viernes, 1 de diciembre de 2017

Y mientras tanto...

Un amigo lleva tiempo publicando noticias que, en un país medio decente, estarían en la portada de todos los periódicos, en los titulares de todos los telediarios, por su importancia, pero que en España están siendo fagocitadas por el ya tedioso y jartible tema catalán. Las aventuras del señor M.Rajoy de los papeles de Bárcenas, la sequía que nos asola, el agotamiento al que tienen sometido al Fondo de Reserva, casi esquilmado... Los ejemplos son múltiples, noticias que se dicen en voz baja, colocadas entre las ocurrencias de Willy Puigdefog y la última ventosidad de Cristiano. Y cada vez que lo publica, escribe siempre la misma frase: "Y mientras tanto...".

El otro día ví la magnífica entrevista que le hicieron al escritor e historiador israelí Yuval Noah Harari en una charla TED que se titulaba "Nacionalismo vs Globalización". No os creáis que soy un sesudo intelectual que conoce a un escritor e historiador israelí de exótico nombre: me lo chivó una tía mía. El tipo conoció la fama mundial con su libro "Sapiens: una breve historia de la humanidad", bestseller con más de un millón de ejemplares vendidos, un ensayo en el que, de forma amena y sencilla, hace un interesante recorrido por los más importantes acontecimientos de la humanidad que nos han traído hasta la actualidad.

En la charla, periodista y entrevistado trataban de abordar la explosiva situación mundial que vivimos ahora, con líderes populistas dirigiendo los países más importantes del planeta, un cambio climático que parece imparable, robots que poco a poco van sustituyendo al hombre en muchas actividades... La conversación es muy distendida y amena durante toda la entrevista, a pesar de la gravedad de los asuntos que se trata en ella.

Harari explica que hay una serie de problemas globales (cambio climático, migraciones...) que están siendo abordados con políticas nacionales, que nunca serán capaces de resolverlos. Aboga por una especie de entidad supranacional que tendrá que ir haciéndose cargo de estos asuntos, y ve absurdos e inútiles los movimientos nacionalistas en un mundo tan globalizado. Son, para él, reminiscencias de otra época, impropios del siglo XXI.

También comenta el escritor que deberíamos preocuparnos por los robots, que avanzan imparables sustituyéndonos en muchas labores. En la sociedad del futuro habrá gente que nunca encontrará empleo. Habrá que hablar de la renta básica universal, pero no por países, sino planetaria. Si no, no servirá para nada.

Otro tema interesante que aborda Harari es que parece que estamos entrando en un cambio de fase de la humanidad, sin quererlo, y sin saberlo, algo que ha ocurrido a lo largo de la historia. Él visualiza un futuro de robots que dejan sin trabajo a los humanos y no ve a ningún político preocupado por esto. Trump quiere poner un muro en México, dice, pero el problema le puede venir de California, donde están las empresas tecnológicas que están modelando el futuro de la humanidad.

Termina la interesantísima charla y me quedo con un sabor agridulce. Por una parte, estoy contento, me ha mostrado una nueva forma de mirar el complejo mundo en que vivimos. Por otra, me queda la sensación de que, mientras todos hablamos y vociferamos sobre Cataluña, la corrupción o el ojo de halcón, el mundo debería estar intentando solucionar los graves problemas que están ya aquí, como el cambio climático, las migraciones o la desigualdad. Y mientras tanto, nuestros políticos jugando a las elecciones. Así nos va.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Paso del Black Friday

El próximo viernes, como todos los últimos viernes de noviembre del pasado más reciente de nuestro país, muchos os entregaréis a la vorágine consumista que nos viene de Trumplandia y caeréis en las redes del Black Friday, tirando de tarjeta o cartera. Pobres de vosotros.

El origen del Black Friday se pierde en la noche de los tiempos. Algunas versiones se remontan al 24 de septiembre de 1869, un viernes en el que, por motivos especulativos, el mercado estadounidense entró en bancarrota (¿Os suena?). Otras nos hablan del caos de tráfico que se produjo en Nueva York el 19 de noviembre de 1975, un día que el New York Times calificó como "black". En cualquier caso, el Black Friday es el último viernes de noviembre, el día después de la gran fiesta americana, el Día de Acción de Gracias, que muchos comercios aprovechan para hacer grandes descuentos y adelantar así la campaña de Navidad.

La capitalista costumbre llegó hace pocos años a España, y cada año va cobrando más fuerza. De hecho, haciendo un gran alarde de imaginación, muchas empresas lo están estirando hasta el infinito: que si la semana azul, que si el mes amarillo... El caso es rascarle el bolsillo a la gente. Que compren.

Hoy me he leído un artículo en The Guardian, del columnista George Monbiot, que habla precisamente de esto. Pero el escritor británico lo hace en términos medioambientales, llegando a decir que, con estos comportamientos, acabaremos destruyendo el planeta.

Monbiot habla de cómo, en estos días de grandes ofertas y rebajas terminamos comprando objetos inútiles, que acaban muchas veces arrinconados al fondo de un armario. Escribe sobre el crecimiento económico, ese objetivo que nadie discute, ese fin último que dirige nuestras vidas y que terminará, según el capitalismo, repartiendo la riqueza a todos los habitantes del planeta, haciéndonos llegar al mismísimo paraíso.

Desde 1970 se "celebra" el Día de la Sobrecapacidad de la Tierra, día en que la humanidad ha consumido los recursos que el planeta produce en un año. Desde entonces, este día no ha parado de adelantarse. Este año ha sido el 2 de agosto. Para que lo entendáis, el 2 de agosto de 2017, todos los que habitamos en la Tierra habíamos emitido más carbono del que los océanos y bosques pueden absorber en 1 año, pescado más peces, talado más árboles, cosechado más y consumido más agua de lo que nuestro planeta es capaz de producir en el mismo período de tiempo. Desde ese día hasta final de año, vivimos a crédito. Una locura, ¿no?


Monbiot concluye en su artículo que esto no cambiará con una vida más verde. El reciclaje, las energías renovables, el uso del transporte público no están mal, pero no son la solución, según él, al gran problema medioambiental al que nos enfrentamos. De hecho, explica que, según algunos estudios, el activismo ecológico no garantiza que la huella ecológica se reduzca. La ecología se practica más entre personas de las clases más pudientes, que son, a su vez, las que más CO2 emiten y más recursos consumen a lo largo de su vida. De nada sirve reciclar compulsivamente si luego te vas de vacaciones al Caribe.

Según el escritor británico, hace falta un cambio de sistema. El crecimiento infinito no tiene sentido en un planeta finito, es inviable. Según un estudio del World Economic Review, el 60 % de las personas más pobres del planeta recibe solo el 5 % del crecimiento económico mundial. Para que lo entendáis, hacen falta 111 $ de crecimiento para reducir la pobreza en un solo dólar. Un sinsentido, ¿no?

Hay que crear un sistema en el que el crecimiento no dependa del consumo de recursos. Mejor, un mundo en el que el crecimiento no sea necesario para el bienestar de las personas. En el que el consumo no sea la única forma de mantener todo este tinglado a flote. Por todo este rollo que os he soltado, este viernes celebraré mi "Día sin compras". Paso del Black Friday.

lunes, 13 de noviembre de 2017

El futuro del pan tumaca

Por si hay algún lector catalán de El Grifo, cosas más raras se han visto, primero quiero aclarar que ya sé que no se escribe así, sino pa amb tomàquet, pero dado que el público de este medio es mayormente castellanohablante lo escribo como lo decimos en la península no catalana.

