viernes, 20 de mayo de 2016

Ciudadanos

Acabo de volver de pasar una estupenda semana en la maravillosa isla de donde procede mi madre, Menorca. Una isla pequeña en tamaño, pero muy grande en lo que ofrece. El domingo tuve la suerte de visitar la Isla del Rey, en el espectacular puerto de Mahón. Esta pequeña isla, al igual que Menorca, tiene una historia muy interesante y peculiar.

La Isla del Rey no es más que un pequeño islote triangular de poco más de 4 ha de superficie, situado en el puerto de Mahón. No habría tenido ningún uso en particular si no fuera por su ubicación en uno de los puertos más cotizados del Mediterráneo a partir del siglo XVIII, con el auge de la navegación, al ser una base perfecta para las armadas más importantes del momento (inglesa, francesa y española), que lucharon por su posesión durante siglos. En 1.711, los ingleses fundan un hospital en la isla con la idea de asistir a los soldados integrantes de su potente armada para que estuvieran sanos y en forma para poder trabajar en los barcos de su flota, que podía fondear en este puerto y proteger así el para ellos estratégico Mediterráneo sin tener que volver al lejano Londres. Durante el s.XVIII el hospital se amplía en sucesivas reformas y llega a tener 1.200 camas.

El hospital funcionó hasta 1.964 y a partir de ese año las distintas administraciones con competencias en la isla (Ayuntamiento, Consell, Medio Ambiente, Ejército) se desentienden del magnífico edificio, que llega a un estado de ruina y abandono total con el paso del tiempo, a pesar de que en 1.979 es declarada Monumento Histórico y Arqueológico la Basílica Paleocristiana que se encuentra también en la isla.

Hasta aquí va la pequeña, pero imprescindible, introducción histórica. Ahora voy al grano del artículo. Ante la desidia de las diversas administraciones, en 2.004, un grupo de personas, particulares, constituye la Asociación de Amigos de la Isla del Rey y se pone a trabajar para recuperar el Hospital, de forma voluntaria y con poquísimos recursos. Doce años después, el hospital está parcialmente recuperado y la isla es una visita obligada para cualquiera que pase por Menorca. De hecho, en 2.008 recibió la visita del Rey Juan Carlos.

Todo ha sido hecho con trabajo de voluntarios, menorquines, ingleses y gente de otras nacionalidades se han puesto manos a la obra y han ido haciendo labores de jardinería, limpieza, catalogación o construcción, aportando cada uno su pequeño grano de arena. Ahora que vemos cómo sigue ardiendo el cementerio de neumáticos de Seseña, que ha ido creciendo durante quince años hasta convertirse en el monstruo que es hoy en día, mientras las distintas administraciones miraban para otro lado o se echaban la culpa unas a otras, me surge esta pregunta: ¿Es culpa sólo de las administraciones?

Vivimos en un país en el que no hay cultura de ciudadanía. No se nos educa como verdaderos ciudadanos, se nos forma para que trabajemos, paguemos impuestos y votemos cada cuatro años. Y poco más. La participación de la gente en la sociedad, a través de ONGs, asociaciones o cualquier otro tipo de entidad es minúscula. Siempre que ocurre algo, esperamos que nos lo solucionen los de arriba. Nos quejamos mucho, pero actuamos poco. El activismo de ratón, en redes sociales, es altísimo, pero las manifestaciones, si no tienen que ver con el deporte rey, no superan los dos o tres centenares de personas, en general. La gente de astilleros, si se queda sin trabajo, se lo piden a la Junta. Los de Delphi, nueve años después del cierre de la fábrica de Puerto Real, siguen pidiendo acciones a la administración pública para solucionarles la vida. Y podría seguir.

Una actuación como la de esta gente de Menorca, que, en poco más de una decada, han recuperado de forma admirable, un edificio que forma parte de su patrimonio histórico y cultural, me parece poco menos que imposible en nuestra tierra. Cada vez que paso por el Monasterio de San Isidoro del Campo se me cae el alma a los pies. Y no digo que las distintas administraciones no tengan su parte de culpa y responsabilidad, pero echo de menos un poco más de acción y responsabilidad por parte de la gente. Una sociedad cohesionada, con sentimiento comunitario y solidario y con espíritu emprendedor, como es la británica, por poner un ejemplo, suele salir rápidamente y con energía de crisis como la nuestra. Pero hay que trabajar. Y pensar en los demás, y no sólo en uno mismo. Quizás ahí esté nuestro problema.