incorporando algunos de estos campos de concentración. Esperemos que siga creciendo dicha lista y que se haga un esfuerzo de difusión y señalización de dichos lugares, para que la memoria de estos trabajadores forzados, represaliados por querer defender la legalidad vigente, no quede en el olvido. Se lo merecen.

Fuentes:
http://memorialibertaria.org/content/%C2%BFt%C3%BA-sab%C3%ADas-que-en-sevilla-hubo-cuatro-campos-de-concentraci%C3%B3n
http://www.publico.es/actualidad/campos-concentracion-del-franquismo-andalucia.html
http://www.eldiario.es/andalucia/Campos-concentracion-Andalucia-trabajo-franquismo_0_200530682.html
http://politica.elpais.com/politica/2015/09/02/actualidad/1441192097_268557.html
http://www.juntadeandalucia.es/organismos/cultura/consejeria/dgmd.html

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Las lágrimas de África

Ayer tuve la suerte de ver el impactante documental, "Las lágrimas de África", dirigido por la actriz Amparo Climent, en el Cine Avenida. La proyección estaba organizada por Youfeelm, esa maravillosa iniciativa salida de Sevilla, que permite ver películas antiguas o que están fuera del circuito comercial, y promovida por la ONG Oxfam Intermón.

El documental cuenta, sin ambajes, sin adornos, cómo es la vida de las personas que malviven en los alrededores de la ciudad de Melilla, con la esperanza de poder cruzar la frontera hacia lo que ellos llaman "paraíso" o "tierra dorada", que no es más que el país donde vivimos, España. Sí, esta tierra de la que tanto nos quejamos, a la que tanto criticamos, es para ellos el destino soñado, el lugar al que quieren llegar a toda costa, aun a riesgo de perder sus vidas.

Estos héroes y heroínas, como los llamó Chema Castells, de la plataforma Somos Migrantes, malviven en el Monte Gurugú, ellos, y en el pinar bautizado como Bolingo, ellas, con sus niños. Las imágenes del campamento del Monte Gurugú son casi apocalípticas: tiendas hechas con plásticos, comida sobrevolada por moscas, basura por todas partes... Sin embargo, a la directora la reciben caras sonrientes, que le explican con crudeza el atroz viaje que les ha llevado hasta allí y las condiciones en las que malviven, mientras aguardan con esperanza el momento en el que podrán intentar realizar el salto de la valla de Melilla. A pesar del frío, a pesar del hambre, a pesar de las continuas incursiones de la policía marroquí, que les destroza, una y otra vez, sus precarias viviendas.

El campamento bautizado como Bolingo, que significa amor en Lingala, una lengua congolesa, está habitado por familias, formadas, principalmente, por mujeres y niños. Si bien la pobreza es la misma que en el Gurugú, el ambiente es distinto, más distendido, más ordenado y limpio. Supongo que la presencia de los niños, que convierten el bosque en su lugar de juegos, contribuye a esto. Mujeres embarazadas o con bebés esperan su oportunidad de cruzar el estrecho en patera. Hasta en situaciones tan extremas, prima la especialización: el Gurugú, para saltar la valla, Bolingo, para la travesía en patera. El premio es el mismo: Europa, una nueva vida, un futuro.

A pesar de estas diferencias, todos vienen huyendo de lo mismo: el hambre, la persecución, la desesperanza, la pobreza. Saben que la situación en España no es la mejor, pero para ellos mejor es cualquier cosa. Tan precaria es la vida de la que se quieren fugar. Casi una cárcel para ellos. Desde nuestra cómoda perspectiva es difícil entender que se jueguen la vida para llegar a nuestro viejo continente, pero viendo lo que arriesgan, debe de ser un infierno.

La proyección termina. El silencio se apodera de la sala. Nadie tose. Nadie aplaude. Chema Castells arranca como puede el debate. Nos habla de lo que hace su plataforma. Algún asistente comenta, pregunta, reflexiona en voz alta. Todos nos vamos con el estómago encogido, preguntándonos qué podemos hacer, sintiendo una impotencia que nos ahoga, nos paraliza.

Y hay tanto por hacer. Podemos votar a los partidos que estén por políticas más sensibles con los migrantes. Podemos tratar con respeto a los que nos venden pañuelos en los semáforos. A los que venden películas piratas. Mirarles a la cara. Darles los buenos días. Las gracias. Podemos comprar productos de Comercio Justo, que permitan la existencia de empresas viables en sus países de procedencia, que creen riqueza allí. Podemos comprar fruta y verdura ecológicas, que no vengan de ese mar de plástico de nuestro país, donde malviven y trabajan en condiciones de semiesclavitud muchos de los que han logrado cruzar el estrecho. Podemos colaborar con alguna ONG o asociación que trabaje con los que llegan. Podemos hablar del tema con nuestros amigos, con nuestra familia. Sensibilizarles. Podemos tanto. Hagámoslo.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Mamaempresarias

Con más miedo que otra cosa en el cuerpo, tras otro batacazo más de las empresas de demoscopia, esta vez en las elecciones americanas, me mantengo en el tema que tenía en la cabeza para esta semana y no voy a hablar del idiota del tupé que se ha convertido en el hombre más poderoso del mundo. No quiero aburriros. Además, ya lo harán muchos otros.

Andaba yo el otro día intentando abrir la mente leyendo un poquito de prensa extranjera, por aquello de salir de un poco de la aburrida actualidad patria, la del Rajoy y sus tijeritas, la del multiplicado escándalo del Espinar, la de las Biblias y los Crucifijos, cuando me encontré un interesante artículo en The Guardian que hablaba de la maternidad y el mundo del trabajo.


La autora del artículo de marras, Eva Wiseman, madre, cuenta lo afortunada que se siente de haber encontrado en su empresa un ambiente comprensivo con la maternidad y sus necesidades, lo que le ha permitido trabajar desde casa un día a la semana. Sin embargo, habla también de mujeres que, una vez han vuelto al trabajo, se encuentran con jornadas maratonianas y con reproches por no haber respondido a todos los correos electrónicos o haber empleado una hora en comer. Incluso habla de gente rica que, como la actriz, y reciente madre, Keira Knightley, se quejan de las "arcaicas leyes sobre maternidad" británicas. La actriz ha dicho que "Hay que ser una unidad familiar, no basta con tener a tu compañero en casa durante dos semanas y que luego vuelva al trabajo y te deje sola para que tú te apañes como puedas". Además, si las empresas no incentivan a los hombres para que se cojan la baja, la maternidad seguirá siendo cosa exclusiva de las mujeres.

Para que veáis que el lamentable trato a la maternidad no es exclusivo de España, aunque sea un triste consuelo, aquí os dejo algunos datos. Tres cuartas partes de las madres de Reino Unido se sienten discriminadas y presionadas en el trabajo, una vez que se reincorporan. De hecho, según un informe de la Comisión de Igualdad y Derechos Humanos de Reino Unido, un 11 % de las mujeres son invitadas a "dejar" sus trabajos tras la baja por maternidad. Por este motivo, las empresas están perdiendo 280 millones de libras (314 millones de euros) en formación, reclutamiento, indemnizaciones y productividad cada año.

Eva Wiseman sigue el artículo hablando del daño colateral de todo esto que son lo que ella llama las "mamaempresarias", mujeres que, al verse fuera del mercado laboral, deciden emprender el camino del autoempleo, con más o menos esperanza o ilusión. Mujeres que, tras ver cortada una carrera en investigación, ventas, energías renovables o banca, montan un negocio de ropa infantil, o una librería para niños, o una tienda online de productos ecológicos para bebés. Y encima tienen que estar contentas.

Montar una empresa suele ser la última opción. No lo podemos negar, a la mayoría, lo que nos gusta, es trabajar para otros y tener asegurado el sueldo a final de mes. Montar un negocio implica incertidumbre, poco o ningún dinero al empezar, muchas horas de trabajo. Se nos vende como un triunfo, el emprendimiento. Esa madre, aguerrida y valiente, que trabaja en casa, con el niño entre sus piernas mientras gestiona un pedido o elabora un presupuesto. Bravo.

