viernes, 6 de enero de 2012

Las cincuenta

El otro día fuí a un chino a comprar papel de regalo. Sí, lo confieso, fuí a un chino a comprar. Hace tiempo me dije, tras ver cómo se me rompía un paraguas que acababa de comprar en uno de estos maravillosos establecimientos, que no volvería a comprar allí, pero es que los tíos son muy listos y han puesto uno al lado de la casa de mis padres. Bueno, a lo que voy, el caso es que había allí unos clientes pagando. El chino, en un español medio decente, les dijo que eran 45,50 €, a lo que uno de ellos respondió: "¿quieres las cincuenta?". Y no, no penséis que se refería a cincuenta gallinas, o cincuenta cervezas o cincuenta carteras llenas de billetes de 500 euros. Estaba hablando de los céntimos.


Hace tiempo que vengo observando que muchísima gente atribuye el género fémenino a los céntimos. Para los de la ESO: que el personal dice "las 50 céntimos", en vez de "los 50". 
Tras sesudas reflexiones he llegado a la conclusión de que no es por el tema éste tan de moda de la igualdad que obliga a políticos y simpatizantes de lo políticamente correcto a enredarse en el vosotros/vosotras, todos/todas y demás sandeces que tenemos que sufrir actualmente, no. La cuestión es que me da la sensación de que el personal echa de menos la peseta. Es como si nos pareciera bien el euro para las cosas más caras, más lejanas al común de los mortales, y necesitáramos del calor cercano de la peseta para las cosas más mundanas, más baratas, que todavía se pueden contar en céntimos.


Supongo que no soy el único que desde el primer día en que el dichoso euro entró en nuestras vidas se dio cuenta de que, por arte de birlibirloque (¿qué diantres será un birlibirloque? Le dedicaré una entrada otro día...), todo pasó a costar mucho más. El café, de 100 a 166 ptas. Una barra de pan, de 50 a 80 ptas. Etc, etc. Sin embargo, por otro misterioso fenómeno, los sueldos no sufrieron estas estratosféricas subidas, con el lógico resultado de que nos hemos tenido que rascar los bolsillos muchísimo más desde aquél fatídico uno de enero de 2.002.

Me resulta entrañable esto de llamar en femenino a los céntimos, este inconsciente deseo colectivo de volver a nuestra querida y cercana peseta.  Y me da igual lo que digan los papás mercados, la prima de riesgo o el abuelo FMI: hoy por hoy, el euro, al ciudadano de a pie, al currito de la calle, no le ha supuesto más que quebraderos de cabeza y poco o ningún beneficio real, más allá del simplón hecho de poder viajar a la vieja y rica Europa sin tener que pagar abusivas comisiones por el cambio de moneda: pobre mejora a cambio de la gran pérdida de poder adquisitivo que hemos sufrido todos. A mí, ahorita mismo, me encantaría que volviera la peseta y sus asequibles y razonables precios. Así que, a partir de ahora, llamaré a los céntimos en femenino, a ver si sirve para algo.

3 comentarios:

  1. Con 2.000 ptas tenía para mucho, ahora un billete de 20€ no dura ni el tiempo que sale del cajero. Nos timaron con el euro, pero ahora ya no se puede ehcar marcha atrás, estaría demasiado devaluada.

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  2. Bueno, llevo tiempo escuchando que no hay vuelta atrás, que si no hacemos esto vamos al desastre, que no hay otra... Y todo sigue igual. De hecho, cada vez peor. No sé, me da la sensación de que nos están tomando el pelo de mala manera. Espero estar equivocado.

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  3. Lo malo de cambiar de moneda es que sale al uso mucho dinero negro procedente del fraude. Las billatas de 500 euras que se atesoran en este país saldrían. Me relamo con la idea. ¿Y si le doy un poco a la neurona? No, que soy de la ESO y nosotros no pensamos. Nos lo dicen todos los días. Bueno, voy a ver si la uso un poco... ¿En qué se suele invertir ese dinero para blanquearlo?... En propiedades. Donde nosotros con nuestro dinero blanco no podemos competir. A no ser que todos seamos igual de chorizos, entonces...
    Ya fuera de comentarios capciosos. Recuerdo mi tierna infancia. Todo era más caro excepto la vivienda y la esperanza.
    Me ha venido a la cabeza un recuerdo. A mis 18, en 2003 me compré una caja de 48 colores que ni en mis mejores sueños en la infancia.

    Clío

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