Parece que el regalo con que nos han querido obsequiar las Navidades los nuevos, aunque de antiguas maneras, políticos y flamantes diputados del partido morado, ha sido su patética e infantil pelea por el poder a través de los medios sociales, propia de un patio de colegio. Su pelea, aunque sostenida durante pocos días a golpe de mensajes de 140 caracteres no difiere tanto, en realidad, de la más analógica sucedida hace pocos meses en las turbulentas aguas socialistas de la calle Ferraz. Tampoco de la forma en que, finalmente, Garzón asaltó el poder en el reino comunista. Pero es la última, y a mí me está amargando las fiestas.
Cuando, hace ya más de cinco años, tuvo lugar el 15-M, muchos albergamos alguna esperanza de cambio, aunque con reticencias. Pensamos, en realidad, que aquéllo se diluiría en la vorágine del día a día. Y de hecho es lo que parecía haber ocurrido hasta que, en 2.014, apareció Podemos. Y ahí sí que pareció verse algo de luz al final del tunel, cuando vimos cómo la pelota morada iba engordando en cada votación, mientras los partidos tradicionales ladraban y arengaban a sus tropas con discursos catastróficos. Tenían miedo, y pensamos que era posible. Que podíamos cambiar esta sociedad asquerosamente individual y capitalista.
Pero parece que no va a ser posible. Parece que van a seguir ganando los de siempre. Bueno, los que van ganando últimamente. Y no sólo en España. También en Europa y al otro lado del charco. Los de Podemos, junto con Izquierda Unida y las Confluencias, consiguieron meterse en el Congreso, donde pegaron un bocado de, nada más y nada menos, 71 diputados. Un buen bocado. Pero parece que, después del esfuerzo realizado y de lo conseguido, no saben qué hacer con ello. Y, hasta donde yo sé, en el Parlamento, principalmente, se aprueban leyes. De nada nos vale que lleven bebés para reclamar la conciliación familiar. Ni que repartan libros sobre Derechos Humanos. Ni que se ausenten cuando no están de acuerdo con algo. De nada nos sirve todo esto si no legislan. Porque, al final, todo esto va de leyes. Que mejoran o empeoran la vida de sus votantes.
El partido morado ha conseguido, aunque no parece consciente de ello, lo más difícil. Ha entrado en las instituciones, dando un fuerte golpe en la polvorienta mesa del bipartidismo. Ha puesto en la primera línea del debate político temas hasta ahora desaparecidos como los desahucios, la pobreza energética o el salario mínimo. Pero parecen perdidos, asustados ante la responsabilidad de gobernar. O de hacer oposición. España, Europa, el mundo, necesita que vuelva la socialdemocracia. Con fuerza, con energía, con ideas. Porque, hasta la fecha, ha sido la única política, la socialdemócrata, capaz de contener la desbocada ambición, la infinita avaricia del capitalismo más depredador que nos gobierna. La única capaz de repartir la riqueza de una forma más o menos justa. Y desde luego, si la nueva socialdemocracia es el Podemos de los debates a golpe de tuit, lo tenemos crudo.
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