lunes, 31 de julio de 2017

Socialismo 2.0

Mi hija termina hoy su etapa en la guardería. O en la escuela infantil, como se llama ahora, para no herir sensibilidades. Han sido tres años preciosos, de juegos, descubrimientos y desarrollo personal. En muy poquito tiempo, Marina ha pasado de bebé a personita. Y ha sido, entre otras cosas, gracias a la estupenda labor de las profesionales que integran el equipo de una escuela que lleva más de treinta años en activo.

Sin embargo, a pesar de su buenhacer a lo largo de todo este tiempo, y de la cantidad de niños que por allí han pasado, la escuela se ha visto obligada a echar a dos de sus trabajadoras, que yo sepa. A lo mejor han sido más. El motivo, el "misterioso" y brutal descenso en el número de matriculaciones que ha habido este año. En una de las clases, a día de hoy, solo tenían cinco alumnos matriculados.

No sé si será casualidad, pero la Junta aprobó el pasado mes de marzo, por vía de urgencia, un  Decreto que regula la educación infantil (de 0 a 3 años), con una serie de novedades. No soy ningún experto en el tema, pero, por lo que he leído, básicamente, liberaliza el sector, marcando un tope de gasto por plaza, para "fomentar la competitividad", dicen. Y modifica los baremos que permiten acceder a las ayudas, de forma que, en algunos casos, estas se reducen en un 50 %.

Hablando en plata, se pone un tope económico por plaza y se reducen las ayudas, para reducir el gasto. No sé, no quiero ser mal pensado, pero ¿de dónde pueden recortar las escuelas infantiles para abaratar las plazas? ¿de los salarios de sus trabajadores? No, no se atreverán. ¿De los menús del comedor? Ni se les ocurrirá. ¿Están favoreciendo a las grandes empresas que gestionan escuelas infantiles frente a las pymes, que serán inviables en estas condiciones? No, son socialistas, defienden a los trabajadores.

Como ya he dicho, no soy ningún experto, pero cuando me enteré del decretazo que planeaba la Junta, pensé en dos cosas: que, para reducir gastos, las escuelas infantiles iban a bajar el salario de sus trabajadores, y que el número de matriculaciones bajaría, dado que muchas familias no se podrían permitir la nueva cuota. Y es lo que está pasando.

Foto: José Ángel García
Foto: José Ángel García / Diario de Sevilla
A este socialismo 2.0  se le va la palabra "izquierda" por la boca. Y esa es toda la izquierda que tiene. Estos socialistas 2.0, que viven en casoplones, que viajan en business, que tienen chófer, que cobran dietas en meses inhábiles, se creen que todo el monte es orégano. Que todos podemos pagar una guardería para nuestros hijos. Que si no, tenemos abuelos para que se hagan cargo de ellos. Que el que cobra 1.000 euros al mes es de clase media y no necesita ayudas.

Querida Susana, esta semana en la que te has vuelto a subir al Trono de Hierro de tu particular Reino de la Rosa, has dicho que los socialistas "nunca" habéis sido nacionalistas. La pregunta es, ¿seguís siendo socialistas?

viernes, 21 de julio de 2017

El muro de los improperios

Según la RAE, improperio es "injuria grave de palabra, y especialmente la que se emplea para echar a alguien en cara algo". También es, en plural, los "versículos que se cantan en el oficio del Viernes Santo, durante la adoración de la cruz". Para los creyentes, los reproches de Cristo al pueblo que lo ha rechazado, hablando en plata.

Hace tiempo que vengo observando que el muro de Facebook, el mío, concretamente, está albergando, cada vez más a menudo, discusiones, trifulcas cibernéticas entre amigos a los que aprecio y conozco que, por otra parte, nunca se han visto las caras y desconocen absolutamente la trayectoria vital de cada uno. Mi muro, en el que publico mis pensamientos, mis gustos, mis fotos, mis viajes, mis ideas y mis idas de olla, está convirtiéndose en lugar de encendidas discusiones entre desconocidos que, a veces, acaban tirándose los trastos a la cabeza. O casi.

No está en mi ánimo crear este tipo de situaciones, ni soy persona amante de la discusión, sino más bien del debate. Me jacto de tener amigos de variadas ideologías, me gusta poder hablar y debatir con personas contrarias a mi pensamiento, siempre que lo hagamos desde el respeto, sin levantar la voz, argumentando. No quedan muchas personas así, pero alguna hayla.

