jueves, 9 de marzo de 2017

Tila para todos



Vivimos tiempos de pieles finas y respuestas gruesas. La sociedad española tiene fama de sectarista, respondona, de extremos, y me temo que, en esta ocasión, el tópico es más real de lo que me gustaría. Lo vemos todos los días en la política, en los campos de fútbol, en reuniones familiares… Si se junta gente de ideologías, equipos de fútbol o regiones distintas, se monta el pollo y nos liamos a garrotazos. Somos muy respetuosos y tolerantes de boquilla, pero de ofensa rápida en la realidad. Nuestro orgullo, nuestro amor propio son heridos heridos a la velocidad de la luz.

En los últimos días lo hemos podido ver con el asunto del autobús de "Hazte Oír" y el transgresivo espectáculo del ganador del carnaval de Las Palmas de Gran Canaria, un par de actuaciones que han ofendido a propios y a extraños. ¿La solución patria? Denunciar, prohibir, insultar. Los dos sucesos, inofensivos, por otra parte, sin consecuencias graves, están en nuestras conversaciones, copan titulares de periódicos, llenan tertulias de personajes pagados de todo, opinadores profesionales de lo que sea menester.

Foto: José Luis Roca
Foto: José Luis Roca
 Vaya por delante que me parece lamentable e inapropiado el mensaje del vehículo naranja patrocinado por la organización ultracatólica “Hazte Oír”. Por otro lado, no entiendo qué quería conseguir el tipo del carnaval, vistiéndose de virgen y de cristo a ritmo de música electrónica. Y puedo entender que los colectivos LGTB se ofendan con la arenga de los que se dicen católicos, más cuando se meten en camisa de once varas, intentando adoctrinar a menores. Y también puedo entender a los creyentes, aunque no lo soy, cuando ven cómo se mofan y desvirtúan símbolos de su fe. Pero creo que de eso trata la libertad de expresión, de que cada uno pueda expresar su opinión de forma libre y abierta. Aunque haya gente que se ofenda.

¿Dónde está el límite? Es difícil de definir, pero llevar a la ley cosas tan etéreas como el honor o el sentimiento religioso no es, ni mucho menos objetivo, ni tampoco cuantificable. Quizás la línea roja podría ponerse en incitaciones directas a la violencia o a la comisión de algún tipo de delito. Si la solución fuera prohibir cualquier mensaje ofensivo para algún colectivo, desaparecerían los cómicos, los monologuistas, el teatro transgresivo, el humor. Gente como Tip y Coll, Eugenio, Martes y 13, Gila, no habrían podido desarrollar su creatividad y hacernos pasar los buenos ratos que pasamos con ellos. Muchos libros y obras de teatro no podrían haberse escrito. Programas de televisión como La Bola de Cristal no habrían existido.

Contaba Maruja Mallo, pintora de la Generación del 27, que ella y otros integrantes del grupo, entre los que estaban Federico García Lorca, Dalí y Margarita Mansó, decidieron quitarse un día el sombrero, que les parecía que con él estaban congestionando ideas. Al pasar por la Puerta del Sol, empezaron a lanzarles piedras, llamándoles de todo. Hasta les llamaron maricones, por no llevar sombrero, prenda que, en aquella época debían llevar las "personas de bien".

Y esto me da que pensar. La España de 2.017 no es tan distinta de la de hace 90 años. Al distinto, al que piensa de otra manera, al que sigue a otro equipo de fútbol se le insulta, se le difama, se le prohíbe. Y no es cosa de la derecha o la izquierda. Se da a ambos lados ideológicos. En todos los ámbitos. En todos los sectores de la sociedad.

La democracia, la libertad de expresión consisten en, entre otras muchas cosas, que tenemos que aceptar al otro, convivir con su ideología, aunque sea contraria a la nuestra, con la principal premisa del respeto. En este sentido, me encantó la reacción de Irene Villa, víctima de un atentado de ETA hace ya bastantes años, ante el desafortunado tuit del dimitido concejal de Ahora Madrid Guillermo Zapata en el que se reía de su condición de discapacitada con un chiste de mal gusto. Al verbo grueso y de mal gusto de Zapata contestó con humor e ironía, quitándole “hierro”. Un ejemplo a seguir.

Si fuéramos una pareja, o una familia, tendríamos la opción de separarnos o irnos de casa. Pero como sociedad, no nos queda más remedio que hablar, debatir y acordar para poder seguir conviviendo. Con el garrotazo, el insulto y la prohibición, no llegaremos a ningún sitio. ¿Seremos capaces algún día de conseguirlo? Soñar es posible. Mientras tanto, nos deberíamos todos tomar unas tilitas, para calmar los ánimos.

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