jueves, 28 de abril de 2016

Vidas hipotecadas

Hace algunos días pude ver el estupendo documental "La Granja del Paso", de la actriz y directora Silvia Munt. El documental cuenta, con crudeza y sensibilidad, la realidad de las vidas de la gente que integra la Plataforma de Afectados por la Hipoteca de Sabadell.

Sin música, sin aderezos, casi como si fuera una cámara oculta, el documental nos muestra las preocupaciones, los sueños rotos, la esperanza perdida de mucha gente cuyas vidas se han vuelto del revés por culpa de la crisis. No se añade ni un gramo de dramatismo. No es necesario. Las vidas de estas personas hablan por sí solas.

La marroquí cuyo marido se ha vuelto a su país y la ha dejado sola, embarazada y sin recursos. En la calle. El autónomo que se metió en un negocio que le salió mal y se endeudó hasta las cejas. El padre de familia al que desahucian y ve cómo su casa permanece vacía durante años, allanada, llena de basura y decide volver para ocuparla con su mujer y su hija. El chaval con discapacidad al que le quitan la ayuda de poco más de 200 euros, únicos ingresos de toda la familia.

Pero también hay rayos de luz en este bosque de vidas rotas. La PAH de Sabadell "dispone" de un bloque de viviendas públicas que ocupan sólo en los casos más extremos y urgentes. Una señora, que no tiene prácticamente nada, le ofrece cobijo a la marroquí. El asesoramiento legal gratuito en todo lo relacionado con la dación en pago y la ocupación. Se ve, se respira, se huele la solidaridad entre personas que lo han perdido todo, menos la dignidad.

El documental te deja un sabor agridulce. Por una parte, está el mensaje positivo que se deja ver entre las rendijas de las historias de los integrantes de la PAH de Sabadell: se puede conseguir la dación en pago, se puede ocupar una vivienda mientras se solucionan los problemas, se puede contar con la gente. Pero por otra, me queda la amarga sensación de que los de siempre, los de arriba, siguen ganando. Se quedan con tu vivienda. Y tú, en la calle. Veo en el documental a gente celebrando que el banco se queda con su casa y le perdona la deuda. Entiendo su felicidad. Pero están en la calle, sin trabajo, sin hogar.

Mientras estas reflexiones bullen en mi cabeza, pienso en la repetición de las elecciones. En esta banda de políticos y gobernantes que nos han tenido engañados estos cuatro meses, cuatro meses en los que han seguido cobrando sus estupendas nóminas y dietas, a pesar de que no han hecho su trabajo, que era conseguir un gobierno para que esta gente, cuyas vidas están hipotecadas, pueda tener un futuro. Ellos siguen con sus nogociaciones, sus teatrales puestas en escena, su corta y egoísta mirada, que no va más allá de los sillones y los votos. Al mismo tiempo, la gente más golpeada por la crisis, gente como la del documental, celebran como victoria que el banco les quite la casa y les libere de las cadenas de la deuda. Una victoria, sí, pero pírrica.

jueves, 21 de abril de 2016

Trabajos de mierda

Hablaba de Guindos el otro día de que para reducir el déficit era imprescindible el crecimiento. Que no había otra manera de hacerlo. Y relacionaba, por arte de birlibirloque, el crecimiento directamente con la creación de empleo. Otra historia es la calidad de dicho empleo. Eso, a esta gente, le importa un pepino. O un pimiento, qué más da.

Leo en El Grifo que Juan Francisco sigue, después de 34 días, barriendo la plaza del Ayuntamiento de Carmona, quizás intentando mantener limpia la pisoteada alfombra de su dignidad, harta de desempleo. Y pienso en de Guindos. ¿Qué sabra este tío lo que es estar sin trabajo? ¿O tenerlo y que el salario no te permita ni siquiera cubrir tus necesidades básicas?

Y con estas dos reflexiones, pienso en las tres ofertas de trabajo que he recibido en año y medio que llevo en paro. Ninguna a través del SAE. Quizás debería llamarse SAD (Servicio Andaluz de Desempleo), pero esa es otra historia. La primera prometía. Contacté con un tipo que tiene una empresa de impresión 3D, y buscaba a alguien con mi perfil. Me citó para una entrevista en diciembre. Y allí me planté yo, puntual, con mi camisa limpia. Tras dos horas de conversación, en la que prácticamente tuvo lugar un monólogo sobre lo estupenda que era su empresa, va el tío y me dice: ¿qué me ofreces? Me quedé a cuadros pensando, pero el que ofrecía un empleo, ¿no era él? Total, que después de sesudas reflexiones, le envío un correo con mi "oferta": media jornada, 700 euros, autónomo, tres meses y luego hablamos. A día de hoy, no me ha contestado. Quizás pedí demasiado.