Mi mujer, después de haber trabajado en dos grandes empresas, se embarcó, tras ser madre y con el convencimiento de que volver al mundo laboral por cuenta ajena iba a ser incompatible con la maternidad, en la aventura de montar un negocio con una amiga en su misma situación. Y ahí sigue, luchando por que la empresa fructifique y le permita ganarse la vida dignamente, a la vez que concilia, como puede, el trabajo con su vida familiar. Para Eva Wiseman, las mujeres deberían poder ser madres y llevar un pequeño negocio. O ser madres y trabajar en una gran empresa. O ser madres y ser las dueñas de una gran empresa. La imagen de la madre, trabajando en su cocina, con su hijo encima, dice más de un sistema con unos costes altísimos en el cuidado infantil y de ambientes laborales antimaternidad que de un futuro utópico en el que la maternidad será cosa de todos. Como dice Eva Wiseman, la discriminación de la maternidad en el trabajo es la que ha creado a las mamaempresarias. Si esto no nos enfada y no nos empuja a cambiar, nada lo hará.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Plasmado

Ya llevábamos nueve meses del mal llamado "Gobierno Frankenstein". Decían, los más agoreros, que no duraría ni seis meses, que era un acuerdo entre agua y aceite, que acabarían como los enamorados de cualquier canción de Pimpinela. Pero, nueve meses después de aquel histórico acuerdo, el gobierno integrado por los dos partidos mayoritarios de la izquierda, con el apoyo puntual de algunos partidos nacionalistas, seguía, con paso más o menos firme, con sus reformas, sociales y económicas, hacia adelante.

Cuando el partido histórico de la izquierda tendió la mano a los integrantes del partido morado, éstos supieron aceptar el ofrecimiento con serenidad y responsabilidad. Lo primero era solucionar la situación de emergencia de muchos ciudadanos, así que había que aparcar las consignas revolucionarias y aprovechar la oportunidad que les habían dado los votantes, al haber conseguido la izquierda más votos que la derecha. Era la oportunidad de acabar con el rumbo hacia el abismo neoliberal al que la derecha de la caspa y el Ibex 35 nos estaba llevando. Y no podían desperdiciarla.

Los partidos nacionalistas tuvieron la sensibilidad de olvidarse, temporalmente al menos, de sus aspiraciones secesionistas, para centrarse en lo importante y urgente del momento: la desigualdad creciente, el gran número de desempleados, el déficit público. Ya vendrían tiempos mejores en los que hablar de otros temas.

El partido de la rosa supo leer la situación. Los votantes más jóvenes estaban cansados de oír hablar de la Transición, algo que veían, de pasada, en los libros y en los avejentados documentales que ofrecía la cadena pública los sábados de madrugada, cuando ellos estaban explorando la vida en bares y discotecas. Necesitaban un partido que fuera consciente de lo que le pedían los votantes más críticos, la gente que se había echado a la calle aquel lejano 15 de mayo de 2011. Un giro a la izquierda. Una vuelta a los orígenes. Darle a la letra O de sus siglas la importancia que tuvo hace décadas.

Habían conseguido firmar un Pacto por la Educación, tras arduas negociaciones. Habían bajado el IVA cultural. Habían retirado el impuesto al sol y vuelto a poner en marcha las renovables. Habían subido los impuestos a los que tenían más ingresos, y logrado un compromiso de la UE para que las tributaciones de sociedades fueran las mismas en todo el territorio Schengen. Estaban en proceso de derogar la desastrosa reforma laboral, para lo que estaban trabajando en una nueva ley, más justa y equitativa. Habían subido el salario mínimo, con el objetivo de llegar a los 1000 €/mes en cuatro años. Y todo en poco más de nueve meses. ¿Cuántas reformas se podrían hacer en los tres años que les quedaban?

De repente me despierto. Estoy en el sofá. La tele, encendida. Y allí está el barbas, con la lengua caída, pastosa, dando los nombres de los nuevos ministros de su flamante gobierno en minoría. Era tan urgente que se ha tomado cinco días para recitarlos. Los ministros van jurando sus cargos delante de un crucifijo y sobre una biblia. Todo muy propio en un país que se dice aconfesional. Supongo que estarán rezando por nuestras almas. Falta nos hace, con los cuatro años que nos quedan. Como es habitual en él, no hay rueda de prensa y hace el anuncio en una sala llena de periodistas que han perdido su dignidad profesional, y aguantan que el presidente les hable en una pantalla de 72 pulgadas en la que aparece su cara de estupefacción permanente. Me da un vuelco el corazón cuando me entero de que, en Sevilla, salieron ayer 100.000 personas a la calle. ¿Habremos, por fin, despertado?, me pregunto. Pero no, lo hicieron para ver cómo una escultura de madera a la que llaman Señor de Sevilla, paseaba por las calles de la ciudad. Plasmado me quedo.

jueves, 20 de octubre de 2016

Oro negro

Intentando encontrar el camino del entendimiento en esta jungla de partidos socialistas rotos, correas mafiosas y estatuas de dictadores decapitados, me topo, de repente, con un vídeo de la actriz y licenciada en economía Marta Flich en el que habla de la subida de precios del petróleo que planea la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo). Y no me ayuda.

Hace poco que he descubierto a esta, para mí, estupenda y divertida analista. Os recomiendo que veáis sus vídeos en el Huffington Post, donde hace análisis muy breves y certeros sobre temas que, a pesar de no ocupar las portadas de los periódicos, son fundamentales para nuestro presente y nuestro futuro. En el vídeo del que hablo en este artículo comenta, así, de pasada, como la que no quiere la cosa, que la OPEP se acaba de reunir en Turquía para avanzar en un acuerdo sobre la congelación de la producción de barriles de petróleo, acuerdo que esperan ratificar a finales de noviembre, cuando se reúnan en Viena.


La OPEP es un como un club de catorce amiguetes que lo único que tienen en común es que les tocó la lotería de tener petróleo en su subsuelo en una época en la que la humanidad depende totalmente de este líquido negro y viscoso. Y hay un poco de todo en este club: países poco amigos de la mujer como Arabia Saudí, Irán o Irak; países africanos como Gabón, Angola o Nigeria; y países más salseros como Venezuela o Ecuador. A la reunión también han invitado a otros amigotes del oro negro que no pertenecen al club, pero que también tienen petróleo, como Rusia.

¿Por qué congelar o reducir la producción? Parece que los integrantes de este selecto club, y sus amigos, echan de menos la época gloriosa que llegó hasta 2.014 en que el barril llegó a los 100 $ y ganaban dinero a espuertas, y podían hacerse pistas de esquí en el desierto y urbanizaciones de islas artificales para personajes forrados hasta las orejas como ellos. Contando con que en enero de este año llegó a rozar los 27 $ entendemos que les pique el bolsillo. Estos países dependen, para tener contentos a sus ciudadanos (casi súbditos), casi en exclusiva de sus ingresos petroleros, así que, con precios tan bajos, se van rápidamente al garete (un ejemplo, Venezuela. Otro, Rusia). En menos de un año, con el aumento de la demanda y la congelación de la producción, han conseguido llegar a los 50 $, duplicando el precio, pero parece que quieren más. Al fin y al cabo, tienen que mantener esos yates y esos Ferraris, que no funcionan con agua precisamente.

Para no aburriros más, vayamos al grano de la cuestión. ¿Y qué tiene que ver todo esto con nosotros? ¿No tenemos bastantes problemas ya: el paro, la corrupción, la fiesta nacional? Pues veréis, todo esto nos afecta, y mucho. ¿Os acordáis de lo que pasó en 2.011, cuando el desaparecido Rubalcaba redujo el límite de velocidad en autopistas a 110 km/h para reducir el consumo de petróleo? El precio del barril había llegado a los 112 $, por las revoluciones árabes, y nos hizo bastante pupita. Y ahora nos puede pasar algo parecido.

