miércoles, 29 de marzo de 2017

El bicho

Pocas semanas a. SD. (antes de Susana Díaz) recibí la noticia de que a un buen amigo le habían detectado un cáncer. O "el bicho", como lo llama una compañera de El Grifo. Gracias a quien sea, ha tenido suerte y se lo han detectado a tiempo, así que en breve lo tendremos otra vez al cien por cien, y podremos seguir disfrutando de su estupendo chocolate a la taza. 

El caso es que todo esto me ha traído recuerdos. Me ha hecho recordar lo que pasamos en mi familia con el cáncer que le detectaron a mi padre hace ahora dos años. La situación era bien distinta. Mi padre tenía 79 años y llegaron tarde, ya no había nada que hacer. Así que, tras tres semanas en la Clínica de Santa Isabel, en las que consiguieron estabilizarlo y darle un mínimo de calidad de vida, lo mandaron a casa, donde tuvimos la suerte de poder cuidar de él, entre la familia y los amigos, hasta que murió, en calma, en su habitación y rodeado de los suyos. Sí, he dicho suerte, porque para mí fue un privilegio poder devolverle una ínfima parte de lo que él había hecho por mí a lo largo de su vida.

Y dentro de los recuerdos que me ha removido lo del "bicho" de mi amigo, y es a lo que voy, está el comportamiento de la gente ante este tipo de enfermedades. En mi caso, aparte de mi familia, y amigos que puedo contar con los dedos de una mano, la gente no apareció. Supongo que es difícil saber qué hacer ante este tipo de situaciones, y mucha gente no sabe cómo reaccionar, manteniéndose en un segundo o tercer plano. Así que les voy a intentar ayudar, para que sepan lo que se necesita en esos momentos.

La enfermedad, para empezar, no es contagiosa, así que acercarse por el hospital, si hay ingreso, puede ser una buena primera opción. El afectado y su familia, necesitan, básicamente, que les acompañen. El bicho te monta en una montaña rusa en la que hay días buenos, días regulares y días en los que lo mandarías todo a tomar por culo. Habrá días en los que lo mejor será dejarlos solos. Pero, en general, la compañía es buena. Un café, una llamada, una charla de fútbol. Todo vale.

Me acuerdo de cómo nos sentimos arropados por la familia y los amigos. Cómo un viejo amigo de mi padre venía a verlo todos los días. Le traía libros. Charlaba con él. Cómo algunos vecinos, buenos amigos, traían comida. La estupenda pasta de Pilar, en tupper gigante. El riquísimo flan casero de Elisa. Cómo nos alegraba sentirnos cuidados. Qué bien nos venía no tener que cocinar. La gente que se ofrecía para quedarse con nuestra niña. Las titubeantes llamadas de aliento. Todo valía.

Vivimos en una sociedad en la que la enfermedad y la muerte se tapan, se ocultan, se han desterrado de nuestras vidas. Como si no formaran parte de ella. Qué estupidez. A muchos, más de los que creemos, les tocará una enfermedad jodida. Algunos morirán. Otros, como mi amigo, lo superarán. Pero, ante esas situaciones, la familia, los amigos, tienen que dar un paso al frente y estar ahí, para lo que sea. Para echar un rato. Para servir de apoyo. Para aguantar un enfado.

El otro día me enteré de que, en algunos países de mayoría musulmana, se da por bueno un divorcio cuando el hombre lo deja por escrito. Y parece ser que se están haciendo hasta por whatsapp. Mucha gente, yo el primero, está dejando las felicitaciones, las enhorabuenas, las condolencias, para el whatsapp. Es más cómodo, aséptico. No mancha. No huele. Y no, la vida no es así. La vida puede ser preciosa. La vida huele, y también mancha y duele. Y en esos momentos en que a una familia le toca el bicho, hay que estar ahí, acompañando, pero físicamente, a ser posible. No lo olvidéis. Y mucho ánimo, chocolatero, que esto está superao.

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