miércoles, 23 de agosto de 2017

Atrapado en el tiempo

El atentado de Barcelona, ciudad en la que nací, me pilló en plenas vacaciones, en un tranquilo pueblo de la Alpujarra granadina, así que la información me fue llegando a cachitos, como esos rayos de sol que entran a trocitos a través de las persianas. Tampoco hice mucho por enterarme de más: he de reconocer que me daba pereza. Pfffff, otro atentado, me dije. 

Sé que suena cruel, y frío, pero es así como me sentí. Como en la película "Atrapado en el tiempo", en la que el gran Bill Murray se levanta, una y otra vez, en el mismo día de su vida, del que no sabe cómo salir. No digo que no me impactara y no sintiera dolor por un hecho tan absurdo como el vivido el pasado jueves, en el que unos locos asesinos acabaron con la vida de, hasta ahora, 15 personas, dejando, además, más de 100 heridos. Personas "culpables" únicamente de estar en el sitio y hora más inadecuados de sus vidas. Pero me daba pereza lo que sabía que vendría después.

Otra vez a aguantar a los primeros espadas del periodismo patrio, que interrumpirían sus vacaciones para hacer interminables programas especiales sobre el acto terrorista. Otra vez a recibir toneladas de información cada minuto, meras repeticiones que volverían ininterrumpidamente sobre lo mismo. Otra vez a intentar evitar mirar los vídeos y fotos que me llegarían a través de redes sociales, puro morbo irrespetuoso con las víctimas. Otra vez a escuchar las palabras "unidad" y "solidaridad", en boca de políticos con barba de tres días, sacados a destiempo de sus vacaciones pagadas, vacías ya de su significado, de tan manoseadas que están. Otra vez a escuchar burradas por parte de muchos paisanos, civilizados y cristianos ellos, que hablarán de "echarlos a todos" o de "crucificarlos vivos", como le oí decir a un tipo en un bar de Capileira.

No nos doblegarán. No tenemos miedo. Tots som Barcelona. Minutos de silencio. Manifestaciones. Unidad de los partidos políticos. Pacto antiterrorista. Sesudos análisis sobre los motivos por los que unos chavales, aparentemente integrados, se dedican a asesinar a desconocidos indefensos. Medallas para los cuerpos de seguridad, por hacer su trabajo. Llenemos nuestras calles y plazas de bolardos, hasta que estos burros y crueles asesinos se inventen otra cosa. Usemos este momento mediático para difundir nuestro mensaje xenófobo e independentista.

Mientras, sigamos vendiendo armas a los países que financian a estos grupos terroristas. Sigamos teniendo relaciones comerciales con regímenes que fomentan el odio religioso en nuestro propio territorio, construyendo mezquitas que difunden este tipo de mensajes. Miremos para otro lado cuando estas dictaduras religiosas ajustician a gente por ser homosexuales, o por escribir artículos de opinión, o por cuestiones de honor. Critiquemos a Venezuela y no hablemos del infame trato que reciben las mujeres en estos países. Invadamos Afganistán e Irak para echar a sus dictadores y dejemos luego que se maten entre ellos. Olvidémonos de Siria, de los chavales que solo han vivido en una guerra, rodeados de odio, viendo cómo el mundo "democrático" los ha abandonado en su lucha por la libertad. ¿Qué creemos, que esos chavales, cuando crezcan van a venir a traernos flores, en agradecimiento?

Siento rabia y tremenda pena por las absurdas muertes. Más por los dos niños de tres y siete años, que siempre me duelen más, supongo que por ser padre. Confieso que me he alegrado de que la policía matara a los terroristas implicados, algo de lo que, por otra parte, no estoy orgulloso. Pero también  siento que estamos atrapados en un bucle del que no sé cómo vamos a salir, vista la inacción de nuestros gobernantes, que se limitan a soltar obviedades en eternos discursos huecos. Me temo que este tipo de terrorismo ha venido para quedarse. Y parece que esto, si no le metemos mano de verdad, va para largo.

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