Sigo con un inciso culinario que me voy a permitir, dada la libertad con que nos regala el redactor jefe de este magnífico escaparate mediático que es este digno periódico local. Quiero aprovechar para deciros, queridos lectores, que la cosa esa que os ponen en los bares de por aquí, ese demoníaco tomate rallado en botes de ketchup, o en pequeños cuenquitos de duralex transparente, no tiene nada que ver con el pan tumaca original, maravilloso invento proveniente de la región rebelde de Cataluña. Ni tampoco ese sucedáneo de salmorejo que ponen en algunos sitios "modernitos". Y lo de las rodajas de tomate, mejor dejarlo para una buena hamburguesa.

Como bien explican en el blog culinario El comidista, el pan tucama original que gracias a mi menorquina madre he podido disfrutar desde que tengo uso de razón, comienza por un buen pan, de tipo payés, de estos que tienen huecos y espacios que serán colonizados en su momento por el aceite de oliva. Después, usando un tomate pequeño, tipo pera, muy maduro y cortado por la mitad, se restriega este como si no hubiera un mañana. Sí, he dicho restregar, pringándote bien los dedos, haciendo una buena carnicería con el tomate, retorciéndolo como si fuera una oreja de tu peor enemigo. Nada de rallar ni similares. Una vez tengamos el pan bien empapado en tomate, se sala y se riega con un buen chorreón de aceite. A partir de aquí, la imaginación al poder: un buen jamón o una buena sobrasada rematarán la faena con gran dignidad.

Y ahora, vamos al grano del asunto. ¿Qué es lo que me preocupa del futuro del pan tumaca? Pues veréis, no sé si lo sabéis, pero en estos días en los que la gran preocupación de los españoles es el Catalangate, se está celebrando en Bonn, la antigua capital alemana, la cumbre del clima COP23, donde se intenta convertir en realidad lo acordado en París hace dos años, con la lamentable ausencia de los EEUU. Sí, mientras el president cesado está de vacaciones en Bruselas, el cambio climático sigue su curso. Y afecta también a la molt honorable comunitat catalana.

Según el Tercer Informe sobre el Cambio Climático en Cataluña, elaborado por la Generalitat, la temperatura media ha aumentado en la comunidad desde 1950 a razón de 0,28 ºC cada década, especialmente en verano. Los días de frío y de nieve son cada vez menos. La temperatura del agua en la Costa Brava también ha subido. Las proyecciones de futuro siguen en la misma línea, con temperaturas en aumento y precipitaciones en descenso. Se espera también un aumento de las precipitaciones intensas en el comienzo del verano, con el consiguiente riesgo de inundaciones. También se prevé un aumento en el número de aludes y de su volumen, y en la duración de los períodos de sequía. Y un crecimiento de la erosión en las playas, debido al crecimiento del nivel del mar y al incremento de temporales marinos.

¿Y en qué afecta todo esto al pan tumaca? Pues no lo sabemos exactamente, pero podría ser que el tomate de untar, variedad pequeña, de 3 a 5 cm de diámetro, que se usa para elaborarlo, tuviera que cultivarse en los Pirineos, por ser imposible su cultivo en zonas más bajas. O a lo mejor habría que importarlo de los Países Bajos, cerca de la Bélgica que tanto ama el president cesado. Quizás haya que usar aceite de palma, en vez del de oliva, por no soportar los olivos catalanes los tórridos veranos que nos esperan.

Queridos indepes, estéis o no dentro del Estado Español, como decís vosotros, el cambio climático os afectará. La agresión del ser humano al medio ambiente no entiende de fronteras. No creáis que viviréis en una arcadia catalana, en la que permaneceréis ajenos a todos estos cambios, que, quién sabe, lo mismo obligan a vuestros payeses, indepes o no, a cultivar tomates en las faldas del monte Aneto. Yo os propongo seguir juntos e intentar velar por el futuro del pa amb tomàquet. ¿Qué os parece?

viernes, 3 de noviembre de 2017

Un cuento ibérico

A Ona todo aquello le parecía un cuento chino, una de aquellas historietas que el abuelo Carles se empeñaba en contarle las largas y tórridas tardes de aquellos eternos veranos que les estaba tocando vivir. Era el año 2067 y la canícula solía alargarse en la península más allá de noviembre. Las temperaturas podían superar los 45 ºC hasta más allá de las diez de la noche, así que era mejor quedarse en casa, con las ventanas bien cerradas y los ventiladores a velocidad máxima.

Hacía tiempo que la escasez de lluvias había convertido los pocos pantanos que quedaban en pequeños desiertos de tierras quebradas como la piel de un anciano, así que el país se había visto obligado, hacía ya décadas, a prescindir de la energía hidráulica y presentaba períodos de escasez eléctrica en los que poder encender el aire acondicionado era un lujo que muy pocos podían permitirse.

Aquella tarde el abuelo Carles le estaba contando la gran crisis ibérica de finales de la segunda década del siglo XXI. Cómo los independentistas catalanes la habían vuelto a liar, esta vez bien gorda. Y cómo, en un principio, el gobierno central había respondido de forma torpe, entrando en la díscola región como elefante en cacharrería, creando independentistas a partir de la nada. Pero también le contó cómo, al ver que aquello se les iba de las manos, los políticos supieron frenar a tiempo.

Primero fueron los independentistas, que ante la presión internacional, tuvieron que reconocer que no podían declarar la independencia al no llegar ni al 50 % de apoyo entre el electorado, y renunciaron al procés, convocando acto seguido elecciones autonómicas para desbloquear la situación. El gobierno central, por su parte, abrió las negociaciones para empezar a hablar de un referéndum pactado entre las dos partes, que daría a los catalanes la oportunidad de expresar su opinión sobre el tema.

Desde Europa se aplaudió la iniciativa y la fuga de empresas comenzó a ralentizarse. La justicia actuó con mesura y prudencia, deteniendo y castigando a los responsables políticos, pero sin enviarlos a prisión. La cosa no fue más allá de multas e inhabilitaciones de por vida. Además, para convencer a los ciudadanos de que actuaban con independencia, se pusieron las pilas y encarcelaron a los corruptos que, habiéndose demostrado que habían robado a manos llenas, llevaban años riéndose de la gente haciéndose fotos en sus yates o haciendo bodyboard. Todo aquello se había acabado hacía tiempo. Y gente como Urdangarín habían llegado a la jubilación en Soto del Real.

Ya eran las diez de la noche, y Ona quería salir a la calle, pero el abuelo Carles no paraba. Siguió contándole que, una vez apagado el fuego -los independentistas perdieron el referéndum, aunque por poco-, al cabo de un par de años, aprovechando el cambio de gobierno en Madrid, que propició una gran coalición de izquierdas, alguien propuso la unión con el vecino portugués, para crear la Federación Ibérica. Era más lo que nos unía que lo que nos separaba, dijo el abuelo Carles, y un país que ocupara toda la península ibérica, con más de 50 millones de habitantes, se podía convertir en la Alemania del sur de Europa. Y así ocurrió, dijo el anciano.

Abuelo, todo eso no son más que patrañas, te lo has inventado todo. Sabes que después de la crisis de 2017, se independizó Catalandia, y luego vinieron las demás: Vasquilandia, República Gallega y Alandalucía. Por no hablar de Albacetia y Madridia, que lo consiguieron pocos años después. La península volvía a parecerse a la época de los reinos de Taifas, que ya no se estudiaba en los 43 sistemas educativos que mal formaban a los pequeños.

Todo esto que me has contado, abuelo, no es más que un cuento chino. No, querida nieta, no es un cuento chino, es un cuento ibérico. Y podría haber pasado, ¿por qué no?

martes, 10 de octubre de 2017

Gracias, papá

Estas últimas y alborotadas semanas me acuerdo mucho de tí. De cuando decías, hace ya muchos años, que Cataluña se terminaría separando de España. Que los nacionalistas llevaban años trabajando para poner a la sociedad catalana de su parte. Medrando, manipulando.