Todo este crecimiento a más de 3 % que nos vende el GoPPierno no es, para bien o para mal, mérito nuestro. Se debe, casi en su totalidad, a factores externos. El turismo crece no porque tengamos unos hoteles cojonudos o porque seamos un país de la hostia, sino porque los guiris que antes iban a países más baratos y con el mismo clima como Turquía, Túnez o Egipto, prefieren venir aquí y renunciar al té moruno y al falafel a cambio de un poquito de seguridad europea. Y las exportaciones van bien porque los curritos españoles cada vez cobramos menos y porque el petróleo está barato y el transporte de nuestros tomates y pepinos, asequible por ahora, nos permite venderlos a buen precio en los supermercados alemanes. En el momento que un factor fundamental de esta ecuación aumente, el precio del combustible, se nos cae todo el tinglado.

Que en el debate político, centrado en intrigas chusqueras de partido, corruptelas de ayuntamientos venidos arriba en la época de las vacas gordas y en el deshoje de la margarita de la abstención o del no, nadie hable de temas tan importantes como la energía o el cambio climático me provoca, más que enfado o vergüenza, miedo. Y no estamos hablando de ecología ni de medioambiente, sino de pura y dura economía. ¿A dónde vamos con nuestra patológica e histórica dependencia energética del exterior? ¿Podemos basar nuestro crecimiento en factores externos no controlables por las políticas de nuestro gobierno? ¿Alguien está pensando, realmente, en el futuro de nuestro país y no en salvar su propio culo? Perdonad mi lenguaje. Voy a ver Sálvame, a ver si me calmo un poco.

jueves, 6 de octubre de 2016

Libertad de prensa

Desde que tengo recuerdos, el de mi padre andando por la calle con El País en sus manos, sorteando todo tipo de obstáculos, con la mirada fija en lo que para mí era una gran sábana blanca llena de extraños símbolos y fotografías, forma parte de mis primeras memorias infantiles. El día que el considerado periódico de la Transición salió a la luz, mi padre llegó tarde al kiosco, y no pudo comprarlo, pero desde entonces, y casi hasta el día de su muerte, no falló prácticamente ningún día a su cita con El País.

Mi padre no era una persona ni mucho menos sectaria. Al revés, tenía gran capacidad de escucha y respetaba la opinión de los demás. Casi siempre. Nadie es perfecto. Sin embargo, nunca lo ví con otro periódico entre sus dedos. El País era para él su principal fuente de información de la actualidad, aparte de la televisión pública. Todo lo demás le parecía poco serio. Excepto El Intermedio, que se convirtió en su telediario favorito en los últimos años. El ABC, El Mundo, Diario de Sevilla... no existían para él. Incluso habiendo presenciado la deriva hacia posiciones más de centro-derecha de su querido periódico en los últimos años, nunca le oí decir nada al respecto.

¿Qué pensaría si hubiera visto cómo El País, con la mayoría de la prensa escrita a su lado, ha derrocado al vilipendiado Pedro Sánchez? ¿Cómo le habría sentado ver cómo los medios de comunicación se han sometido al poder de las empresas que los sostienen económicamente? Es difícil saberlo, pero me habría gustado mucho poder discutirlo con él.

Es innegable que los medios de este país, en su inmensa mayoría, han dejado de ser transmisores de información independiente, influenciados por el inmenso poder que hay detrás de las empresas que pagan los anuncios a toda página que los sustentan económicamente. A ver quién es el bonito que critica a Acciona, Endesa o El Corte Inglés, si son los que me llenan la nevera al comienzo de cada mes.

En España tendemos a poner el ventilador para repartir las culpas a nuestro alrededor, mientras nosotros permanecemos ajenos a todo, en nuestra inmaculada inocencia. La culpa es del Gobierno. La culpa es del PP. La culpa es del PSOE. En el caso que nos ocupa, el de la prensa escrita y, por extensión, el de los medios de comunicación, no creo que la culpa sea en exclusiva de ellos. Al fin y al cabo, periodistas, impresores, distribuidores, tienen que cobrar por su trabajo. Y si la gente no compra periódicos y los lee gratis en internet, no les queda más remedio que recurrir a los ingresos por publicidad. Está claro.

Y no nos olvidemos. La libertad de prensa nos costó grandes esfuerzos y sacrificios. Algunos de nuestros padres y nuestros abuelos lucharon para conseguirla, así que sería una pena y un desperdicio desandar lo andado. ¿Qué pasaría si todos los que nos quejamos de la parcialidad de los medios pagáramos por recibir información veraz e independiente? ¿No estaríamos haciendo realidad el periodismo que demandamos, al no depender los periodistas de las empresas para su sustento? Yo, por mi parte, he pasado a la acción y me acabo de hacer socio de un periódico online e independiente. Y espero que tú también te animes. Opciones hay muchas, y la causa lo merece.

jueves, 29 de septiembre de 2016

¿Por qué vienen?

Cuando veo las imágenes de los refugiados, siempre me pregunto quiénes serán esas personas, por qué ponen en peligro sus vidas para, en la mayoría de los casos, vender pañuelos de papel en los semáforos, trabajar en invernaderos o formar parte del ejército del top manta por cuatro duros y vivir hacinados en pisos compartidos con otras personas en su misma situación. Ya me pasaba cuando las sucesivas crisis de las pateras ocupaban las principales portadas. Y me sigue pasando ahora.

Siempre he intentado ponerme en su lugar, pero no lo consigo. Me cuesta. Desde mi cómoda posición de desempleado con futuro incierto del primer mundo no resulta fácil. Al fin y al cabo, podemos salir a la calle con sensación de seguridad. La violencia existe, pero es muy puntual. La policía está, casi siempre, para ayudar. Si enfermamos sabemos que tendremos una asistencia sanitaria más que decente. Y comida no nos falta. Hay gente que está muy jodida, lo sé, pero a nadie se le ocurre montarse en una lancha neumática para cruzar un mar o un océano en la oscuridad de la noche con un móvil en la mano como único salvavidas, para ponerse en manos de las frías mentes de los traficantes, interesados, únicamente, en su propio lucro. Si emigramos, lo hacemos en coche, en tren o en avión.


Me acabo de terminar un libro muy interesante, editado por el Think Tank GIFT (Global Institute for Tomorrow - Instituto Global por el Mañana), radicado en Hong Kong, que intenta desentrañar los secretos de muchos temas globales, buscando soluciones honestas y justas a los principales problemas que afectan a la humanidad. El libro en cuestión se llama "The Other Hundred" (Los otros cien) y nos cuenta, mediante fotografías, las vidas de 100 personas que nunca figurarán en las listas de Forbes, centradas tan sólo en millonarios, entendiendo el éxito como el puramente económico.

Frente a este planteamiento puramente monetario de la famosa revista americana, "The Other Hundred" nos habla de la vida de miles de millones de personas que, simplemente, consiguen sobrevivir, con dignidad. Entre ellas me llamó mucho la atención el caso de una mujer nigeriana que ejercía la prostitución en Amberes, Bélgica. Ante la pregunta de "¿Cómo puede alguien dejarlo todo para emigrar tan lejos para trabajar en la industria del sexo?" la mujer respondía de forma lapidaria: "Si tu padre tuviera diabetes y no pudiera pagarse los medicamentos, pero tú pudieras conseguírselos trabajando en esto, ¿lo harías?".

Hasta que no viajas a países fuera del ámbito del primer mundo no te das cuenta de lo privilegiados que somos. Nos quejamos mucho, tenemos muchos problemas, es verdad. Pero estos problemas son minucias comparados con los sufrimientos que llevan a esta gente a jugarse, literalmente, la vida en busca de un futuro mejor. Con los refugiados llamando a la puerta de nuestra cómoda casa europea estamos viendo la punta de este inmenso iceberg que "amenaza" nuestra segura existencia. Qué más da si vienen huyendo del hambre o de la guerra, o de ambas. Son seres humanos que luchan por su vida y por la de sus familias. Y nuestra respuesta no puede ser cerrarles la puerta.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

En el limbo

Ayer iba en el Metro, camino de Sevilla, con una carpeta con papeles médicos varios. Contenían información muy privada. Andaba yo enredado con mi flamante smartphone de segunda mano, con cosas tan importantes como el whatsapp y el facebook cuando llegó mi transporte, así que me monté, sin despegar mis ojos de la pantallita. Cuál fue mi sorpresa cuando, desde el interior del vagón que me había engullido a mí y a mi absorbedor aparatito, pude ver cómo me alejaba de la carpeta, ella sí que era importante, que quedaba allí triste y sola, abandonada en la fría superficie del banco metálico.

