lunes, 5 de septiembre de 2016

Qué apañao soy

Este verano le dijeron a mi amada esposa que "qué marido más apaño tienes". ¿Por qué? Porque me vieron ayudando con mi hija, cocinando, limpiando y demás labores que se asocian, todavía, al género femenino.

Evidentemente, a nadie le amarga un dulce, en principio me halagó. El ego es así, nunca se cansa de los elogios. Es un yonki de los piropos. Pero luego, mi incansable mente analítica y racional empezó a detectar fallos en el concepto de "apañao" y acabó bajándole los humos a mi ego, que acabó quitándole hierro al asunto.

¿Por qué es "apañao" un hombre cuando cuida de su progenie, o cocina, o limpia? A mí nunca me han dicho que mi mujer es "apañá" por ese tipo de actividades. Parece que, a pesar de que estamos ya bien metidos en el siglo XXI, y de que ya nos estamos acostumbrando a ver ministras, presidentas y directivas, todavía se asocian las actividades del hogar o de cuidados a las mujeres. Si un hombre las realiza, resulta que es un "apañao", porque está haciendo algo que, a priori, no le corresponde.

Vamos a ver, dejemos las cosas claras. A mi hija la cuido, no por ayudar a mi mujer, sino porque es mi responsabilidad, igual que la de ella. Cocino porque, aparte de que me gusta, tengo que hacerlo, igualito que mi mujer. No vamos a morir de hambre, ¿no? Y a mí me han enseñado a hacerme mis cosas. Y lo mismo pasa con la limpieza.

Está claro que los primeros culpables de esta situación son los hombres que no asumen sus responsabilidades y no son partícipes de las labores del hogar y de cuidar a quien les corresponde. Pero muchas mujeres, y no precisamente de edad provecta, siguen asumiendo, con total naturalidad, su papel tradicional y realizan todas las tareas del hogar y se responsabilizan del cuidado de los niños. Tengo amigas y familiares féminas que, cuando nos ofrecen ropa para la niña se dirigen siempre a mi mujer, dando por hecho que es ella la que se encarga de estos temas. Si llevamos algo de comer a una cena, asumen que es ella la que lo ha cocinado. Y así podría seguir infinitamente.

Nuestra sociedad, mujeres y hombres, sigue asumiendo que los roles de cada sexo siguen siendo, más o menos, los que tenían nuestros padres. El hombre trabaja fuera. La mujer se encarga de la casa. Con el agravante de que la mujer, eso sí es distinto, ahora también trabaja fuera. Así que se convierte en una superheroína que con todo puede. Y nuestros gobernantes no ayudan, precisamente. El embarazo, por ejemplo, se ve como un bache, un molesto evento que interrumpe la carrera profesional de las mujeres. Soraya Sáenz de Santamaría volvió al trabajo a los diez días de haber parido. Susana Díaz tuvo que dar mil explicaciones por cogerse algo más de seis semanas y compartir el resto de la baja con su marido. Para los que no se han enterado todavía, una sociedad sin niños no tiene futuro. Y hasta donde yo sé, la única manera de conseguirlos es mediante los embarazos.

Nos queda todavía un largo camino por recorrer hasta llegar a la igualdad de derechos y deberes entre hombres y mujeres. En el cuento que mi niña me pide que le lea toooodas las noches, que es bastante modernito, se supone, sale una guardería donde todas, absolutamente todas las docentes son mujeres. En las tres principales rondas ciclistas del mundo siguen apareciendo las macizorras azafatas de turno cada vez que sube alguien al podio. A las mujeres que llegan arriba profesionalmente se les pregunta por la conciliación familiar. No así a los hombres.

En esta lucha tenemos que estar los hombres en primera línea, con las mujeres. A nuestros gobernantes les corresponde también, predicar con el ejemplo. Me gustaría ver a más ministras embarazadas, sin más problema, siguiendo con su trabajo con total naturalidad, cogiéndose la baja que haga falta. Y también me gustaría ver a las mujeres negándose a esos trabajos de figurines en los que se las usa de jarrones ornamentales. La igualdad es cosa de todos. Y de todas.

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