Me acuerdo mucho de cuando me contabas por qué nos trasladamos de Barcelona, ciudad donde nací, a Sevilla en el año 77, a pesar de que había mucha diferencia en muchas cosas entre ellas. Sevilla, atrasada y antigua. Barcelona, avanzada y moderna. Cómo, cuando quisiste optar al puesto de Director de la Biblioteca de la Universidad Autónoma de Barcelona te dijeron que nunca lo conseguirías, porque no eras catalán. Tú, que tenías la formación y la experiencia necesarias. Tú, que hablabas inglés, alemán, francés, y algo de italiano y portugués. Tú, que hablabas y escribías un perfecto latín. 
Llevabas años en Barcelona, donde habías estudiado la carrera, donde habías conocido a mamá. Habías disfrutado de la ciudad, a la que amabas. Habías paseado por las Ramblas. Habías tomado el aperitivo antes de comer en la Plaza Real. Habías bebido cócteles en Boadas. Habías paseado con Andrés y conmigo por el Parque Güell. Tenías amigos catalanes, muy buenos, con los que no había problema alguno.

Pero ya empezaba a oler mal. Ya empezaban los nacionalistas con sus aires de superioridad a colonizar los puestos de importancia, despreciando al diferente. Y tú, para más inri, eras andaluz. Pero a pesar de todo, conseguiste el puesto. Tenías en frente un hueso duro de roer, pero el proceso fue justo y objetivo, y tú le ganabas de calle. Por méritos. Por experiencia. Pero les escocía. Además, un andaluz, de origen humilde. Le habías ganado a un catalán de ocho apellidos.
Y, a pesar de lo que amabas la ciudad, a pesar de que sabías que Sevilla estaba, en ese momento, a años luz de Barcelona, tomaste la decisión. No te encontrabas a gusto allí, en una parte de tu país. Te sentías un poco extranjero. Y decidiste volver a Andalucía, una tierra a la que a la vez amabas y criticabas. Una tierra que te dolía, por sus carencias y defectos, pero a la que defendías cuando la atacaban sin motivo.

Recuerdo cómo, cuando empezó la crisis y viste como dos de tus hijos se iban al paro, universitarios, con idiomas, decías que te arrepentías de haberte mudado a Sevilla. Que en Barcelona habríamos tenido más oportunidades. Pues yo, papá, te lo agradezco.
A lo mejor llevabas razón en que allí habríamos tenido más oportunidades. Pero, viendo el panorama actual, no me gustaría vivir en una tierra en la que la mitad de su gente desprecia al diferente, al que no es como ellos. Una tierra en la que, seguramente, estaría peleado con muchos amigos. Una tierra en la que, seguramente, tendría mucho que callar. Prefiero vivir aquí, en una región más pobre, pero a la vez más rica. Rica en capacidad de acogida. Rica en respeto al diferente. Una tierra con muchos defectos y muchas cosas que mejorar, pero en la que no me siento rechazado. En la que puedo opinar, sin temor a que me acosen o insulten. 

Barcelona, ciudad donde nací, me sigue gustando. Es una ciudad alegre y acogedora. Creativa y cosmopolita. Seguiré tomando vermut con mi madre el domingo, a la hora del aperitivo. Seguiré restregando el tomate en el pan, como se hace allí. Seguiré comprando cava catalán, si me apetece. No creo en las fronteras, solo en las personas. Pero, desgraciadamente, tengo que agredecerte, papá, que nos sacaras de allí a tiempo. No quisiera tener que vivir lo que están viviendo ahora en Cataluña. Así que, gracias, papá.

jueves, 28 de septiembre de 2017

Puntos sobre íes

A ver, estoy un poco enredado con todo esto del "Prrusés", oyendo palabras a mi alrededor que me dejan, en algunos casos, incluso con mis gónadas colgando, creándome miedos ancestrales, así que he hecho una investigación, ardua y profunda, para intentar entender lo que dicen unos y otros. He aquí el resultado, que quiero compartir con vosotros, a modo de diccionario.

Procés
Es como los independentistas llaman a su "vale, dialoguemos. El referéndum, ¿te lo envuelvo o te lo llevas puesto?". Proceso mediante el cual una minoría de catalanes decidirá el futuro de su tierra sin contar con los demás.

Represión
Según el diccionario de la RAE, "acto, o conjunto de actos, ordinariamente desde el poder, para contener, detener o castigar con violencia actuaciones políticas o sociales". Según los partidarios del referéndum, detener a personas que son partidarias del referéndum, aunque hayan cometido un delito. Lo de que sea con violencia o no, es ganas de entrar en detalles.


Sedición
Según la RAE, "alzamiento colectivo y violento contra la autoridad, el orden público o la disciplina militar, sin llegar a la gravedad de la rebelión". Según la fiscalía, protestar de forma más o menos pacífica por unas detenciones, molestando un poquillo a las fuerzas de seguridad. Hombre, tampoco es eso, ¿no?

Prevaricación
Según la RAE, otra vez, "delito consistente en que una autoridad, un juez o un funcionario dicte a sabiendas una resolución injusta". Esto es interesante, ya que, está claro que los que dictaron la Ley del Referéndum de Autodeterminación, cometieron prevaricación. Pero, siguiendo el criterio de la "resolución injusta", tendríamos que construir una cárcel para autoridades que han cometido prevaricación: la ley Mordaza, la Reforma Laboral, el Régimen de los Autónomos, el Decreto del Autoconsumo... ¿no son resoluciones injustas? Ea, pues todos al trullo.

Catalanes
Según los indepes, personas con al menos 8 apellidos catalanes, que desayunan pan con tomate todos los días y se toman un vermutito antes de ir a casa a por los calçots. Ah, y dicen continuamente "Espanya ens roba" y "Visca el Barça, visca Catalunya". Según los españolistas, "esos tíos agarraos que quieren romper España". Los que no entran dentro de estos cánones, que vayan haciendo las maletas.

Estado Español
Para los indepes, una forma de no decir España. No diciendo España, creen que deja de existir. Como cuando Zapatero no decía la palabra crisis. Y mirad cómo acabó.

Españoles
Para los indepes, "esos tíos catetos y flojos que viven todos en Madrit y que no nos permiten progresar". Comen jamón y beben vino de pitarra en porrón. Para los españolistas, "los habitantes de un país histórico cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. País irrompible". Comen jamón y beben vino de pitarra en porrón. Curiosamente, en esto coinciden.

España
Para los indepes, un ente que no existe. Para los españolistas, una grande y libre.

Preso político
Según Pablo Iglesias, un político que ha sido detenido por cometer un delito, si es en España. Si es en Venezuela, aunque estén detenidos sin que se les conozca delito, no existen. Según mi abuelo, que te condenen a muerte y luego a cadena perpetua, simplemente por defender tus ideas, sin haber cometido delito alguno. Pasó cinco años en la cárcel. Ay, Pablito, qué exagerado que eres.

Clima Prebélico
También según Pablo Iglesias, lo que se está viviendo en Cataluña, con manifestaciones pacíficas, detenciones perfectamente legales y fuerzas de seguridad invadiendo Barcelona en barcos con el dibujo de Piolín decorando sus cascos.

Barça
Club de fútbol que apoya la independencia y, por tanto, jugar en un futuro con el Terrasa y la Gramenet.