Nunca he sido muy de teléfono. No soy persona muy habladora, y por teléfono menos. Llegué tarde al móvil. Me resistí hasta que me dí cuenta de que a mi teléfono fijo le estaban saliendo telarañas. Aguanté como un campeón con mi ladrillo Ericsson hasta que tuve que subirme al carro de los mal llamados teléfonos inteligentes. Estaba yo contento y tranquilo en mi nivel smartphone cuando de repente, hace pocos años, llegó el whatsapp, cual elefante en cacharrería. También me mantuve en mi posición, ya que no le veía utilidad, hasta que pude ver cómo la gente dejaba de llamarme y compartían sus vidas a través de esa demoníaca aplicación. Y tuve que subirme al carro del whatsapp también.

No me considero, pues, un enganchado al móvil. En el cine, lo pongo en silencio. Cuando voy a correr, lo dejo en casa. Si estoy con alguien tomándome una cerveza, lo uso sólo lo imprescindible. Soy un usuario con cabeza. O eso creía. Pues no. Ayer, cuando, con cara de imbécil, me quedé mirando cómo abandonaba a mi carpeta con mis datos médicos y personales en la solitaria estación, me dí cuenta de que, o tomo medidas serias y urgentes, o no podré vivir sin este invento del demonio.

Haciendo memoria de mis rutinas, intentando mirarme desde el exterior, cual dron con neuronas, me he dado cuenta de que he entrado en la malévola zona de influencia de los smartphones. Estoy todo el día pendiente del último whatsapp. Cuando me levanto lo primero que miro es el móvil. No sé cuántas veces, a lo largo del día, me lo saco del bolsillo, para leer el último mensaje. Cuando voy a echar el día a la playa lo primero que hago es echar una fotito, para dar envidia. Mi niña puede estar enterrándose en arena, que no me percato. Si cocino, publico la foto de mi última creación gastronómica antes de probarla.

Si yo, que me considero ajeno al enganche que provocan estos aparatos, estoy así. ¿Cómo estarán los demás? Cuando miro a mi alrededor y veo a casi toda la gente que me rodea mirando el puto, con perdón, cacharrito, se me cae el alma a los pies. Cuando estamos con un ojo en el móvil y el otro en la realidad no estamos ni aquí ni allí. Y te dejas una carpeta con papeles importantes en un banco. O no escuchas cómo tu pareja te cuenta cómo le ha ido el día. O no ves cómo tu hija da sus primeros pasos. O te pierdes una irrepetible puesta de sol.

El filósofo francés Michel Serres acuñó hace años la expresión "generación de los pulgarcitos", refiriéndose a los jóvenes que están todo el día con el pulgar en sus móviles. Estos aparatos nos mantienen en un limbo que nos aleja de la realidad, y de la gente que tenemos a nuestro lado, para darnos una falsa sensación de pertenencia a grupo de gente a la que, en su mayoría, no vemos en meses. O en años. Mientras, nos perdemos lo que pasa a pocos metros de nosotros, que no es más que la vida. Ni menos.

martes, 13 de septiembre de 2016

Economía del bien común

Ayer tuve la oportunidad de asistir a una conferencia impartida por Christian Felber, el profesor universitario austríaco que está detrás de esa maravillosa y fresca idea que apareció hace pocos años llamada Economía del Bien Común.

La charla inauguraba los Cursos de Verano de la UNIA, en el campus de Sevilla, ubicado en la Isla de la Cartuja. Después de aguantar estoicamente las típicas y soporíferas intervenciones previas de dos cargos de la universidad y de los dos políticos de turno, a los que dudo les importe mucho el tema, comenzó el profesor Felber su interesantísima ponencia, después de trazar en el aire, literalmente, una perfecta pirueta para romper, supongo, con los rígidos y manidos discursos de sus predecesores. Por lo visto, entre otras cosas, estudió danza.

¿Qué es la Economía del Bien Común? Pues es una teoría económica, desarrollada por el propio Felber, que, básicamente, propone un cambio en el sistema económico capitalista que ha conquistado el mundo. Una economía no basada en el capital y en el enriquecimiento, sino en el bien común. Una economía donde el dinero no sea un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar el bienestar de todas las personas.

Felber, que tiene aspecto de un niño travieso que no ha dejado de jugar, planteó muchas ideas que me parecieron interesantes, algunas imprescindibles. Para empezar nos puso ejemplos de varias constituciones que contemplan en sus artículos el bien común como objetivo de la sociedad (Constitución de Baviera, Constitución de Alemania, Constitución Española...), algo que no parece estar cumpliéndose en toda su dimensión.

También habló de cómo se usa como principal indicador económico el Producto Interior Bruto, que debe crecer eternamente para que, según las teorías capitalistas, la sociedad progrese y prospere. Sin embargo, según nos contó Felber, hay países donde se están proponiendo otros sistemas, como Bután, donde han creado la Felicidad Interna Bruta, un indicador que mide, entre otras cosas, el desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, la preservación y promoción de valores culturales, la conservación del medio ambiente y el buen gobierno. La información la consiguen mediante una encuesta de 180 preguntas.

Para terminar, enseñó una propuesta de "balance del bien común" de las empresas, una especie de etiqueta que cuantifica su actividad en lo que respecta a la búsqueda del bien común de la sociedad. Según la puntuación obtenida en este balance se podría incentivar o castigar a las empresas, con menos impuestos para las más éticas y trabas para las menos.

La teoría económica de Felber es muy interesante y es un soplo de aire fresco al pensamiento único en que se ha convertido el capitalismo, que casi nadie cuestiona. Sus ideas se están extendiendo, existiendo grupos y asociaciones por todo el mundo, incluso aquí en Sevilla. Está claro que tener al dinero como único objetivo, como el Dios de todas las cosas, nos está llevando a una sociedad cada vez más desigual e insolidaria que, además, está esquilmando los recursos finitos que tiene nuestro planeta. Haría falta un giro de 180 grados en las políticas de nuestros gobiernos para conseguir revertir esta situación por otro lado insostenible. Viendo cómo el Excelentísimo y Celebérrimo y Muy Señor Mío Alcalde de Sevilla se piraba de la ponencia después de presentarlo como el paradigma de la nueva economía, me hace pensar que estamos todavía muy lejos de ese cambio.

viernes, 9 de septiembre de 2016

No.

Esta es, al parecer, la palabra favorita del principal líder de la oposición. Una palabra que recuerda a la de los niños de dos tres años, cuando entran en la fase de negación universal. "Niño, ¿quieres hacer pipí? No. ¿Quieres comer? No. ¿Quieres dormir? No. ¿Quieres dos millones de euros? No". Pedro Sánchez, en las últimas semanas y, especialmente, en las fallidas sesiones de investidura, nos ha recordado a un niño de estas edades, negando más veces que el santo homónimo. Lo malo, es que, a diferencia del caso de los infantes, cuyas acciones no influyen más allá de las puertas de sus hogares, la actidud del tozudo dirigente socialista nos afecta a todos.