Me gusta pensar que, por delante de nuestra forma de ver la vida, la sociedad, el país donde vivimos, está la persona. Que ríe, que llora, que siente, que anhela, que sueña, que tiene frío, que caga, que mea. En eso todos somos iguales. Y es lo que a mí me importa. Y es lo que pongo siempre por delante. Por eso, cuando se encienden las almas, cuando los debates se convierten en trifulcas, suelo bajar la voz, acabo callándome. La salvamización que está sufriendo nuestra sociedad no me gusta, no me interesa, no me divierte.

Así que, llamadme cobarde si queréis, pero, a partir de ahora, voy a censurarme en mi muro. Dejaré de poner, al menos durante un tiempo, cualquier cosa que tenga que ver con la política patria, o con la religión, o con cualquier cosa que crea que pueda prender los ánimos de alguno de mis amigos. Amigos a los que aprecio, por cierto, por eso os tengo en Facebook. Me limitaré a poner cosas de allende los mares, de El Mundo Today y vídeos de gatitos. Con esos nunca hay problema.

lunes, 10 de julio de 2017

Un gato bibliotecario

A veces, cada vez más, me canso de esta actualidad tan árida y llena de malas noticias, así que hoy os voy a regalar una bonita historia de esas que te dejan con una sonrisa en la cara para el resto del día, con la misma intensidad con que se te mete una canción como Despacito en la cabeza, pero en positivo.

La historia comienza el 18 de enero de 1988, una gélida mañana de lunes, en la biblioteca de un pequeño pueblo de 12.000 habitantes del Medio-Oeste americano, en el estado de Iowa. Los empleados estaban preparándose para abrir, cuando oyeron un extraño ruído que provenía del buzón de la puerta donde se podían efectuar las devoluciones de libros en horario de cierre del establecimiento. Un poco extrañados, se acercaron, no sin miedo, y se encontraron con una pequeña criatura, un gatito de unas ocho semanas, desnutrido y con las zarpas congeladas. En el instante en que les miró a los ojos como si fuera el gato con botas de la peli de Shrek, decidieron adoptarlo.

La cosa no fue fácil. Se necesitó aprobación de la Dirección y también del Ayuntamiento. Pero al final, Dewey, que así le pusieron de nombre al gato, se quedó a vivir en la biblioteca, como integrante de la plantilla. El nombre venía de un sistema de catalogación muy usado en ambientes bibliotecarios, el Sistema de Clasificación Decimal Dewey (CDD). Humor de letras.

Era una época, finales de los ochenta, de crisis económica, en un pueblo muy golpeado por el desempleo. La directora, Vicky Miron, que llevaba poco tiempo en el cargo, tampoco pasaba por su mejor momento. Era madre soltera y venía de sufrir abusos en su matrimonio. Además, andaba preocupada por conseguir más usuarios para la biblioteca. Cuando vio que la encuesta que había organizado para elegir el nombre del gato había conseguido más de 300 propuestas, pensó que Dewey Readmore Books (así fue el nombre ganador, en serio) podía servir para atraerlos. Y así fue.

La historia comenzó a aparecer en la prensa local. Le gente iba a la biblioteca para conocer a Dewey, que era muy sociable y cariñoso. Niños que no podían tener gatos por ser alérgicos se acercaban un rato a ver a su "mascota" en la biblioteca. Empezaron a llegar donaciones para su alimentación. Incluso tenía un descuento como "empleado municipal" en el veterinario del pueblo.

El caso es que la llegada de Dewey supuso una inyección de ilusión y alegría en la vida de muchas personas de un pueblo sumido en una crisis económica importante. También en la de la directora de la biblioteca. Con su sola presencia, sin más.

En esta época que, no entiendo muy bien por qué, es temporada alta de abandono de animales, me gusta pensar en el efecto positivo que tiene el contacto con ellos. Cómo acompañan a personas que viven solas. Con qué ternura se dejan acariciar los burros por niños autistas. Con qué paciencia juegan los delfines con pequeños con parálisis cerebral. Cómo progresan estas personas, con la sola presencia de estos seres peludos a los que, casi siempre, miramos por encima del hombro.

Dewey consiguió alegrar el alma de mucha gente que lo conoció en los 19 años que estuvo en la biblioteca. Y a su dueña, se la debió de alegrar particularmente: escribió un libro que llegó a ser superventas nada más publicarse, habiéndose traducido a más de 30 idiomas. Yo, a lo largo de estos taytantos años de vida que tengo, he disfrutado de la compañía de muchísimos gatos y también de un perro. Espero y deseo que vosotros hayáis tenido el privilegio de vivir una experiencia así.  A los que no, os invito a ello. No os arrepentiréis.