Referéndum
Según la RAE, "procedimiento por el que se someten al voto popular leyes o decisiones políticas con carácter decisorio o consultivo". Según los indepes, algo que ellos pueden hacer porque así lo han decidido, sin participación mínima, sin censo y hasta sin urnas. Según los británicos, una votación que preferirían no haber realizado, ahora que le están viendo las orejas al lobo. Según Rajoy, algo que nunca ocurrirá. Según el autor de este artículo, algo que terminará ocurriendo. Herramienta muy utilizada por dictadores y que los políticos se pasan por el forro cuando el resultado no es el esperado. ¿Os acordáis del de la OTAN?

Y podría seguir, pero creo que con esto me he aclarado un poco las ideas. Bueno, no, en realidad, sigo sin entender nada.



lunes, 25 de septiembre de 2017

¿Dónde estáis?

Todas las mañanas, desde hace dos semanas, acudo puntualmente con mi niña, de tres añitos, a su nuevo cole, para dejarla allí a las 9 de la mañana. Por ahora va contenta. Esperemos que dure... El caso es que, todas las mañanas, vengo observando que, aproximadamente, 3 de cada 4 personas que realizamos la entrega del "paquete", son mujeres. Madres, tías, abuelas, tatas... La inmensa mayoría de las mensajeras, son mujeres.

No es algo nuevo para mí. Ya en la guardería pude observar lo mismo, pero lo achaqué a que, al fin y al cabo, al principio son ellas las que llevan la mayor parte de la carga, por temas como la lactancia, la baja maternal, que es más amplía que la paternal...

Pero en el cole las cosas cambian. Los niños ya son más independientes. Ya no llevan pañales. Hablan. Andan. 

Y todas las mañanas me hago la misma pregunta, mientras busco a mi alrededor algún compañero del género masculino: padres del mundo, ¿dónde estáis?

En las reuniones de la guardería no os veía, apenas. Alguna vez, en alguna reunión, aparecía algún padre, generalmente con cara de despiste. O de quépintoyoaquívayaaburrimiento. Tampoco en las que ha habido del cole, donde siguen ganando ampliamente las mujeres.

Padres del mundo, os veo en el fútbol, os veo en los bares, viendo el fútbol. Os veo en los atascos, por la mañana, con cara de pocos amigos, yendo, según pensáis, a ganar el pan para la familia. Os veo montados en vuestras bicicletas de mil euros, los domingos por la mañana, bien tempranito. Os veo en el gimnasio. Para eso sí tenéis tiempo.

Casi no os veo en el parque, por la tarde, empujando a vuestros hijos en el columpio. O dibujando con ellos casitas de tiza con chimeneas humeantes en el suelo de alguna acera. O limpiándoles las rodillas, porque se han caido al suelo.

Ya lo sé, vuestro trabajo es muy importante. Más que el de vuestras mujeres, ¿verdad? Lleváis el dinero a casa, con eso ya hacéis bastante. La reunión de la Hermandad es muy importante. Tenéis que ensayar con la banda. O redactar un informe supermegaimportante. Blablabla.

Os voy a decir un par de cosas. Los niños no se crían solos. Y vuestras mujeres no son superheroìnas que han nacido para hacer mil cosas a la vez, mientras cuidan de vuestra progenie. Y la infancia de vuestros hijos pasará, sin hayáis disfrutado de ella. Y no volverá. Y vuestro trabajo no es más importante que el de vuestras mujeres, compañeras, parejas. Y las reuniones del cole son tan importantes como las de vuestro importante trabajo.

Así que, padres del mundo, dejaos de monsergas y cuentos chinos. Y criad a vuestros hijos. Y en igualdad de condiciones. Vuestras mujeres y vuestros hijos se lo merecen.

viernes, 15 de septiembre de 2017

Butifarréndum

Ya habían pasado unos meses desde el día glorioso en el que una luz democrática había inundado todos los locales donde los catalanes, libres y justicieros, y a pesar del totalitarismo españolista, habían expresado su voluntad de constituir una república moderna y avanzada, adecuada a su calidad como sociedad, a sus valores superiores. Por fin habían podido desahacerse del lastre del otro trozo de la Península Ibérica que tanto les había atrasado desde los albores de los tiempos, antes de que Wifredo el Velloso dibujara con la sangre de sus dedos la Senyera que les representaba.

La Unión Europea les había acogido con los brazos abiertos. Llevaban décadas arrepentidos de haber admitido en su exclusivo club a estos bárbaros del sur del continente, indolentes y chupópteros del maná de las subvenciones europeas, tan diferentes de los disciplinados y trabajadores del norte. Y la posibilidad de que la parte currante y seria del país de los toros y la sangría se independizara era como una pequeña venganza.

Lo mismo pasó con la ONU, que recibió con aplausos al flamante presidente Mas, héroe del Procés, que había movido bien sus cartas tras el resultado de la votación, desplazando con estilo a sus contrincantes y haciéndose con el cetro de la flamante y límpida República de Catalandia. En su perfecto inglés, dio un discurso de más de cuatro horas en el que, cual Fidel Castro mediterráneo, desgranó las bondades del nuevo país, invitando a los inversores a dejar caer sus billetes más allá de los Pirineos.

El paro había bajado, en pocos meses, de algo más del 13 % a menos del 3 %. Desde la independencia, muchas multinacionales que tenían su sede en la castellana y paleta Madriz se habían trasladado a la bella y cosmopolita Barcelona, lo que había posibilitado la creación de cientos de miles de empleos que habían borrado, de un plumazo, la lacra del desempleo del país catalán.

La sanidad funcionaba a pleno rendimiento. En los hospitales había camas vacías. La inversión en el sistema sanitario lo había dotado de infraestructuras de sobra. La gente se hacía resonancias innecesarias para que las máquinas no se oxidaran, de tan bien equipados que estaban los servicios sanitarios, lo que provocaba que algunos aparatos no se utilizaran durante meses, ya que no hacían falta. La red de cercanías había recibido premios internacionales por su eficacia. Desde que era gestionada por verdaderos catalanes, funcionaba como un reloj. La AVC (Alta Velocidad Catalana) había unido, no solo las capitales de provincia, sino otros puntos importantes de la geografía butifarrera como el Bulli, a donde era posible llegar desde Barcelona en poco más de un cuarto de hora para disfrutar de un menú por poco más de 200 cataleuros. Y de comida catalana. La tortilla de patatas y la ensaladilla rusa habían sido prohibidas el mismo 2 de octubre.

Y qué decir del Barça. Desde que jugaba con el Terrasa y la Gramenet ganaba una media de 10 títulos anuales. Y ya no tenía apenas extranjeros en sus filas, tan solo catalanes de pura cepa, y algún que otro descendiente de inmigrantes andaluces que hacía, además, de aguador.

¡Joan! ¡Despierta!, le dijo su hermana.  Se le había caido el pan con tomate en la mesa, de lo centrado que estaba en sus pensamientos. Desde que el SÍ había ganado el referéndum y se había producido la independencia se quedaba en babia muy a menudo. La Unión Europea seguía con las puertas cerradas y la fuga de empresas no paraba. Tener la sede en un país que estaba fuera del euro no les interesaba. El paro había subido y la sanidad seguía hecha un desastre. Tras la victoria, la coalición del Procés se había roto y los antiguos aliados habían vuelto a sus luchas internas y las peleas izquierda-derecha de toda la vida. La visión que tenían de la República Catalana difería en todo, menos en el nombre. Además, ver al Barça jugando en campos de unos pocos miles de espectadores le producía una mezcla de vergúenza y pena. Para rematar, se había constituido la AAA (Asociación de Ayuntamientos por la Autodeterminación), que englobaba a cientos de ayuntamientos que querían unirse a España, y la AAPA (Asociación por la Autodeterminación del Pueblo Aranés), que luchaba por la independencia del Valle de Arán. A la nueva masía catalana le empezaban a salir goteras.