Pero esto no es, a nuestro juicio, lo peor. Lo peor es que Pedro Sánchez, aparte de decir que no a la investidura de Rajoy, no dice nada más. No propone alternativa. Y, en un ejercicio de malabarismo circense, niega también las terceras elecciones. "No apoyo un gobierno del PP, no me postulo como candidato dentro de un gobierno alternativo, pero no quiero elecciones en diciembre", parece decir. Pedro Sánchez nos recuerda a ese niño que entra en bucle y no sale del no, sin saber cómo escapar, pero manteniéndose empecinadamente en su postura, sin acordarse al final de a qué se estaba negando.
Y lo peor es, también, y aunque la mayoría de los medios se empeñen en lo contrario, que Pedro Sánchez no es el único enamorado de la negación. Ni el único culpable de esta situación. Rajoy, aunque quiera aparentar lo opuesto, se mantiene en su inacción y en su incapacidad de ceder en nada, negándose también a cualquier acuerdo que no pase por mantenerse en el poder, como si siguiera teniendo la mayoría absoluta. Rivera, el comodín de nuestro Parlamento, se niega a cualquier tipo de acuerdo con los "radicales" de Podemos, el otro partido del cambio hace pocos meses. Iglesias, se niega, a su vez y con reciprocidad, al acuerdo con los naranjas y, al mismo tiempo, a renunciar al referéndum en la tierra del pan con tomate. Para terminar, el gazpacho de nacionalistas e independentistas se atrincheran en su fortaleza del "no a todo si no nos dejais irnos de España".

En nuestra opinión, todos son culpables, en mayor o menor medida, por no ser capaces de gestionar los resultados electorales. Contra lo que se repite cansinamente en los medios, los votantes no quieren que haya un gran acuerdo entre partidos, ni una imposible coalición. Cada uno ha votado con la intención, con el deseo, de que su partido consiga mayoría absoluta y gobierne conforme a sus ideas. Así somos. Lo que no entienden los líderes políticos es que su deber, para lo que les pagamos mes tras mes, es gestionar estos resultados y gobernar conforme a ellos. Punto.

¿Y esto cómo se hace? Pues una opción sería, ante la falta de reglas y de acuerdos, dejar gobernar a quien ha ganado las elecciones, por mucho que nos duela. La perspectiva de un parlamento fragmentado y de un gobierno en minoría puede ser una oportunidad de que la oposición haga algo más que protestar. Teniendo más escaños que el gobierno, los partidos del "cambio" podrían sacar adelante reformas y leyes de calado sin la necesidad de formar parte de él. Podrían conseguir una Ley de Educación consensuada entre todos con el compromiso de que perdurara en el tiempo. Podrían derogar la Reforma Laboral y aprobar otra más justa con los trabajadores y menos a medida para los empresarios. Podrían eliminar el Impuesto al Sol, reformar la Ley Electoral...

Es urgente que alguien se ponga al mando del barco y que los demás hagan una oposición honrada y constructiva. No tiene sentido esta situación de bloqueo. Dejen de pensar únicamente en sus propios intereses y trabajen por el país que les paga sus abultados sueldos. Convocar, por motivos personales, por mantener la silla, o por no bajarse del burro, unas terceras elecciones sería algo inadmisible. Ya está bien, no nos pregunten más y hagan su trabajo. Hay que aceptar los resultados y respetar la opinión expresada, dos veces ya, por los ciudadanos. ¿No iba de esto la democracia con la que tanto se llenan la boca? Pues practíquenla.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Qué apañao soy

Este verano le dijeron a mi amada esposa que "qué marido más apaño tienes". ¿Por qué? Porque me vieron ayudando con mi hija, cocinando, limpiando y demás labores que se asocian, todavía, al género femenino.

Evidentemente, a nadie le amarga un dulce, en principio me halagó. El ego es así, nunca se cansa de los elogios. Es un yonki de los piropos. Pero luego, mi incansable mente analítica y racional empezó a detectar fallos en el concepto de "apañao" y acabó bajándole los humos a mi ego, que acabó quitándole hierro al asunto.

¿Por qué es "apañao" un hombre cuando cuida de su progenie, o cocina, o limpia? A mí nunca me han dicho que mi mujer es "apañá" por ese tipo de actividades. Parece que, a pesar de que estamos ya bien metidos en el siglo XXI, y de que ya nos estamos acostumbrando a ver ministras, presidentas y directivas, todavía se asocian las actividades del hogar o de cuidados a las mujeres. Si un hombre las realiza, resulta que es un "apañao", porque está haciendo algo que, a priori, no le corresponde.

Vamos a ver, dejemos las cosas claras. A mi hija la cuido, no por ayudar a mi mujer, sino porque es mi responsabilidad, igual que la de ella. Cocino porque, aparte de que me gusta, tengo que hacerlo, igualito que mi mujer. No vamos a morir de hambre, ¿no? Y a mí me han enseñado a hacerme mis cosas. Y lo mismo pasa con la limpieza.

Está claro que los primeros culpables de esta situación son los hombres que no asumen sus responsabilidades y no son partícipes de las labores del hogar y de cuidar a quien les corresponde. Pero muchas mujeres, y no precisamente de edad provecta, siguen asumiendo, con total naturalidad, su papel tradicional y realizan todas las tareas del hogar y se responsabilizan del cuidado de los niños. Tengo amigas y familiares féminas que, cuando nos ofrecen ropa para la niña se dirigen siempre a mi mujer, dando por hecho que es ella la que se encarga de estos temas. Si llevamos algo de comer a una cena, asumen que es ella la que lo ha cocinado. Y así podría seguir infinitamente.

Nuestra sociedad, mujeres y hombres, sigue asumiendo que los roles de cada sexo siguen siendo, más o menos, los que tenían nuestros padres. El hombre trabaja fuera. La mujer se encarga de la casa. Con el agravante de que la mujer, eso sí es distinto, ahora también trabaja fuera. Así que se convierte en una superheroína que con todo puede. Y nuestros gobernantes no ayudan, precisamente. El embarazo, por ejemplo, se ve como un bache, un molesto evento que interrumpe la carrera profesional de las mujeres. Soraya Sáenz de Santamaría volvió al trabajo a los diez días de haber parido. Susana Díaz tuvo que dar mil explicaciones por cogerse algo más de seis semanas y compartir el resto de la baja con su marido. Para los que no se han enterado todavía, una sociedad sin niños no tiene futuro. Y hasta donde yo sé, la única manera de conseguirlos es mediante los embarazos.

Nos queda todavía un largo camino por recorrer hasta llegar a la igualdad de derechos y deberes entre hombres y mujeres. En el cuento que mi niña me pide que le lea toooodas las noches, que es bastante modernito, se supone, sale una guardería donde todas, absolutamente todas las docentes son mujeres. En las tres principales rondas ciclistas del mundo siguen apareciendo las macizorras azafatas de turno cada vez que sube alguien al podio. A las mujeres que llegan arriba profesionalmente se les pregunta por la conciliación familiar. No así a los hombres.

En esta lucha tenemos que estar los hombres en primera línea, con las mujeres. A nuestros gobernantes les corresponde también, predicar con el ejemplo. Me gustaría ver a más ministras embarazadas, sin más problema, siguiendo con su trabajo con total naturalidad, cogiéndose la baja que haga falta. Y también me gustaría ver a las mujeres negándose a esos trabajos de figurines en los que se las usa de jarrones ornamentales. La igualdad es cosa de todos. Y de todas.

viernes, 26 de agosto de 2016

Pamplinas

Ya de vuelta de vacaciones he retomado la lectura de esa maravillosa revista del rectángulo amarillo que es la National Geographic. Y me he topado con un artículo apasionante, cuyo contenido me gustaría compartir con vosotros.

El artículo en cuestión versa sobre la manipulación genética y sus consecuencias, éticas, sociales, ecológicas. La ingeniería genética permite, desde hace décadas, combinar genes de distintas especies para conseguir, por ejemplo, plantas resistentes a determinadas plagas, o la fabricación de insulina en laboratorio, que ha mejorado sustancialmente la vida de millones de diabéticos. Sin embargo, si bien la sociedad ha aceptado bastante bien los logros de la ingeniería genética en medicina, no acaba de transigir con los relativos a los cultivos llamados "transgénicos".

Pero parece que la revolución genética va por otros derroteros. En 2.013, prácticamente antesdeayer, apareció una nueva tecnología llamada CRISPR que permite la manipulación genética sin la necesidad de recurrir al intercambio de genes entre especies. Esta tecnología permite, por primera vez en la historia, que los científicos puedan, de forma rápida y precisa, alterar, borrar y reordenar el ADN de cualquier organismo vivo, incluídos nosotros.


