viernes, 15 de julio de 2016

Es la economía, estúpido.

Esta fue la frase que definió la campaña con la que Bill Clinton derrotó a George H.W. Bush en el año 1.992. Con ella, su director de campaña, James Carville, quería destacar que había que centrarse en los problemas reales de los ciudadanos, para contrarrestar el gran fuerte del contrincante republicano de Clinton, sus éxitos en política exterior.

El otro día, escuché a Iñaki Gabilondo hablar de su estupefacción con el céntrico lugar que ocupa la economía hoy en día. Recordaba el periodista vasco que hace cuarenta años esto no era así. Las noticias no estaban monopolizadas por la economía, se hablaba de otras cosas: política, temas sociales, cultura... Desgraciadamente, no puedo hacer otra cosa que darle la razón. La economía, y su único dios, el dinero, son el astro en torno al que gira todo lo demás en la sociedad en la que vivimos. O sobrevivimos.


No estoy totalmente seguro, pero creo que nunca había circulado tanto dinero por el mundo. Sin embargo, si bien nunca antes en la historia de la humanidad había habido tantos millones de personas con tan buenas condiciones de vida, la desigualdad no para de aumentar. Hay mucho dinero, a espuertas, pero concentrado cada vez en menos manos. Para rematar este desolador panorama, este dinero se ha convertido en un bien en sí mismo, y se mercadea con él. Es un dinero, en su mayoría, que no crea riqueza real. Es una riqueza virtual, que existe tan sólo en números y pocas veces se convierte en algo tangible.

Los telediarios abren muchas veces con los datos del Dios Crecimiento. Crecer económicamente, signifique lo que signifique, es positivo. Es bueno para nosotros. Al anaranjado Albert Rivera le oí decir no hace mucho que la prostitución contribuye a nuestro PIB en nosécuántosmillones de euros y que, por tanto, había que legalizarla, para poder recaudar los impuestos correspondientes. Sin entrar en más detalles. Y se quedaba tan pancho. Todo se reduce a dinero: los accidentes de coche suponen tantos millones de euros, ése parece ser el daño que más importa: los turistas son tropecientos millones de impacto en nuestra economía, qué bueno, da igual si los camareros que los atienden cobran 600 euros al mes, o si dejan las ciudades que visitan llenas de pís y de vecinos insomnes por el ruido que hacen por la noche; una mina que contamina acuíferos es positiva porque deja chorrocientos millones en la comarca donde está instalada.

Adoramos al Dios Dinero como aquéllos que adoraban al becerro de oro. Desde pequeños nos dicen que tenemos que formarnos, para conseguir un trabajo, para conseguir dinero con el que comprar cosas que nos harán felices. Y los voceros de los medios de comunicación lo encumbran en sus portadas, en sus páginas de color sepia, en sus titulares. Y el Dios Dinero tiene cada vez más seguidores. Así nos va.

No hay comentarios:

Publicar un comentario