¿Y todo esto, para qué? Se dijo, mientras se encaminaba a la oficina del SCE (Servicio Catalán de Empleo), a renovar su demanda. Lo habían echado de la editorial donde trabajaba, ya que había trasladado su sede a la meseta. Puto Procés, me han engañado, se dijo.


jueves, 7 de septiembre de 2017

Me voy a poner unos culotes

Ya es la segunda vez que ocurre: la Vuelta Ciclista pasa por delante de mi casa y asisto como testigo a un frenesí de limpieza y reparaciones en el recorrido por el pueblo los días previos a tan magno evento. Lo juro, no lo he buscado, pero es así como ha pasado. La Vuelta me persigue.
La primera vez fue hace cuatro añitos. Yo vivía en Mairena del Aljarafe, con mi embarazada mujer y La Vuelta realizó un demoníaco recorrido por el pueblo. Dos veces, para más inri. Los pobres ciclistas venían de Almendralejo, un 30 de agosto, con la fresquita, casi 200 km de pedaleo a más de 40 km/h de media. Casi ná. A Mairena llegaron desde Tomares y se encontraron con un endemoniado circuito lleno de rotondas y badenes. El caso es que en los días anteriores a la llegada de la serpiente multicolor pude ver cómo el Ayuntamiento de Mairena procedía a limpiar, pintar y adecentar el recorrido por donde pasaban los ciclistas. Lo más llamativo fue cómo arreglaron un infernal y peligroso estrechamiento que había, hace décadas, en una calle que unía el municipio con el vecino Tomares. Gracias a La Vuelta, la vida, y la seguridad de los habitantes de Mairena y Tomares habían mejorado sustancialmente.

Lo más llamativo fue cómo arreglaron un peligroso estrechamiento que había en una calle que unía el municipio con el vecino Tomares.

La segunda ha sido este verano. Esta vez en Tomares, donde vivo desde hace casi tres años. Soy culo de mal asiento, sí, aunque no salgo del Aljarafe. No sé qué tendrá el mosto. Allá por julio, comencé a ver unos cartelitos, de color bermellón, donde ponía, en grandes letras, "La Vuelta. 1 de septiembre". En ese momento pensé, no puede ser, otra vez, qué cojones. A partir de ese día comencé a ver cómo pintaban la mediana de la calle donde vivo, en un precioso blanquirojo que me recordaba al Sevilla de mis amores. Cómo arreglaban los badenes que llevan años reventando los amortiguadores de los coches que circulan por la calle. Cómo, el día antes del paso de la carrera, dejaban la vegetación que adorna la vía recortadita y peinada como si fuera a hacer la Primera Comunión.

Pero la cosa no quedó ahí. En las semanas anteriores al paso de La Vuelta los operarios del Ayuntamiento  realizaron mejoras en todo el recorrido por el término municipial, de unos 4 km, que no es poco. Poda de árboles y recorte de arbustos. Repintado de bordillos. Adecentamiento de jardines que llevaban años casi abandonados... Y me dije, esto de La Vuelta es un chollo.
Así que he decidido que, a partir de ahora, cuando quiera reivindicar alguna mejora en el pueblo, me voy a poner unos culotes, me voy a montar en mi bici y me voy a plantar en el Ayuntamiento de esa guisa. Para empezar, quiero intentar que me hagan un carril bici hasta la parada del Metro en San Juan Bajo, recorrido en el que me juego el pellejo cada vez que lo hago, para poder estrenar la pasarela ciclista que se está construyendo sobre la SE-30. Y a vosotros, sufridos lectores de El Grifo, os recomiendo que hagáis lo mismo. Si queréis una mejora en las calles de Carmona, poneos unos culotes.

jueves, 31 de agosto de 2017

Carta al primo de Rajoy

Estimado Sr. Primo de Rajoy, como quiera que usted se llame. Hace unos años, su primo, el Sr. Presidente del Gobierno, vino a insinuar, apoyándose en su magnífica posición de Catedrático de Física de la magna Universidad de Sevilla, institución que no está ni entre las primeras 500 universidades del mundo, que lo del cambio climático era un camelo. No sé qué opina usted sobre el cambio climático en realidad. Lo mismo, su primo, el registrador de Santa Pola en excedencia, le hizo un flaco favor al nombrarlo en una de sus jugosas y profundas declaraciones, y se inventó su opinión al respecto. A lo mejor usted resopla cada vez que su primo lo nombra o amenaza con ir a visitarlo. Qué más da.

Le escribo porque, al leer un estupendo artículo sobre el huracán Harvey en The Guardian, no sé, me acordé de usted. Y de su primo.

Foto:  Joe Raedle/Getty Images
Fotografíía: Joe Raedle/Getty Images
En el artículo, cuya lectura recomiendo, el científico estadounidense Michael E. Mann describe cómo el cambio climático, si bien no ha provocado directamente el devastador huracán, ha intensificado sus efectos. Para empezar, habla de cómo el nivel del mar ha subido 15 cm en las últimas décadas. No hace falta ser muy listo, y usted es catedrático, para deducir que, al partir el huracán de un nivel más alto del mar, las inundaciones han sido peores que si hubiera habido un nivel más bajo, anterior al cambio climático.

Continúa el artículo analizando cómo el aumento de la temperatura de 0,5-1 ºC que ha sufrido la zona del Golfo de México hace que la humedad haya crecido en torno a un 3 %. Esto conlleva más lluvias y, como consecuencia, más inundaciones, que es lo que ha ocurrido con el huracán Harvey en Houston hace pocos días. Además, el océano se está calentando no solo en su superficie, sino también en capas inferiores. Este calor ha "alimentado" al huracán en su camino hacia EEUU, haciéndolo más intenso y devastador.

Pero no hemos terminado. La persistencia de un sistema subtropical de altas presiones sobre EEUU cuando llegó el huracán hizo que apenas hubiera viento. Como consecuencia, Harvey se "estancó" en la costa, al no haber vientos fuertes que lo llevaran de vuelta al mar. Estos fenómenos de estabilidad persistente son cada vez más frecuentes y están provocados, adivine por quién, por el cambio climático.

Hace un par de días ví cómo un río del norte de España bajaba negro, repleto de cenizas de los incendios que han asolado Castilla y León antes de la llegada de las últimas lluvias, torrenciales ellas. Y pensé, qué imagen más apocalíptica. Me acojoné. climáticamente hablando. ¿Sigue creyendo usted, Sr. Primo de Rajoy, que el cambio climático es un camelo? ¿O vamos avisando a nuestros políticos, a ver si hacen algo? Ah, no, que siguen peleándose en el Parlamento. Por la Gürtel. Por Cataluña. Por sus sueldos.

PD: el artículo está en inglés. Si tiene el mismo nivel que su primo, me ofrezco para traducírselo.
 

miércoles, 23 de agosto de 2017

Atrapado en el tiempo

El atentado de Barcelona, ciudad en la que nací, me pilló en plenas vacaciones, en un tranquilo pueblo de la Alpujarra granadina, así que la información me fue llegando a cachitos, como esos rayos de sol que entran a trocitos a través de las persianas. Tampoco hice mucho por enterarme de más: he de reconocer que me daba pereza. Pfffff, otro atentado, me dije. 

Sé que suena cruel, y frío, pero es así como me sentí. Como en la película "Atrapado en el tiempo", en la que el gran Bill Murray se levanta, una y otra vez, en el mismo día de su vida, del que no sabe cómo salir. No digo que no me impactara y no sintiera dolor por un hecho tan absurdo como el vivido el pasado jueves, en el que unos locos asesinos acabaron con la vida de, hasta ahora, 15 personas, dejando, además, más de 100 heridos. Personas "culpables" únicamente de estar en el sitio y hora más inadecuados de sus vidas. Pero me daba pereza lo que sabía que vendría después.