La tecnología CRISPR (en inglés: clustered regularly interspaced short palindromic repeats, en español repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas) es un sistema que tienen algunas bacterias para combatir infecciones virales. Estas bacterias tienen la capacidad de identificar pequeñas secuencias del ADN de los virus y memorizarlas. Si el virus vuelve a atacar, usan esta memoria para enviar una enzima "asesina" que corta esa secuencia de ADN y la elimina. Los científicos han podido usar este sistema no sólo para "apagar" determinados genes, sino también para insertar nuevos códigos genéticos en organismos vivos. Esto ha abierto un campo infinito de aplicaciones, y de debate ético.

Una de las aplicaciones más inmediatas sería la introducción de secuencias genéticas en insectos que son vectores transmisores de enfermedades, como la malaria o el zika, que los harían estériles. Estos insectos podrían ser "soltado" en la naturaleza y en pocos meses podrían eliminar poblaciones enteras, al no poder reproducirse. Esto no es ficción, ya se está investigando.

Ante el potencial de esta tecnología, y sus posibles consecuencias medioambientales, sociales o éticas, se está debatiendo en diversos congresos a nivel mundial. Con el CRISPR se podrían tratar enfermedades como el SIDA, desarrollar cultivos resistentes a las sequías o alterar órganos provenientes de cerdos para poder transplantarlos a humanos. Pero también hay expertos que dicen que esta tecnología podría ser usada para crear armas de destrucción masiva.

Mientras en el mundo se debate sobre este tipo de Temas (y lo pongo con mayúscula por ser claves en nuestra sociedad), en nuestro país tratamos sobre cosas tan importantes como "¿Qué es corrupción?", "Mis diputados se merecen un sitio más destacado en el Congreso" o "¿Qué es mejor, votar el 25 o el 18 de diciembre?". Leyendo los periódicos, mirando la televisión o escuchando la radio, a veces me da la sensación de que, mientras el tren de la humanidad va camino de un precipicio, estamos discutiendo para ver a quién le toca el asiento de la ventana o a quién le corresponde pasillo. Temas fundamentales como la energía, el cambio climático, la sostenibilidad del sistema de pensiones o no se tratan, o se despachan con un par de frases que no son más que declaraciones de intenciones. A los que nos gobiernan o nos quieren gobernar les parecen pamplinas. Pamplinas en las que nos va la vida. Así nos va.

viernes, 29 de julio de 2016

A disfrutar

Hoy no tengo ganas de quejarme, ni de criticar, ni de hablar en negativo. Es viernes, hace calor, estamos en pleno verano y, hablando en plata y como dice mi suegra, "no tengo el coño pa ruidos", así que voy a escribir en positivo, que estamos en tiempo de vacaciones, a las que se les supone descanso y regocijo.

El otro día me topé, de casualidad, con una historia que me tocó la fibra, me removió el corazón. Todos relacionamos el surf con cuerpos cachas y fibrosos, jóvenes sanos y guapos, vidas desenfadadas y plenas. Jamás lo relacionaríamos con chavales con problemas como el autismo o la parálisis cerebral. Pues nada más lejos de la realidad.

Hay en Cádiz una asociación que consigue, mediante el surf, mejoras increíbles, tanto a nivel físico como mental, en chavales con discapacidades psíquicas de diversa índole. Supongo que esta "locura" no podía salir de otro sitio que la tacita de plata, llena de gente con inventiva acostumbrada a buscarse la vida con lo que tienen, que no es poco. Y lo que más tienen es mar.

La idea surgió hace diez años, de la mano de Jesús Borrego y Ana Gonzalo, que ya trabajaban con niños con autismo haciendo terapias en el agua. Como a los dos les gustaba el surf, se les ocurrió juntar su trabajo con su hobby, y de ahí nació Solo Surf, la entidad gaditana pionera en el tratamiento de estas afecciones usando el deporte de las olas.

Empezaron con un niño, Iker, a petición de su familia, que quería algo más que los tratamientos tradicionales. Estaba diagnosticado con "autismo severo", pero después de varios años de tratamiento su diagnóstico ha ido cambiando, a mejor. El surf les ayuda a mejorar en equilibrio, en el trato con otros niños, en manejar la paciencia...

La iniciativa de Solo Surf ha tenido mucha repercusión, incluso a nivel internacional, y está siendo replicada en otros puntos del planeta. Sus creadores no saben muy bien por qué funciona, en términos científicos, pero saben que el mar, el aire libre y el reto de cabalgar las olas ayudan a estos niños a mejorar su autoestima, para empezar. Lo demás, viene rodado.

Estamos en época de aburridas negociaciones políticas, de atentados y de cifras inasumibles de desempleo. Pero también de piscinas, playitas, cervecita fresquita, paellas y espetos. A pesar de todo, la vida sigue mereciendo la pena vivirla. Así que os quiero ver a todos asistiendo a un concierto nocturno en los jardines del Alcázar, o viendo una película que os perdísteis en cualquier cine de verano, bajo las estrellas, o marcándoos un baño a la luz de la luna en cualquier playa de Cádiz. Señoras, señores, a disfrutar, que es verano.


jueves, 21 de julio de 2016

El gilipoceno

Hace años que hay científicos que afirman que estamos en la era del Antropoceno, una época en la que la influencia del hombre se hace notar en la castigada superficie de nuestro planeta. Pero no. Señoras y señores, desde esta humilde columna semanal, el que la firma afirma que, desde ahora, hemos entrado en el Gilipoceno.

¿En qué me baso para semejante y taxativa afirmación? Pues veréis, queridos lectores. Llevo varios días dándole vueltas al tema, desde que ha aparecido el jueguecito ese que trae loco a todo el mundo, que consiste en cazar unos bichitos que se sobreponen al mundo real. Jueguecito que, sospechosamente, aparece en todos los telediarios y programas de radio, que supongo no pretenden hacerle publicidad a nadie. Jueguecito que no pienso nombrar, para no participar en la campaña de lanzamiento mundial.

Había oído estos días que unos se habían colado en un cuartel de la Guardia Civil, arriesgando sus cibernéticas vidas para cazar a estos irreverentes y coloridos bichos. Otros se habían internado peligrosamente en un túnel de la capital condal, habiendo recibido amonestación pública de los cuerpos de seguridad. Pero fue ayer cuando un hecho de estupidez suma me iluminó para alumbrar el nombre de esta nueva era. No sé dónde leí que un tipo de Nueva Zelanda había perdido la vida cayendo de un puente mientras jugaba al maldito juego. Parece ser que es un fake, pero podría ser verdad. ¿Por qué no? Hay gente que se ha roto huesos, gente que se ha ido del trabajo para poder jugar y también gente que ha sido atraída con estos bichitos a lugares solitarios donde han sido desplumados por cibernéticos amantes de lo ajeno.

Vivimos, desde hace años, en la época de las pantallitas. Lo miramos todo a través de una pantalla. En la consulta del médico nos entretienen con una pantallita por la que pasan publicidad de medicamentos. En el veterinario nos bombardean con posibles enfermedades de nuestras mascotas a través de la pantallita. De vacaciones, somos incapaces de dejar el móvil quieto y mirar la puesta de sol con nuestros propios ojos. A los niños les plantamos la pantallita a la primera de cambio, no vayan a molestar.

Hay que reconocerlo. Lo han conseguido. Han ganado. Nos han enganchado a las pantallitas y se están forrando con ello. Y ahora consiguen incluso que confundamos realidad y ficción. Dicen que el futuro está en la realidad aumentada. Este jueguecito, que está sacando a relucir lo más tonto de nuestra sociedad, no es más que un vagón que forma parte de ese tren. Un tren en el que no me quiero subir, porque creo que terminará descarrilando.

En cualquier caso, viendo el éxito que está teniendo el simplón jueguecito entre mis paisanos, entiendo muchas cosas que están pasando. Por qué ha ganado el PP. Por qué los del PSOE no se enteran de lo que está pasando y siguen en caída libre. Por qué Pablo Iglesias sigue siendo el líder de Podemos, cual Moisés del siglo XXI, habiendo gente en su partido más moderada y preparada. Por qué el Riverita ya no sabe si es del Barça o del Madrid. Y lo que es peor, le da igual. Por qué sigue Sálvame después de tantos años en antena. Así nos va.

viernes, 15 de julio de 2016

Es la economía, estúpido.

