viernes, 9 de junio de 2017

El rey desnudo

Así es como se conoce también uno de los cuentos más famosos de Hans Christian Andersen, "El traje nuevo del emperador". ¿Os acordáis? En esta fábula, unos estafadores convencen al emperador de que lleve un traje que ellos han confeccionado con un tejido que es invisible para personas incapaces y estúpidas. Él, incapaz de admitir que no lo puede ver, por no parecer mentecato, les sigue la corriente y termina desfilando delante de todos sus súbditos como su madre lo trajo al mundo. Al final, todos dicen ver el susodicho traje, temerosos de llevarle la contraria a su emperador, excepto un niño, que termina diciendo "¡Pero si va desnudo!".

Pues hoy voy a ser yo ese niño para hablar de esa romería cuyos rescoldos todavía crepitan, tras esa semana larga en la que, día sí, día también, los que no tenemos la "fortuna" de disfrutar de tan mariano evento, sufrimos sus consecuencias: cohetes a horas intempestivas, cortes de carreteras, basura en los caminos... El motivo por el que me meto en este jardín es un artículo con el que me he topado de casualidad en el que su autor, del que no sé absolutamente nada, arremete contra un reportaje de una cadena de televisión de poco más de un minuto de duración en el que se habla, en tono irónico y crítico, de esta multitudinaria romería. ¿O deberíamos decir gran juerga?


Desde los 4 años vivo en el Aljarafe, comarca rociera donde las haya, así que he convivido todos los años con el Rocío y los rocieros. Nunca he hecho la romería, vaya esto por delante, así que supongo que si algún rociero lee este humilde artículo dira que no tengo ni idea, terminando su discurso con el manoseado "el Rocío hay que vivirlo, no se puede explicar". Y estará en lo cierto, aunque sí que lo he vivido a trozos, lo suficiente como para hacerme una idea bastante completa del asunto.

Durante muchos años asistí con ilusión a la salida de las carretas de mi pueblo, declarada de Interés Turístico Regional, toma ya, y que apareció en un número de la famosa revista National Geographic, la del rectángulo amarillo. Era un espectáculo vistoso, lleno de color, olor, música. Algo primitivo, como de otra época, con un ambiente de comunidad y convivencia que ahora recuerdo con algo de nostalgia. La comitiva de peregrinos no era, ni mucho menos, tan multitudinaria como ahora. Los vehículos a motor no eran tan mayoritarios, y los bueyes tenían su protagonismo. Te pasabas el día yendo de una carreta a otra, comiendo y bebiendo en un ambiente festivo y de convivencia.

Con el paso de los años, fuí viendo cómo la cosa iba cambiando. Y mi opinión sobre la romería también. En algunas paradas a las que fuí ví cómo, ya en plena noche, rezaban cuatro romeros y medio delante del Simpecado, antes de irse a dormir, mientras el resto llenaba el buche con caldereta de venao, pringá y botellines de cerveza a granel. Otro año me llegué el fin de semana a la aldea, con una amiga, donde pude ver a un montón de gente borracha, de juerga, que parecían haberse olvidado de la Virgen, que permanecía temerosa y atónita en la ermita, sola y abandonada. Nos abrieron las puertas de una casa, unos desconocidos, cuando vieron a mi amiga, que no era precisamente un patito feo. A mí, no me hicieron ni puñetero caso. "Esta será la famosa hospitalidad rociera", pensé.

El autor del artículo mencionado critica a los creadores del reportaje. Los llama "resentidos" y habla de "manipulación" y "difamación". Y los califica de "personajes que lo tienen todo para arrasar nuestra fe". Y lo más curioso, tras esa batería de improperios habla de "intolerancia", "rencor" y "odio". Las imágenes que vemos año tras año, del salto de la reja no están manipuladas y nos muestran a un grupo de gente que, exaltada por un sentimiento de ¿fe?, manejan la figura de la Virgen a la que dicen venerar como si fuera un saco de patatas.

No dudo de que hay muchísima gente que siente el Rocío con fe y devoción, y respeto, cómo no, sus creencias, faltaría más. Incluso me dieron, en su momento, hasta algo de envidia, porque tiene que ser una vivencia irrepetible hacer el camino con ese sentimiento en un entorno tan espectacular como el Parque de Doñana. Pero hay una gran parte de los "romeros" que van a lo que van, a la juerga, a "jartarse". Lo de la fe se ve poco, cada año menos. ¿Es fe no compartir la Virgen con la gente que no es de Almonte? ¿Es fe dar la espalda a las hermandades que han "ofendido" de alguna manera a la matriz? El padre de un amigo mío, devoto rociero, no va a la romería. Dice que la Virgen está allí todo el año, que no tiene por qué ir a verla con toda la marabunta. Y lleva toda la razón.

Que en pleno siglo XXI la juerga colectiva en que se ha convertido el Rocío, patrocinada por la Iglesia y subvencionada por las administraciones, paralice durante casi una semana varias comarcas, dificultando la vida de aquellos que no comulgamos con las ruedas de este molino, no es de recibo. Pero vivimos en una tierra en la que si no te gusta la Feria, eres un soso. Si no te gusta la Semana Santa, un ateo. Y si no te gusta el Rocío y lo criticas, te cae un artículo como el ya mentado. Es la doctrina oficial del andalucismo dominante.

Desde hace tiempo me pregunto qué pasaría si se prohibiera el alcohol en el Rocío. O el jamón. O las gambas. O si se prohibiera el uso de vehículos a motor. ¿Cuánta gente seguiría yendo a la aldea a ver a la Virgen? No sé quizás lo sepan los diez caballos que han muerto durante la romería este año. O el buey de la Hermandad de Triana, también muerto. Lástima que no podamos pregúntarselo.

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