Otra vez a aguantar a los primeros espadas del periodismo patrio, que interrumpirían sus vacaciones para hacer interminables programas especiales sobre el acto terrorista. Otra vez a recibir toneladas de información cada minuto, meras repeticiones que volverían ininterrumpidamente sobre lo mismo. Otra vez a intentar evitar mirar los vídeos y fotos que me llegarían a través de redes sociales, puro morbo irrespetuoso con las víctimas. Otra vez a escuchar las palabras "unidad" y "solidaridad", en boca de políticos con barba de tres días, sacados a destiempo de sus vacaciones pagadas, vacías ya de su significado, de tan manoseadas que están. Otra vez a escuchar burradas por parte de muchos paisanos, civilizados y cristianos ellos, que hablarán de "echarlos a todos" o de "crucificarlos vivos", como le oí decir a un tipo en un bar de Capileira.

No nos doblegarán. No tenemos miedo. Tots som Barcelona. Minutos de silencio. Manifestaciones. Unidad de los partidos políticos. Pacto antiterrorista. Sesudos análisis sobre los motivos por los que unos chavales, aparentemente integrados, se dedican a asesinar a desconocidos indefensos. Medallas para los cuerpos de seguridad, por hacer su trabajo. Llenemos nuestras calles y plazas de bolardos, hasta que estos burros y crueles asesinos se inventen otra cosa. Usemos este momento mediático para difundir nuestro mensaje xenófobo e independentista.

Mientras, sigamos vendiendo armas a los países que financian a estos grupos terroristas. Sigamos teniendo relaciones comerciales con regímenes que fomentan el odio religioso en nuestro propio territorio, construyendo mezquitas que difunden este tipo de mensajes. Miremos para otro lado cuando estas dictaduras religiosas ajustician a gente por ser homosexuales, o por escribir artículos de opinión, o por cuestiones de honor. Critiquemos a Venezuela y no hablemos del infame trato que reciben las mujeres en estos países. Invadamos Afganistán e Irak para echar a sus dictadores y dejemos luego que se maten entre ellos. Olvidémonos de Siria, de los chavales que solo han vivido en una guerra, rodeados de odio, viendo cómo el mundo "democrático" los ha abandonado en su lucha por la libertad. ¿Qué creemos, que esos chavales, cuando crezcan van a venir a traernos flores, en agradecimiento?

Siento rabia y tremenda pena por las absurdas muertes. Más por los dos niños de tres y siete años, que siempre me duelen más, supongo que por ser padre. Confieso que me he alegrado de que la policía matara a los terroristas implicados, algo de lo que, por otra parte, no estoy orgulloso. Pero también  siento que estamos atrapados en un bucle del que no sé cómo vamos a salir, vista la inacción de nuestros gobernantes, que se limitan a soltar obviedades en eternos discursos huecos. Me temo que este tipo de terrorismo ha venido para quedarse. Y parece que esto, si no le metemos mano de verdad, va para largo.

lunes, 31 de julio de 2017

Socialismo 2.0

Mi hija termina hoy su etapa en la guardería. O en la escuela infantil, como se llama ahora, para no herir sensibilidades. Han sido tres años preciosos, de juegos, descubrimientos y desarrollo personal. En muy poquito tiempo, Marina ha pasado de bebé a personita. Y ha sido, entre otras cosas, gracias a la estupenda labor de las profesionales que integran el equipo de una escuela que lleva más de treinta años en activo.

Sin embargo, a pesar de su buenhacer a lo largo de todo este tiempo, y de la cantidad de niños que por allí han pasado, la escuela se ha visto obligada a echar a dos de sus trabajadoras, que yo sepa. A lo mejor han sido más. El motivo, el "misterioso" y brutal descenso en el número de matriculaciones que ha habido este año. En una de las clases, a día de hoy, solo tenían cinco alumnos matriculados.

No sé si será casualidad, pero la Junta aprobó el pasado mes de marzo, por vía de urgencia, un  Decreto que regula la educación infantil (de 0 a 3 años), con una serie de novedades. No soy ningún experto en el tema, pero, por lo que he leído, básicamente, liberaliza el sector, marcando un tope de gasto por plaza, para "fomentar la competitividad", dicen. Y modifica los baremos que permiten acceder a las ayudas, de forma que, en algunos casos, estas se reducen en un 50 %.

Hablando en plata, se pone un tope económico por plaza y se reducen las ayudas, para reducir el gasto. No sé, no quiero ser mal pensado, pero ¿de dónde pueden recortar las escuelas infantiles para abaratar las plazas? ¿de los salarios de sus trabajadores? No, no se atreverán. ¿De los menús del comedor? Ni se les ocurrirá. ¿Están favoreciendo a las grandes empresas que gestionan escuelas infantiles frente a las pymes, que serán inviables en estas condiciones? No, son socialistas, defienden a los trabajadores.

Como ya he dicho, no soy ningún experto, pero cuando me enteré del decretazo que planeaba la Junta, pensé en dos cosas: que, para reducir gastos, las escuelas infantiles iban a bajar el salario de sus trabajadores, y que el número de matriculaciones bajaría, dado que muchas familias no se podrían permitir la nueva cuota. Y es lo que está pasando.

Foto: José Ángel García
Foto: José Ángel García / Diario de Sevilla
A este socialismo 2.0  se le va la palabra "izquierda" por la boca. Y esa es toda la izquierda que tiene. Estos socialistas 2.0, que viven en casoplones, que viajan en business, que tienen chófer, que cobran dietas en meses inhábiles, se creen que todo el monte es orégano. Que todos podemos pagar una guardería para nuestros hijos. Que si no, tenemos abuelos para que se hagan cargo de ellos. Que el que cobra 1.000 euros al mes es de clase media y no necesita ayudas.

Querida Susana, esta semana en la que te has vuelto a subir al Trono de Hierro de tu particular Reino de la Rosa, has dicho que los socialistas "nunca" habéis sido nacionalistas. La pregunta es, ¿seguís siendo socialistas?

viernes, 21 de julio de 2017

El muro de los improperios

Según la RAE, improperio es "injuria grave de palabra, y especialmente la que se emplea para echar a alguien en cara algo". También es, en plural, los "versículos que se cantan en el oficio del Viernes Santo, durante la adoración de la cruz". Para los creyentes, los reproches de Cristo al pueblo que lo ha rechazado, hablando en plata.

Hace tiempo que vengo observando que el muro de Facebook, el mío, concretamente, está albergando, cada vez más a menudo, discusiones, trifulcas cibernéticas entre amigos a los que aprecio y conozco que, por otra parte, nunca se han visto las caras y desconocen absolutamente la trayectoria vital de cada uno. Mi muro, en el que publico mis pensamientos, mis gustos, mis fotos, mis viajes, mis ideas y mis idas de olla, está convirtiéndose en lugar de encendidas discusiones entre desconocidos que, a veces, acaban tirándose los trastos a la cabeza. O casi.

No está en mi ánimo crear este tipo de situaciones, ni soy persona amante de la discusión, sino más bien del debate. Me jacto de tener amigos de variadas ideologías, me gusta poder hablar y debatir con personas contrarias a mi pensamiento, siempre que lo hagamos desde el respeto, sin levantar la voz, argumentando. No quedan muchas personas así, pero alguna hayla.