Esta fue la frase que definió la campaña con la que Bill Clinton derrotó a George H.W. Bush en el año 1.992. Con ella, su director de campaña, James Carville, quería destacar que había que centrarse en los problemas reales de los ciudadanos, para contrarrestar el gran fuerte del contrincante republicano de Clinton, sus éxitos en política exterior.

El otro día, escuché a Iñaki Gabilondo hablar de su estupefacción con el céntrico lugar que ocupa la economía hoy en día. Recordaba el periodista vasco que hace cuarenta años esto no era así. Las noticias no estaban monopolizadas por la economía, se hablaba de otras cosas: política, temas sociales, cultura... Desgraciadamente, no puedo hacer otra cosa que darle la razón. La economía, y su único dios, el dinero, son el astro en torno al que gira todo lo demás en la sociedad en la que vivimos. O sobrevivimos.


No estoy totalmente seguro, pero creo que nunca había circulado tanto dinero por el mundo. Sin embargo, si bien nunca antes en la historia de la humanidad había habido tantos millones de personas con tan buenas condiciones de vida, la desigualdad no para de aumentar. Hay mucho dinero, a espuertas, pero concentrado cada vez en menos manos. Para rematar este desolador panorama, este dinero se ha convertido en un bien en sí mismo, y se mercadea con él. Es un dinero, en su mayoría, que no crea riqueza real. Es una riqueza virtual, que existe tan sólo en números y pocas veces se convierte en algo tangible.

Los telediarios abren muchas veces con los datos del Dios Crecimiento. Crecer económicamente, signifique lo que signifique, es positivo. Es bueno para nosotros. Al anaranjado Albert Rivera le oí decir no hace mucho que la prostitución contribuye a nuestro PIB en nosécuántosmillones de euros y que, por tanto, había que legalizarla, para poder recaudar los impuestos correspondientes. Sin entrar en más detalles. Y se quedaba tan pancho. Todo se reduce a dinero: los accidentes de coche suponen tantos millones de euros, ése parece ser el daño que más importa: los turistas son tropecientos millones de impacto en nuestra economía, qué bueno, da igual si los camareros que los atienden cobran 600 euros al mes, o si dejan las ciudades que visitan llenas de pís y de vecinos insomnes por el ruido que hacen por la noche; una mina que contamina acuíferos es positiva porque deja chorrocientos millones en la comarca donde está instalada.

Adoramos al Dios Dinero como aquéllos que adoraban al becerro de oro. Desde pequeños nos dicen que tenemos que formarnos, para conseguir un trabajo, para conseguir dinero con el que comprar cosas que nos harán felices. Y los voceros de los medios de comunicación lo encumbran en sus portadas, en sus páginas de color sepia, en sus titulares. Y el Dios Dinero tiene cada vez más seguidores. Así nos va.

jueves, 7 de julio de 2016

Oposiciones

Hace poco más de un mes me enteré de que van a salir, supuestamente, en algún momento de este año, cinco plazas de arquitecto en la Junta de Andalucía. La verdad es que nunca me había planteado opositar, no me gusta estudiar en demasía, pero mi situación laboral me hizo decidirme y me apunté a una academia para prepararlas a distancia.

Con algo de ilusión y curiosidad, comencé a estudiar el material que me iba llegando, en más o menos grandes pdfs. Y me puse a leer, con gran divertimento por mi parte, leyes y más leyes, interesantísimos resúmenes de complicadísimos procedimientos legales, apasionantes decretos sobre igualdad de género y, para rematar, nuestra histórica y entretenida Constitución.


Después de un par de semanas, creo que empecé a enterarme de cómo va el asunto. El opositor es un individuo que, sin garantía ninguna de fecha de examen o contenido del mismo, se pone a estudiar, de memoria, un extenso temario, lleno, básicamente, de leyes. Algo muy práctico, memorizar leyes, en un momento de la historia en el que el acceso a la información es más fácil que nunca. Ah, se me olvidaba, en el caso de mis oposiciones, si no quedas entre los cinco primeros, habrás estudiado para nada. Hay bolsa de trabajo, pero es un poco estática.

Para ver por dónde iban los tiros de las preguntas, me miré también los exámenes tipo test que me iban enviando amablemente desde la academia. Eran del tipo Tedoytresopcionescasiigualesparaputearteunpoco. Preguntas que demuestran que eres capaz de meterte en la cabeza miles de páginas de leyes, decretos y normativas específicas, con todos sus artículitos, perfectamente ordenados, cada uno en su balda correspondiente. Algo muy práctico y lógico. Lo de que los candidatos demuestren otras aptitudes como su capacidad resolutiva, su eficiencia o inteligencia, no parece importar a los selectores.

Parece que para la Junta de Andalucía es superimportante que sus arquitectos sepan en qué artículo de la Constitución dice dónde reside la soberanía nacional de los españoles. Fundamental que sus arquitectos sepan ver las nueve diferencias entre las leyes estatales y autonómicas que tratan la igualdad de género. Imprescindible que sepan los días que debe durar la Información Pública en un Expediente de Expropiación.

En plena era digital parece mentira que la forma que tiene la Administración de elegir sus trabajadores sea medir su capacidad memorística, casi exclusivamente. La gente que prepara oposiciones llama "cantar" a recitar, de memoria, el extenso contenido de los temarios. Supongo que no hace falta decir nada más.

Las oposiciones, para el que las aprueba son la batalla ganada que ha merecido la pena luchar. Pero esta batalla deja a muchísima gente en el camino. Gente que ha perdido tiempo y dinero. Gente que lo ha pasado realmente mal. Y para nada. Gente que ha llegado a tomar pastillas, para poder aguantar. Que han sufrido úlceras. Que han renunciado a sus hijos y pareja durante unos meses. ¿Tiene sentido este cruel método? ¿Para qué hacer sufrir a la gente de forma innecesaria? ¿Selecciona este método a los mejores? ¿O a los que tienen más memoria?

La estructura de las oposiciones en nuestro país permanece, tal cual, desde hace décadas. De hecho, no se diferencian mucho las de ahora de las que hicieron mis padres hace más de cuarenta años. En otros países se hace hincapié en cosas más importantes. En EEUU se pide currículum, carta de presentación y se hacen entrevistas. En Reino Unido se hacen pruebas de aptitud, incluyendo redacción, comprensión lectora, aptitud matemática o incluso dar respuestas lógicas a e-mails complejos. Curiosamente, ambos países cuentan con una Administración más competente, imparcial y efectiva que la española. ¿Será por algo?

lunes, 27 de junio de 2016

Alucinante. Patético. Triste.

Alucinante, el resultado de las elecciones ayer. Más después de las encuestas que daban a Unidos Podemos como medalla de plata en esta segunda carrera por el poder. Lo he intentado, elección tras elección, pero ya no entiendo a mis compatriotas. Que después de los cuatro años que llevamos de mentiras, recortes, deuda pública disparada y corrupción casi endémica en el partido del gobierno, casi ocho millones de españoles sigan pensando que los de la gaviota y el himno merengón son los mejores para dirigir este país, es algo que se me escapa. Pero bueno, está ahí. Es la realidad.

Patético, el discurso "victorioso" del PSOE tras el batacazo de ayer. Que el partido de Pedro Sánchez, con más de cien años de historia a sus espaldas, considere como más significativo y positivo que no les ha adelantado el partido de Pablo Iglesias, en plena infancia política y con muchísimos menos medios que ellos, tanto materiales como personales, muestra el estado de aislamiento e incomprensión en el que sigue instalado el partido de la rosa. Siguen sin enterarse de que lo que están pidiendo muchos españoles, a gritos, es que la palabra "socialista" que forma parte de sus siglas vuelva a representar lo que significa en el diccionario y deje de ser un mero adorno residuo de tiempos pasados.

