jueves, 7 de julio de 2016

Oposiciones

Hace poco más de un mes me enteré de que van a salir, supuestamente, en algún momento de este año, cinco plazas de arquitecto en la Junta de Andalucía. La verdad es que nunca me había planteado opositar, no me gusta estudiar en demasía, pero mi situación laboral me hizo decidirme y me apunté a una academia para prepararlas a distancia.

Con algo de ilusión y curiosidad, comencé a estudiar el material que me iba llegando, en más o menos grandes pdfs. Y me puse a leer, con gran divertimento por mi parte, leyes y más leyes, interesantísimos resúmenes de complicadísimos procedimientos legales, apasionantes decretos sobre igualdad de género y, para rematar, nuestra histórica y entretenida Constitución.


Después de un par de semanas, creo que empecé a enterarme de cómo va el asunto. El opositor es un individuo que, sin garantía ninguna de fecha de examen o contenido del mismo, se pone a estudiar, de memoria, un extenso temario, lleno, básicamente, de leyes. Algo muy práctico, memorizar leyes, en un momento de la historia en el que el acceso a la información es más fácil que nunca. Ah, se me olvidaba, en el caso de mis oposiciones, si no quedas entre los cinco primeros, habrás estudiado para nada. Hay bolsa de trabajo, pero es un poco estática.

Para ver por dónde iban los tiros de las preguntas, me miré también los exámenes tipo test que me iban enviando amablemente desde la academia. Eran del tipo Tedoytresopcionescasiigualesparaputearteunpoco. Preguntas que demuestran que eres capaz de meterte en la cabeza miles de páginas de leyes, decretos y normativas específicas, con todos sus artículitos, perfectamente ordenados, cada uno en su balda correspondiente. Algo muy práctico y lógico. Lo de que los candidatos demuestren otras aptitudes como su capacidad resolutiva, su eficiencia o inteligencia, no parece importar a los selectores.

Parece que para la Junta de Andalucía es superimportante que sus arquitectos sepan en qué artículo de la Constitución dice dónde reside la soberanía nacional de los españoles. Fundamental que sus arquitectos sepan ver las nueve diferencias entre las leyes estatales y autonómicas que tratan la igualdad de género. Imprescindible que sepan los días que debe durar la Información Pública en un Expediente de Expropiación.

En plena era digital parece mentira que la forma que tiene la Administración de elegir sus trabajadores sea medir su capacidad memorística, casi exclusivamente. La gente que prepara oposiciones llama "cantar" a recitar, de memoria, el extenso contenido de los temarios. Supongo que no hace falta decir nada más.

Las oposiciones, para el que las aprueba son la batalla ganada que ha merecido la pena luchar. Pero esta batalla deja a muchísima gente en el camino. Gente que ha perdido tiempo y dinero. Gente que lo ha pasado realmente mal. Y para nada. Gente que ha llegado a tomar pastillas, para poder aguantar. Que han sufrido úlceras. Que han renunciado a sus hijos y pareja durante unos meses. ¿Tiene sentido este cruel método? ¿Para qué hacer sufrir a la gente de forma innecesaria? ¿Selecciona este método a los mejores? ¿O a los que tienen más memoria?

La estructura de las oposiciones en nuestro país permanece, tal cual, desde hace décadas. De hecho, no se diferencian mucho las de ahora de las que hicieron mis padres hace más de cuarenta años. En otros países se hace hincapié en cosas más importantes. En EEUU se pide currículum, carta de presentación y se hacen entrevistas. En Reino Unido se hacen pruebas de aptitud, incluyendo redacción, comprensión lectora, aptitud matemática o incluso dar respuestas lógicas a e-mails complejos. Curiosamente, ambos países cuentan con una Administración más competente, imparcial y efectiva que la española. ¿Será por algo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario