miércoles, 23 de diciembre de 2015

Indecente

Andaba yo el otro día, iluso de mí, buscando aparcamiento en el centro de Sevilla para ir a hacer mi compra ecológica en la tienda de La Ortiga, cuando me topé, en la calle Narciso Bonaplata, con un gentío que yo achaqué, en un principio, a un belén o a una administración de lotería de esas que la gente cree que da suerte. Pero no, conforme me acercaba a una velocidad de crucero de unos 5 km/h (podría haber ido andando, habría llegado antes), ví que la cola era de gente que esperaba su turno para entrar en el Economato Social Casco Antiguo, regentado por la Fundación Casco antiguo, formada por diversas hermandades de la ciudad. Gente que no tiene ni para comer, sí, en 2015, sí en una de las potencias mundiales, sí, la de la Marca España.

Ahora que estamos con la resaca de la campaña electoral y las elecciones, me ha venido a la mente la que quizás ha sido la palabra de estos últimos días: "indecente". Tremendo y ofensivo insulto para unos, mero y simple adjetivo para otros. Siempre que vuelvo a oír hablar del asunto de la famosa palabrita, me viene a la cabeza la imagen de esa cola de gente, hombres, mujeres, mayores, jóvenes, niños, españoles, inmigrantes, esperando pacientemente en una estrechísima acera su turno para comprar alimentos y productos de primera necesidad, muy baratos o gratis, gracias a la desinteresada colaboración de la Fundación Casco Antiguo y sus voluntarios. Eso sí que es indecente.


Que en pleno siglo XXI, en un país desarrollado, con una renta per cápita de más de 24.000 euros, haya gente que no tiene ni para comer, es indecente. Que casi el 30% de la población española (datos de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza, EAPN), más de 13 millones de personas, esté en riesgo de pobreza y exclusión social, es indecente. Que sean entidades privadas y sin ánimo de lucro las que se tengan que hacer cargo de toda esta población, es indecente. Que solucionar esto no sea una prioridad para ningún gobierno, es indecente.

Estamos en época de búsqueda de pactos, tras los no tan sorprendentes resultados de las elecciones. Y, al contrario de lo que han dicho algunos, no son reflejo de una sociedad enferma. Son el grito de una sociedad que, en parte, pide cambios, pero, a la vez, es partidaria de que todo siga igual. Cada uno vota, al final, según le va. Por lo menos en España.

En este bendito país, no progresaremos, no solucionaremos problemas como el de la pobreza hasta que no seamos conscientes de que, para bien o para mal, tenemos que trabajar juntos. Siempre habrá distintas opiniones, derecha, izquierda, centro y gente que no se siente cómoda en ninguna de las anteriores ideologías, así que habrá que dejar de gobernar, de legislar, de presupuestar contra los demás y pasar a hacerlo con ellos. Perderíamos menos el tiempo.

¿Por qué no establecemos unos mínimos comunes imprescindibles, nos ponemos de acuerdo y solucionamos lo más indecente? Si lo conseguimos, cosa que dudo, podremos pelearnos por los detalles después. ¿Por qué no nos ponemos como objetivo que nadie en España pase hambre? ¿Por qué no nos ponemos de acuerdo en darle a la población una educación de calidad, pública y gratuita? ¿Por qué no nos ponemos de acuerdo en un plan energético que nos garantice una independencia energética total? Eso sí que sería una buena Marca España.