Me gusta pensar que, por delante de nuestra forma de ver la vida, la sociedad, el país donde vivimos, está la persona. Que ríe, que llora, que siente, que anhela, que sueña, que tiene frío, que caga, que mea. En eso todos somos iguales. Y es lo que a mí me importa. Y es lo que pongo siempre por delante. Por eso, cuando se encienden las almas, cuando los debates se convierten en trifulcas, suelo bajar la voz, acabo callándome. La salvamización que está sufriendo nuestra sociedad no me gusta, no me interesa, no me divierte.

Así que, llamadme cobarde si queréis, pero, a partir de ahora, voy a censurarme en mi muro. Dejaré de poner, al menos durante un tiempo, cualquier cosa que tenga que ver con la política patria, o con la religión, o con cualquier cosa que crea que pueda prender los ánimos de alguno de mis amigos. Amigos a los que aprecio, por cierto, por eso os tengo en Facebook. Me limitaré a poner cosas de allende los mares, de El Mundo Today y vídeos de gatitos. Con esos nunca hay problema.

lunes, 10 de julio de 2017

Un gato bibliotecario

A veces, cada vez más, me canso de esta actualidad tan árida y llena de malas noticias, así que hoy os voy a regalar una bonita historia de esas que te dejan con una sonrisa en la cara para el resto del día, con la misma intensidad con que se te mete una canción como Despacito en la cabeza, pero en positivo.

La historia comienza el 18 de enero de 1988, una gélida mañana de lunes, en la biblioteca de un pequeño pueblo de 12.000 habitantes del Medio-Oeste americano, en el estado de Iowa. Los empleados estaban preparándose para abrir, cuando oyeron un extraño ruído que provenía del buzón de la puerta donde se podían efectuar las devoluciones de libros en horario de cierre del establecimiento. Un poco extrañados, se acercaron, no sin miedo, y se encontraron con una pequeña criatura, un gatito de unas ocho semanas, desnutrido y con las zarpas congeladas. En el instante en que les miró a los ojos como si fuera el gato con botas de la peli de Shrek, decidieron adoptarlo.

La cosa no fue fácil. Se necesitó aprobación de la Dirección y también del Ayuntamiento. Pero al final, Dewey, que así le pusieron de nombre al gato, se quedó a vivir en la biblioteca, como integrante de la plantilla. El nombre venía de un sistema de catalogación muy usado en ambientes bibliotecarios, el Sistema de Clasificación Decimal Dewey (CDD). Humor de letras.

Era una época, finales de los ochenta, de crisis económica, en un pueblo muy golpeado por el desempleo. La directora, Vicky Miron, que llevaba poco tiempo en el cargo, tampoco pasaba por su mejor momento. Era madre soltera y venía de sufrir abusos en su matrimonio. Además, andaba preocupada por conseguir más usuarios para la biblioteca. Cuando vio que la encuesta que había organizado para elegir el nombre del gato había conseguido más de 300 propuestas, pensó que Dewey Readmore Books (así fue el nombre ganador, en serio) podía servir para atraerlos. Y así fue.

La historia comenzó a aparecer en la prensa local. Le gente iba a la biblioteca para conocer a Dewey, que era muy sociable y cariñoso. Niños que no podían tener gatos por ser alérgicos se acercaban un rato a ver a su "mascota" en la biblioteca. Empezaron a llegar donaciones para su alimentación. Incluso tenía un descuento como "empleado municipal" en el veterinario del pueblo.

El caso es que la llegada de Dewey supuso una inyección de ilusión y alegría en la vida de muchas personas de un pueblo sumido en una crisis económica importante. También en la de la directora de la biblioteca. Con su sola presencia, sin más.

En esta época que, no entiendo muy bien por qué, es temporada alta de abandono de animales, me gusta pensar en el efecto positivo que tiene el contacto con ellos. Cómo acompañan a personas que viven solas. Con qué ternura se dejan acariciar los burros por niños autistas. Con qué paciencia juegan los delfines con pequeños con parálisis cerebral. Cómo progresan estas personas, con la sola presencia de estos seres peludos a los que, casi siempre, miramos por encima del hombro.

Dewey consiguió alegrar el alma de mucha gente que lo conoció en los 19 años que estuvo en la biblioteca. Y a su dueña, se la debió de alegrar particularmente: escribió un libro que llegó a ser superventas nada más publicarse, habiéndose traducido a más de 30 idiomas. Yo, a lo largo de estos taytantos años de vida que tengo, he disfrutado de la compañía de muchísimos gatos y también de un perro. Espero y deseo que vosotros hayáis tenido el privilegio de vivir una experiencia así.  A los que no, os invito a ello. No os arrepentiréis.

martes, 27 de junio de 2017

Los médicos

Así llamaban en el pueblo de mi padre, una suerte de Macondo del Valle de los Pedroches, a unas encinas centenarias bajo las que se cobijaban los labriegos para curarse los males derivados de la dureza de las labores del campo. Los llamaban "los médicos" porque, después de un rato disfrutando del frescor de sus enormes y tupidas sombras, los agricultores salían como nuevos, libres de polvo y paja, sanos como manzanas.

No sé, supongo que de ahí le venía a mi padre su amor por la naturaleza. Quiero pensar que en esos ratos debajo de esas encinas, éstas le transmitieron algún tipo de energía que le conectó con la madre tierra ya para toda la vida. Mi padre no era un ecologista, ni mucho menos. Su amor por las plantas, los árboles, los pájaros, era genuino, fruto de la convivencia, y del conocimiento. Ir por el campo con él era un verdadero disfrute. Conocía cada planta y qué se podía hacer con ella. Cada seta, cada pájaro. Cada árbol. Y supongo que algo de todo ello también me ha llegado a mí. Esa energía de "los médicos" de su pueblo. Aunque nunca le llegaré ni a la suela de los zapatos.

Cada vez que llega el verano y comienza la temporada de los incendios en nuestra seca pero todavía bella península me entra una pena que me dura toda la estación. Pena que me llega a trompicones, a saltos, con cada incendio, con cada imagen de bosques calcinados, de animales muertos, de campos que pasan del verde al negro en cuestión de horas. Y el incendio de Moguer no ha sido menos.

Conozco la zona. Y me encanta. En otras épocas de mi vida he frecuentado las maravillosas playas que hay entre Mazagón y Matalascañas: Cuesta Maneli, El Pico del Loro... He comido alguna vez en el chiringuito el Pichilín. He visitado muchas veces el Acebuche, y también el Acebrón. Amo Doñana, un lugar único en Europa, que tenemos aquí al lado, a la vuelta de la esquina. Un lugar muy amado, pero también muy olvidado y maltratado

Cuando hace poco ví el programa Salvados dedicado al desastre de la gestión del agua en torno al Parque Nacional de Doñana, me entró también mucha pena. Pena de ver cómo, ante la dejación de las autoridades competentes (la Junta, principalmente), este maravilloso espacio natural está siendo rodeado por un innumerable ejército de pozos ilegales, invernaderos sin licencia y vertederos de plásticos. Instalaciones todas ellas hechas de cualquier manera, sin las más mínimas condiciones de seguridad y salubridad. Y no me ha sorprendido nada lo del incendio. 
Sorprende más, quizás, que no haya ocurrido antes. También sorprende que, un gobierno autónomico, que lleva décadas en manos de un mismo partido, que se dice sensible a los problemas medioambientales, haya dejado que Doñana se deteriore hasta el punto de que esté a nada de ingresar en la Lista de Patrimonio en Peligro de la Unesco, si la situación no se remedia de aquí a febrero de 2018. Y eso es pasado mañana.