La segunda "oferta" era para una empresa constructora. Se repite, más o menos, el mismo esquema. Tras cuarenta minutos de monólogo, me dice el tipo, treintañero, con su chaleco de PdH y su pelo lleno de Patrico: mándame un mail y dime qué me ofreces. Otra vez la misma cantinela, me digo. Y otra vez me ofrecen un "contrato" de autónomo. Ah, y me dice que en uno o dos meses, si trabajo bien, empezaré a cobrar.

La tercera, estaba más definida. Sólo tenía que decir que sí. La oferta era, sorpresa, de autónomo. El salario, si me cundía el trabajo, unos 900 euros al mes. Si le quitamos la cuota de autónomo, de casi 300 euros, nos quedan unos estupendos 600 €. Todo un capital.

Este es el empleo que se está creando en España. Este es el empleo que crea el crecimiento que de Guindos considera imprescindible para seguir en la senda de la salida de la crisis. Los políticos lo venden como algo positivo, sin entrar en detalles. Mucha gente a mi alrededor me dice que lo coja, que no tengo otra cosa. Los empresarios dicen que no pueden pagar más, que hay que arrimar el hombro. Todos los llaman trabajos. Para mí, honestamente, son trabajos de mierda.

martes, 12 de abril de 2016

No es país para forasteros

Daniela es italiana, de Treviso. Ha venido a Sevilla para conocer la Feria. Lleva tiempo aprendiendo  flamenco y sevillanas en su ciudad y tiene muchas ganas de bailar en lo que para ella es la capital mundial de este arte. Y como tiene un amigo en Sevilla, no podía dejar pasar esta ocasión.

Llega el día señalado, y Daniela va con su amigo a la Feria. Han quedado, cómo no, en la Portada, para ver el alumbrado. Se ha puesto su traje de flamenca en el hotel, con todos los complementos. Está nerviosa. ¿Daré la talla? ¿Se notará mucho que soy guiri? Guiri, esa palabra con la que los sevillanos se refieren a los extranjeros le hace mucha gracia y la usa siempre que puede.

Llega al lugar de la cita y, milagrosamente, ve a su amigo entre la marabunta de gente que hay en la Portada. En unos minutos tendrá lugar el magno acontecimiento. Tiene mucha curiosidad. A las doce cero cero se encienden todas las bombillas de la Feria. Ea, listo. ¿Y esto era lo del alumbrao?, piensa. Pues tampoco era para tanto.

Foto: Pepo Herrera
Entre cientos, miles de personas, mirando sus móviles, bailando en medio de la calle, bebiendo, se encaminan a la caseta en que han quedado. Su amigo le explica que, como él no es realmente de Sevilla, no tiene muchas opciones, no conoce a mucha gente feriante, así que van a intentar engancharse con los amigos de su mujer. En la Feria, si eres de fuera y no conoces a nadie, no puedes entrar en casi ninguna caseta. Algo es algo. Daniela empieza a sospechar que la Feria que tanto se anuncia a bombo y platillo en la tele invitando a visitarla no es tan abierta y acogedora como ella creía.

Por fin llegan a la caseta. Los tacones la están matando. A su amigo, que va vestido con vaqueros y  una camisa que lleva por fuera de los pantalones, lo mira el guarda de seguridad de arriba a abajo. Ella piensa que está bien vestido, así que no entiende que lo miren como si fuera un pordiosero. Las mujeres están guapísimas en sus trajes de gitana, y no de faralaes, como le había dicho a ella su profesora de flamenco, que es de Madrid. Los hombres van raros, casi todos de chaqueta y corbata. No le pega nada la chaqueta y la corbata con el traje de flamenca, pero ya le habían avisado. Le encanta como bailan. Mujeres, hombres, niñas y niños, gente de todas las edades. Es una fiesta para todos. La gente bebe, come, charla animadamente. Mientras su amigo intenta pedir en la barra, ella va al servicio. Una limpiadora acepta la voluntad a cambio de limpiar el baño. Me habían dicho que aquí se generaba mucho empleo, pero no pensaba que de este tipo, piensa Daniela.

Foto: Visitasevilla.es
Cuando vuelve, el amigo tiene listo un vaso con rebujito, esa bebida de la que tanto le han hablado. Lo prueba. Está rico, pero le parece que lleva hielo, más que nada. También hay tortilla de patatas, jamón, queso... La tortilla parece que la hicieron hace tres días, y está un poco escuálida. El jamón, está bueno, pero alucina cuando se da cuenta de que debajo de la primera capa de lo que ella creía que era una montaña de delicia de ibérico, lo único que hay son picos, esas barritas de pan duro que tanto le gustan. Cuando pregunta lo que ha costado todo, piensa en salir corriendo de la caseta. ¿Aceptarán tarjeta?

