martes, 7 de febrero de 2012

Palabras

Cuando era más joven y peinaba más pelo y menos canas tendía a tener mucha fe en las palabras, en su significado. Me tomaba bastante en serio todo lo que me decían. Si un amigo me decía que me iba a llamar por la tarde, me tiraba toda la tarde pendiente del teléfono. Si alguien me decía "a ver si nos vemos este fin de semana", contaba con ello y no organizaba nada alternativo, por no fallar. Si quedaba con alguien a las diez, allí me plantaba, a las diez en punto. Poco a poco, con el paso de los años, me he ido dando cuenta de que es muy posible que ese amigo termine no llamando, de que ese alguien no quede conmigo en todo el fin de semana y de que lo más probable es que ni a las diez, ni a las diez y cuarto ni a las diez y media haya nadie.

Vivimos en un país, sobre todo en su mitad Sur, en el que la palabra ha pasado a tener una función más de adorno que de otra cosa. Hoy en día la utilizamos para aparentar que somos puntuales, que nos acordamos de los amigos, que somos de izquierdas o de derechas... sin importarnos que luego los hechos desmientan nuestros dichos. Por aquí por mi tierra, por Andalucía, hay mil ejemplos. "A ver si nos vemos" puede significar "lo más seguro es que no te llame en años". "Luego te llamo" se puede traducir en un "tengo que hacer mil cosas y si me queda algo de tiempo a lo mejor te llamo, si eso". "Quedamos de nueve a nueve y media" se convertirá, seguramente, en "bufff, no creo que llegue antes de las diez".

Muchos políticos y gobernantes parecen expertos en este atraco colectivo al significado de las palabras, convirtiéndose en auténticos fieras del dondedijedigodigodieguismo. Nuestro actual y mariano presidente dijo que no iba a subir los impuestos y es lo primero que ha hecho en cuantito ha llegado al trono del poder. El exexcelentísimo y despilfarrador exalcalde capitalino y actual Ministro de Justicia califica de progresista el volver a una ley de 1985 que limita la decisión de las mujeres sobre sus actos. El iluminado presidente anterior negó la existencia de la crisis hasta que ésta le estalló en la cara. La automovilística alcaldesa de Valencia se querelló contra un periódico por decir que aceptaba bolsos de lujo como regalo y ha acabado reconociéndolo como si la cosa no fuera con ella. El partido que se autodefine como de los obreros celebra su último congreso en un hotel de cinco estrellas, a todo confort.

Y con los móviles esto no ha hecho más que empeorar. Expresiones como "estoy saliendo", "llego en cinco minutos", "no me llegó tu sms", "no ví tu llamada", se han convertido en habituales habitantes de nuestras conversaciones, aceptadas por todos como carentes de significado, como una manera cómoda y fácil de hacer mutis por el foro ante el incumplimiento de la palabra dada.

Me acuerdo mucho de una vez que mi padre me dijo que el lenguaje es el sistema de comunicación menos imperfecto que conocemos, y que, por tanto, tiene sus limitaciones. Si nos dedicamos a dejarlo sin significado, a desvestir a las palabras de su verdadero contenido, será difícil que lleguemos a entendernos y a tomarnos en serio. Todo esto hace que la sociedad en que vivimos sea más desconfiada, menos responsable, más egoísta. Estaría bien que recuperáramos las palabras en todo su significado. Que llamáramos después de un "luego te llamo". Que llegáramos a las diez si hemos quedado a esa hora. Que nos viéramos si hemos dicho "a ver si nos vemos". Viviríamos, entonces, en un mundo mucho mejor que éste.


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