El incendio ya ha sido controlado. Sin daños humanos. Y con solo una lincesa muerta. Y algunos camaleones "chamuscados". Poca cosa para lo que podría haber pasado. Ya hemos escuchado a los políticos vociferar que los culpables serán castigados, cuando, según Greenpeace, el 40 % de los incendios no se llegan a conocer las causas. Que no se recalificará ni un solo metro cuadrado, cuando algo así, con la legislación actual en la mano, es practicamente imposible. Ya hemos visto la ola de solidaridad que suele suceder a este tipo de sucesos. Ya hemos asistido a la gran cantidad de lacrimógenos minutos que han dedicado las televisiones a tan trágico acontecimiento.

Luego pasará el tiempo, y veremos cómo todo sigue igual. Cómo el único partido ecologista que hay en España recibe un número testimonial de votos de esta sociedad que tanto ama a Doñana, imposibilitando que propongan y promuevan leyes y políticas que mejoren la gestión de los espacios naturales. Cómo sigue destinándose más dinero a la protección contraincendios que a la prevención mediante una óptima gestión de los montes públicos, donde se ubican muchos de nuestros bosques. Cómo seguimos comprando fresas sin importarnos si vienen de productores legales y/o ecológicos. Cómo se siguen gestionando muchos bosques como si fueran campos de trigo, con monocultivos de árboles de rápido crecimiento y rentabilidad, pero también muy combustibles.

Incendios ha habido siempre. Y los seguirá habiendo. Pero serán más virulentos con el cambio climático, como ya estamos viendo y padeciendo. Y más frecuentes, dada la pésima gestión de nuestros bosques y la gran presión que la actividad humana ejerce sobre estos espacios naturales. O nos ponemos las pilas o nos vamos a quedar viviendo en un desierto. Quizás tengan que venir de fuera a darnos un par de hostias para que reaccionemos. Ya ocurrió con el millonario suizo Luc Hoffman, que consiguió el dinero para comprar las primeras 6.974 hectáreas de marisma que fueron el embrión de Doñana, allá por los años 60 del siglo pasado. Lástima que muriera hace casi un año.

miércoles, 21 de junio de 2017

La letra con aire entra

O esto parecen decirnos nuestros gobernantes como solución a los problemas de calor en los edificios de nuestro maravilloso, según ellos, sistema educativo andaluz. ¡Pongamos splits en cada rincón de nuestros colegios e institutos! ¡Llenemos sus fachadas y azoteas de preciosas máquinas condensadoras! ¡Escupamos, vomitemos calor a los patios donde luego jugarán nuestros niños!

En las últimas semanas el tema del calor en las aulas de los escolares andaluces ha ocupado muchos minutos en televisiones y radios, e innumerables páginas en los periódicos. Y, aunque no los frecuento, estoy seguro de que los tertulianos, opinadores profesionales de todo y sabedores de nada, también se habrán llenado sus fauces con este problema, aparentemente novedoso, por otra parte antiguo. Todos ellos montando el pitote, exagerando, alarmando a la plebe.

Recuerdo los veranos en mi casa, cuando mi padre iba como loco, a eso de las 10 de la mañana, cerrando ventanas y contraventanas, dejando la casa en penumbra, luchando contra mi madre, que quería que entrara aire en la casa, agobiada por el calor. Mi padre no hacía más que lo que había visto en su pueblo, de una zona también calurosa de nuestra tierra, donde la gente cerraba sus casas a cal y canto para evitar que, durante las horas de más calor, entrara la flama. Qué palabra tan bonita, ¿verdad?

También recuerdo mi colegio, ni mejor ni peor que los de ahora, y carente de equipo climatizador alguno, pero rodeado de árboles que sombreaban su fachada, y con un gran porche cubierto en el que nos refugiábamos en las horas de más calor. Cabíamos todos. Y no recuerdo pasar calor como algo extraordinario. Se soportaba.

Y, rebuscando en mi memoria que ya supera los cuarenta años, revivo una Sevilla en la que había árboles y sombra en sus plazas y calles. El callejón del agua, con sus enredaderas, que refrescaban con solo mirarlas. La muralla del Alcázar, apenas visible entre la vegetación que la tapaba. El Palacio de San Telmo, oculto entre una celosía de árboles de porte generoso. ¿Eran falsos platanos? No recuerdo. Y cómo olvidar los inmensos ¿magnolios? que había en la Plaza de Cuba, donde habitaban cientos de estorninos que ponían banda sonora a las inclementes tardes del desastroso, climáticamente hablando, barrio de Los Remedios.
Teníamos multitud de herramientas para combatir las inclemencias de nuestro tórrido verano. Y las conocíamos bien. Y formaban parte de nuestra arquitectura: patios, macetas, fuentes, persianas de esparto... Ese maravilloso invento, de tecnología antigua y eterna, que es el botijo, no faltaba en ninguna casa, en ninguna obra, en ninguna gasolinera. Pero, desde no hace muchos años, desde que fuímos ricos, hemos cambiado todas estas técnicas, baratas y funcionales, por el "progreso" de las máquinas. Queremos vivir en unos eternos 20 ºC en verano, para poder ponernos una manguita larga en agosto, y en unos 26 ºC en invierno, para ir en una cómoda manga corta en Navidad. Las persianas, antaño de esparto y madera, y colocadas fuera, en la fachada, para no dejar que el sol alcanzara nuestros muros, nos las hemos traído a la ventana, donde son menos efectivas. Los patios no existen, son metros cuadrados perdidos. Renunciamos hace tiempo a la ventilación cruzada, fundamental para disipar el calor acumulado durante el día y aprovechar el frescor de la fachada norte. El botijo ha sido sustituido por máquinas que nos dan agua congelada o garrafas de plástico recubiertas por una horrorosa espuma amarilla.
¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué renunciar a una sabiduría de milenios, que nos proporcionaba armas económicas y efectivas contra el calor? Ahora que deberíamos habernos dado cuenta de que ya no somos ricos, ni siquiera nuevos, sería un buen momento para plantearnos si la solución al problema del calor en las aulas es colocar unas máquinas que son caras y no harán más que aumentar el gasto de colegios e institutos que, en muchos casos, no tienen ni para papel.

¿Por qué no aprovechar el momento para rehabilitar esos edificios, usando nuestra inteligencia y sabiduría, de forma económica? Hay técnicas, perfectamente contrastadas, que consiguen reducir el gasto energético de nuestros edificios hasta en un 90 %. En otra ocasión escribí, aquí en El Grifo, del estándar de edificios de consumo energético casi nulo, Passivhaus. Es una opción, pero también hay otras muchas posibilidades. ¿Por qué no empezamos sombreando las fachadas más soleadas? ¿Por qué no aislamos nuestros colegios por el exterior? ¿Por qué no ponemos sistemas que los ventilen adecuadamente por la noche, para enfriarlos? ¿Por qué no convertimos esos patios, verdaderos desiertos de hormigón en pequeños oasis que pueden reducir la temperatura en 2-3 ºC, como pudimos vivir en la Expo?
Las ocasiones las pintan calvas, y creo que este problema se podría convertir en una gran oportunidad de mostrar al mundo que en Andalucía, como dice la presidenta, se hacen las cosas de otra manera, pero de verdad. Se crearía empleo. Se enseñaría a las generaciones futuras que podemos habitar este planeta de otra manera. Y seguro que se podrían conseguir subvenciones de la Unión Europea, que no creo, por otra parte, que destine dinero a colocar equipos de climatización.

El cambio climático ya está aquí, y nos está cambiando la vida. Y está ocurriendo ahora. ¿Lo combatimos con armas anticuadas que nos llevan al desastre? ¿O proponemos soluciones inteligentes que nos aseguren un futuro sostenible? Yo, desde luego, lo tengo clarísimo.