Pasan las horas. Unos amigos llegan. Otros se van. Los móviles no paran de sonar. Se atreve a bailar, aunque le da vergüenza. Conforme se van regando el gaznate, el número de valientes que la sacan a bailar va aumentando. Es divertido, un baile folclórico pero que sigue vivo, piensa. El amigo charla con unos que empiezan a mirar el reloj y le dicen algo. Ellos van vestidos con chaqueta y corbata y le señalan su ropa, poniéndole mala cara. De repente, el amigo viene hacia ella y le dice que son las nueve y que se tienen que ir. Salen precipitadamente de la caseta, los dos solos. En la calle, de tierra, huele a mierda de caballo y a algodón de azúcar, una mezcla que, junto con los rebujitos que lleva encima, le provocan ganas de vomitar. Ya en el exterior, mientras mira de reojo a un gitano que vende tabaco a precios sospechosamente bajos, el amigo le explica que a partir de las nueve de la noche hay que ir de chaqueta y corbata en la caseta. Por eso se han tenido que ir.

Como el amigo no tiene más recursos caseteros, deciden comerse unos churros con chocolate antes de emprender el camino de vuelta a casa. Y Daniela, que ha estado en otras fiestas multitudinarias de España, los Sanfermines, las Fallas, las Fiestas de Menorca, en las que se lo ha pasado pipa, sin problemas de casetas ni etiquetas, piensa: No. La Feria no es país para forasteros.

jueves, 7 de abril de 2016

Huérfano

Huérfano. Así es como me siento cada vez que acabo una serie que me ha gustado mucho. También me pasa con los libros. Es una sensación de vacío que me desagrada tremendamente, pero es el precio que tengo que pagar por disfrutar de maravillas como la serie danesa Borgen.

La semana pasada terminé con el último capítulo de la tercera temporada. Llevaba tiempo oyendo hablar de la serie, en la radio, y leyendo estupendas críticas en el periódico, pero tardé en lanzarme a verla. Una serie danesa. Sobre política. Qué pereza, ¿no?

Pero, confiando en las recomendaciones de periodistas a los que admiro y con los que comparto gustos y aficiones, procedí, con mi amada compañera y esposa, a ver el primer capítulo. Y nos encontramos con una serie que, con la frialdad que uno espera de estos nórdicos ordenados y limpios, pero también con la calidez de sus hogares y su civilizado comportamiento, muestra, con relativa crudeza, los entresijos de la política y la sociedad danesas, no tan idílicas como parecen.

Borgen es el equivalente a nuestra Moncloa, la sede de los tres poderes del estado danés y la oficina de la Primera Ministra, con algunas, o quizás muchas diferencias. La Primera Ministra del país no vive allí, sino que sigue viviendo en su casa habitual, llevando a sus niños al colegio, compartiendo, en la medida de lo posible, su vida normal con su familia. La relación con la prensa es fluída y permanente. Se ve con naturalidad la presencia de los periodistas en la sede del gobierno. Se dan explicaciones en la televisión. Se debate. Se dimite. Algo que parece de otro planeta, ¿no?

Ahora que llevamos ya tres meses de negociaciones, o como mejor las llaman algunos, nogociaciones, por ahora infructuosas, entre los partidos del parlamento para formar gobierno, me acuerdo de lo que ví en la primera temporada de la serie, en la que se presenta una situación parecida, con un congreso danés muy fragmentado y negociaciones despiadadas para conseguir un trocito de la codiciada tarta del poder. Reuniones en la calle, a medianoche, puñaladas políticas por la espalda, cambalaches y regateos para recabar apoyos de partidos teóricamente opuestos, alianzas contra natura... Todo esto se ve en Borgen, de una manera directa, sincera. Es la política, estúpidos, parafraseando al famoso asesor de Clinton en su primera campaña presidencial.

Borgen muestra también distintos aspectos de la sociedad danesa, muchos de ellos extrapolables a la nuestra. La legalización de la prostitución, el trato a las minorías sociales, el uso de la política exterior para conseguir popularidad, el exilio a las instituciones europeas de políticos molestos, el poder de influencia de la industria en la política, el eterno conflicto sanidad pública - sanidad privada, el trato de la vida privada de la familia de la Primera Ministra por parte de la prensa... Todos ellos son temas apasionantes que la serie trata con rigor dejando muchas preguntas en el aire para que sea el espectador el que llegue a sus propias conclusiones.