Infografía de Luca Mendieta
Patética también Susana Díaz, al presumir de que las tres provincias donde ha ganado el "socialismo" son andaluzas, después de haber perdido las elecciones frente a un tipo, el Moreno Bonilla, al que le basta con protestar para ganar. Tanto Pedro como Susana deberían aprender de los nuevos. Tanto desde Unidos Podemos como desde Ciudadanos se reconoció, sin adornos, sin excusas, que los resultados no sólo no eran los esperados, sino que eran malos. Punto.

Triste, la situación en que nos deja todo esto. Un PP sacando pecho, con tan sólo un tercio de los escaños del parlamento, que se cree inmune a los casos de corrupción y que siente que puede golpear, una y otra vez, a la sociedad española sin miedo a una revolución. La sociedad española responderá poniendo la otra mejilla, gustosa de seguir recibiendo palos. Desde luego es lo que parece. Un PSOE que sigue comportándose, después de obtener los peores resultados de su historia, como si fuera un actor protagonista, cuando va camino de quedarse en mero figurante. Un Podemos que, tendiendo la mano, sigue marcando líneas rojas y que, tonteando con los independentistas, se marca objetivos que sabe son, ahora mismo, inalcanzables. Y un Ciudadanos al que le han durado poco los votos arrebatados al PP. Parece que muchos votantes de derechas han preferido volver a la marca de toda la vida, en perjuicio de la marca blanca de la derecha que es el partido naranja.

En cualquier caso, nos guste o no, el pueblo ha hablado, y el PP ha ganado claramente las elecciones. Hay una mayoría de españoles que piensan que el registrador de la propiedad en excedencia de andar veloz debe seguir rigiendo el destino de este extraño país. Lo lógico, lo democrático, sería que se abstuvieran todos los demás y le dejaran gobernar. Lo importante, ahora mismo, es salir de este bloqueo y volver a ponernos en marcha. Al fin y al cabo, no tienen mayoría absoluta y tendrán que trabajarse cada Ley, cada Decreto. Y quién sabe, lo mismo hasta aprenden a negociar. Aunque lo dudo.

miércoles, 22 de junio de 2016

Power to the people

Estaba alucinando. Era algo que me estaba pasando desde hacía tiempo. Desde que había empezado a sentir que algo se movía. Que la gente se movía. Llevaba muchos años yendo a manifestaciones y los participantes cada vez se acercaban más a los cuatro gatos. Hasta que, de repente, comenzó a suceder. Viernes, Sábados, Domingos, Lunes, daba igual el día. Daba igual la hora. Por la mañana. Por la tarde. Decenas de miles de personas juntaban sus voces para reclamar lo que era suyo. O protestaban por alguna injusticia. O clamaban contra la corrupción.

La primera vez se juntaron para clamar contra el tesorero de un partido que había estado apropiándose de dinero que no era suyo durante más de dos décadas. Era dinero procedente de donaciones más o menos oscuras. Y el tipo se lo pasaba por el forro y llevaba más de veinte años mandándolo a una cuenta que tenía en la limpia y pulcra Suiza. Cuando salió a la luz, más de treinta mil personas habían ocupado la plaza delante de la sede del partido en cuestión para pedir justicia.

La segunda fue delante de la casa de un futbolista argentino. El tipo había defraudado a Hacienda nosécuántos millones de euros, durante años. Era un malabarista del balón, pero también de las finanzas. Y de la elusión fiscal. Y flipé cuando ví en la tele que más de veintidosmil personas se habían plantado delante del humilde hogar del deportista para reclamarle que pagara lo que le correspondía. Incluso en el campo de fútbol, alguna tarde de domingo, se pudieron ver pancartas en su contra.

La tercera me pilló en Madrid, delante del Congreso. Allí, entre los petrificados leones, había más de cincuenta mil personas protestando por la política, o más bien ausencia de ella, que se estaba desarrollando para solucionar el problema de los refugiados. Cincuenta mil personas gritando, cantando, protestando por el mirar a otro lado de la mayoría de los representantes de los ciudadanos en la Cámara.

De repente me desperté. Abrí los ojos. Y allí estaba. En el campo, una tarde más de domingo, viendo cómo decenas de miles de personas se juntaban en un estadio para ver a veintidós tipos perfectamente adultos, en calzonas, correr detrás de un balón. Decenas de miles de personas que empujaban, que apoyaban, que se dejaban sus voces para animar a su equipo. Cuánta energía junta. Cuántas cosas se podrían hacer con ella. ¿Y si la usáramos para cambiar el mundo? Estaba alucinando.

jueves, 16 de junio de 2016

El Imperio Gay

En la semana del superdewáter del lunes me he topado, en varias ocasiones, con protestas cibernéticas contra un cartel en el que aparecían dos imágenes de sendas vírgenes dándose, con perdón, un buen morreo. El cartel, colocado en las redes sociales por la organización política Endavant, integrada en la CUP, convoca a una manifestación del orgullo gay, que tendrá lugar el sábado 18 de junio en Valencia. Para los que no lo hayáis visto, en el cartel se ve a la Virgen de Montserrat besando en los labios a la de los Desamparados, y un lema que dice, traducido al castellano, "Contra la sagrada opresión: ama como quieras". Nada más, para algunos. Y nada menos, para otros.

La reacción por parte de la Iglesia española ha sido rápida y rotunda. El polémico arzobispo Cañizares ha convocado un acto de desagravio, que no sé qué diantres significa, pero suena mal. Se ha invitado a los feligreses a "unirse espiritualmente", rezando el rosario y celebrando no sé qué misa votiva. Las redes arden con palabras como "profanación", "blasfemia" o "piedad popular". La Iglesia Católica en España clama por el respeto a la libertad religiosa y a la libre predicación del evangelio en una sociedad plural.

Curiosas palabras, más viniendo de una institución que, en sus más de dos mil años de historia no se ha caracterizado, precisamente, por el respeto a otras creencias o por el fomento de la libertad religiosa o por su trabajo en aras de una socidad plural. Y más curiosas aún después de las palabras del Arzobispo de Valencia en las últimas semanas, en las que ha soltado perlas como que "Una ideología de género se está difundiendo para destruir la familia", nos ha advertido de que esta ideología es una "amenaza contra la paz mundial y nuestra sociedad" y ha afirmado que en los últimos años "ha asistido a una importante escalada contra la familia por parte de dirigentes políticos, ayudados por otros poderes como el 'imperio gay' y ciertas ideologías feministas". Vaya prenda, ¿no?

Para más inri, me entero de que el pasado sábado, el Arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, canceló un evento lúdico y de oración "por las víctimas de la exclusión" organizado por Cristianos LGBT de Sevilla (Ichthys). Otro prenda. Creo que el departamento de RRHH del Vaticano anda cortito de recursos.

No soy creyente, pero provengo de una familia de creyentes. Y prácticantes. No justifico, de ninguna manera, el cartelito de marras. Me parece de mal gusto y de provocación gratuita. Pero no deja de ser un cartel. Y la Virgen, que yo sepa, era una. Lo demás no son más que representaciones. Y se están besando. ¿Desde cuándo es malo un beso? ¿Qué le pasa a este tipo para ofenderse tanto por algo así? Lo que más pena me da de todo esto es que la Iglesia grita y vocifera ante este tipo de cosas, que no van más allá de la superficie, y se queda callada ante ataques que incitan al odio contra colectivos que, como los gays, siguen estando marginados en nuestra sociedad.

No soy creyente, pero conozco el Nuevo Testamento lo suficiente como para saber que el Jesús que sale en el libro sagrado de los cristianos se habría puesto, con total seguridad, de parte de los integrantes del "imperio gay". El látigo lo habría sacado, no lo dudo, contra el polémico Cardenal, al que habría llamado a consultas. Y también le habría dado una buena tunda al Arzobispo de Sevilla. Quizás por eso no soy creyente, porque, de haber un Dios, no permitiría este tipo de comportamientos. Señor Cañizares, Señor Ajenjo, que cada uno ame como quiera, que tengan hijos los que los quieran tener, y hagan bien su trabajo, que consiste, principalmente, en conseguir un mundo más justo y lleno de amor, como ustedes predican. Pero amor para todos. También para los gays.