lunes, 10 de julio de 2017

Un gato bibliotecario

A veces, cada vez más, me canso de esta actualidad tan árida y llena de malas noticias, así que hoy os voy a regalar una bonita historia de esas que te dejan con una sonrisa en la cara para el resto del día, con la misma intensidad con que se te mete una canción como Despacito en la cabeza, pero en positivo.

La historia comienza el 18 de enero de 1988, una gélida mañana de lunes, en la biblioteca de un pequeño pueblo de 12.000 habitantes del Medio-Oeste americano, en el estado de Iowa. Los empleados estaban preparándose para abrir, cuando oyeron un extraño ruído que provenía del buzón de la puerta donde se podían efectuar las devoluciones de libros en horario de cierre del establecimiento. Un poco extrañados, se acercaron, no sin miedo, y se encontraron con una pequeña criatura, un gatito de unas ocho semanas, desnutrido y con las zarpas congeladas. En el instante en que les miró a los ojos como si fuera el gato con botas de la peli de Shrek, decidieron adoptarlo.

La cosa no fue fácil. Se necesitó aprobación de la Dirección y también del Ayuntamiento. Pero al final, Dewey, que así le pusieron de nombre al gato, se quedó a vivir en la biblioteca, como integrante de la plantilla. El nombre venía de un sistema de catalogación muy usado en ambientes bibliotecarios, el Sistema de Clasificación Decimal Dewey (CDD). Humor de letras.

Era una época, finales de los ochenta, de crisis económica, en un pueblo muy golpeado por el desempleo. La directora, Vicky Miron, que llevaba poco tiempo en el cargo, tampoco pasaba por su mejor momento. Era madre soltera y venía de sufrir abusos en su matrimonio. Además, andaba preocupada por conseguir más usuarios para la biblioteca. Cuando vio que la encuesta que había organizado para elegir el nombre del gato había conseguido más de 300 propuestas, pensó que Dewey Readmore Books (así fue el nombre ganador, en serio) podía servir para atraerlos. Y así fue.

La historia comenzó a aparecer en la prensa local. Le gente iba a la biblioteca para conocer a Dewey, que era muy sociable y cariñoso. Niños que no podían tener gatos por ser alérgicos se acercaban un rato a ver a su "mascota" en la biblioteca. Empezaron a llegar donaciones para su alimentación. Incluso tenía un descuento como "empleado municipal" en el veterinario del pueblo.

El caso es que la llegada de Dewey supuso una inyección de ilusión y alegría en la vida de muchas personas de un pueblo sumido en una crisis económica importante. También en la de la directora de la biblioteca. Con su sola presencia, sin más.

En esta época que, no entiendo muy bien por qué, es temporada alta de abandono de animales, me gusta pensar en el efecto positivo que tiene el contacto con ellos. Cómo acompañan a personas que viven solas. Con qué ternura se dejan acariciar los burros por niños autistas. Con qué paciencia juegan los delfines con pequeños con parálisis cerebral. Cómo progresan estas personas, con la sola presencia de estos seres peludos a los que, casi siempre, miramos por encima del hombro.

Dewey consiguió alegrar el alma de mucha gente que lo conoció en los 19 años que estuvo en la biblioteca. Y a su dueña, se la debió de alegrar particularmente: escribió un libro que llegó a ser superventas nada más publicarse, habiéndose traducido a más de 30 idiomas. Yo, a lo largo de estos taytantos años de vida que tengo, he disfrutado de la compañía de muchísimos gatos y también de un perro. Espero y deseo que vosotros hayáis tenido el privilegio de vivir una experiencia así.  A los que no, os invito a ello. No os arrepentiréis.

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