La estupenda serie danesa parece decirnos, al final, que la política es así. Que los pactos entre fuerzas políticas son, no sólo necesarios, sino irremediables, en estos parlamentos cada vez más fragmentados. Que las escenificaciones ante la prensa están perfectamente calculadas por los asesores de prensa, de gran peso en la serie, y que muchas veces no tienen nada que ver con lo que se cuece realmente entre bastidores. Esta es la realidad, señores. Y no estoy seguro de que nuestros queridos políticos se hayan enterado de ello, viendo cómo se desarrollan las negociaciones para formar gobierno en nuestro país.

viernes, 1 de abril de 2016

2340 €

Estaba yo esta mañana desayunando tranquilamente mi media de pringá con mi cafelito con leche leyendo mi periódico de los viernes cuando me encontré con la grata sorpresa de que el Rey se ha subido el sueldo un 1 %, lo que vienen a ser 2.340 € del ala. Y me ha entrado un noséquéquequéséyo, unas calores, un subidón de adrenalina por dentro que me ha hecho cambiar totalmente el contenido del artículo que iba a escribir esta semana para El Grifo. Al final, la cosa se ha quedado en la siguiente carta, con la que me dirijo al Jefe del Estado. Que la lea o no, me da bastante igual, pero no puedo afrontar el fin de semana con la mala baba que me ha entrado dentro de mis entrañas más profundas. Tengo que soltarlo, no quiero perecer de un ataque de mala leche.

Estimado Felipe, Don Borbón, Su Majestad o como quiera que me tenga que dirigir a usted, vos o lo que sea menester. Soy republicano y no me manejo bien en estos terrenos realmente majestuosos. Hasta donde yo sé, va a cobrar usted 2.340 € más que el año pasado, 236.544 € brutos anuales en total. Se ha aplicado usted la subida del 1 % establecida en las retribuciones de los funcionarios. Eso está muy bien. Igualdad ante todo, no va a ser usted menos que nadie. Aunque no tengo claras sus condiciones laborales. ¿Es usted funcionario? ¿Tiene un contrato por obras y servicios? Y qué bien le van a venir esos 2.340 € más para darles algún caprichito a las niñas, ahora que llega época de comuniones. O para una escapada con su mujer, la de "Lo demás, merde".

Quizás, desde la atalaya donde vive, no sepa lo que representarían para muchos españoles esos 2.340 €. Quizás no le parezca demasiado dinero como para tener en cuenta que puede ser una subida un tanto inapropiada en estos tiempos que corren, por cuestión, aunque sea, de ética estética. Yo se lo puedo explicar. 2.340 € es 3,57 veces el Salario Mínimo Interprofesional de nuestro desigual país. O sea, que se supone que con el 1 % de lo que usted cobra, un trabajador que cobre el SMI podría vivir tres meses y medio, según ustedes, los de arriba, los que han decidido esa arbitraria cifra de 655,20 €. Visto así, es mucho dinero, ¿no? Pero claro, usted no puede soportar la subida del IPC, la vida está muy cara en España, y no puede perder poder adquisitivo, pobretico. Esos relojes, esas botellas de Moët Chandon, esos coches no caen del cielo, ¿verdad?

Para que usted lo entienda mejor, lo que son 2.340 € para muchos españoles, le voy a explicar mi caso. Soy arquitecto. Hablo inglés y algo de francés y alemán. También tengo Máster, cómo no. Lo que quiero decir es que tengo una, en teoría, buena formación, que me iba a garantizar éxito laboral. Pero parece que no en España. Llevo parado ahora casi dos años, aunque no es mi primer periodo de desempleo. El Estado me da un subsidio de 213 € al mes por no tener otra prestación y ser padre de una niña que está a mi cargo. Estupendo, ya tengo los pañales y las toallitas al menos cubiertos. Mi niña no irá sucia por ahí. Otros 100 € me los pagan por escribir en una página web de contenido ecológico tres artículos a la semana. Y mi madre, bendita ella, me pasa otros 500 € al mes para completar mi "sueldo". Con estos 813 €, haciendo malabares y recibiendo otras ayudas familiares paso, más o menos los meses. En resumen, y siendo breve, con sus 2.340 € podría vivir yo unos tres meses.

No me quejo. Soy, mayormente, feliz, tengo salud y he aprendido a vivir con muy poco y a disfrutar mucho con cosas que no cuestan dinero. El problema está en la certeza que tengo de que muchos de los que dirigen nuestras vidas y deciden sobre nuestros salarios, alcaldes, diputados, ministros, presidentes y reyes, no tienen ni puta idea, con perdón, de lo que es vivir con menos de 1.000 € al mes. De lo que es no poder pensar en el futuro porque si no dejarías de dormir por las noches. De lo que es vivir al día, sin plantearte casi nada más. Casi sin poder elegir. Y se ríen en nuestras caras cuando se suben el sueldo con la excusa del IPC o gilipolleces similares. ¿Entiende usted ahora por qué soy republicano?