jueves, 7 de abril de 2016

Huérfano

Huérfano. Así es como me siento cada vez que acabo una serie que me ha gustado mucho. También me pasa con los libros. Es una sensación de vacío que me desagrada tremendamente, pero es el precio que tengo que pagar por disfrutar de maravillas como la serie danesa Borgen.

La semana pasada terminé con el último capítulo de la tercera temporada. Llevaba tiempo oyendo hablar de la serie, en la radio, y leyendo estupendas críticas en el periódico, pero tardé en lanzarme a verla. Una serie danesa. Sobre política. Qué pereza, ¿no?

Pero, confiando en las recomendaciones de periodistas a los que admiro y con los que comparto gustos y aficiones, procedí, con mi amada compañera y esposa, a ver el primer capítulo. Y nos encontramos con una serie que, con la frialdad que uno espera de estos nórdicos ordenados y limpios, pero también con la calidez de sus hogares y su civilizado comportamiento, muestra, con relativa crudeza, los entresijos de la política y la sociedad danesas, no tan idílicas como parecen.

Borgen es el equivalente a nuestra Moncloa, la sede de los tres poderes del estado danés y la oficina de la Primera Ministra, con algunas, o quizás muchas diferencias. La Primera Ministra del país no vive allí, sino que sigue viviendo en su casa habitual, llevando a sus niños al colegio, compartiendo, en la medida de lo posible, su vida normal con su familia. La relación con la prensa es fluída y permanente. Se ve con naturalidad la presencia de los periodistas en la sede del gobierno. Se dan explicaciones en la televisión. Se debate. Se dimite. Algo que parece de otro planeta, ¿no?

Ahora que llevamos ya tres meses de negociaciones, o como mejor las llaman algunos, nogociaciones, por ahora infructuosas, entre los partidos del parlamento para formar gobierno, me acuerdo de lo que ví en la primera temporada de la serie, en la que se presenta una situación parecida, con un congreso danés muy fragmentado y negociaciones despiadadas para conseguir un trocito de la codiciada tarta del poder. Reuniones en la calle, a medianoche, puñaladas políticas por la espalda, cambalaches y regateos para recabar apoyos de partidos teóricamente opuestos, alianzas contra natura... Todo esto se ve en Borgen, de una manera directa, sincera. Es la política, estúpidos, parafraseando al famoso asesor de Clinton en su primera campaña presidencial.

Borgen muestra también distintos aspectos de la sociedad danesa, muchos de ellos extrapolables a la nuestra. La legalización de la prostitución, el trato a las minorías sociales, el uso de la política exterior para conseguir popularidad, el exilio a las instituciones europeas de políticos molestos, el poder de influencia de la industria en la política, el eterno conflicto sanidad pública - sanidad privada, el trato de la vida privada de la familia de la Primera Ministra por parte de la prensa... Todos ellos son temas apasionantes que la serie trata con rigor dejando muchas preguntas en el aire para que sea el espectador el que llegue a sus propias conclusiones.

La estupenda serie danesa parece decirnos, al final, que la política es así. Que los pactos entre fuerzas políticas son, no sólo necesarios, sino irremediables, en estos parlamentos cada vez más fragmentados. Que las escenificaciones ante la prensa están perfectamente calculadas por los asesores de prensa, de gran peso en la serie, y que muchas veces no tienen nada que ver con lo que se cuece realmente entre bastidores. Esta es la realidad, señores. Y no estoy seguro de que nuestros queridos políticos se hayan enterado de ello, viendo cómo se desarrollan las negociaciones para formar gobierno en nuestro país.

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