miércoles, 23 de marzo de 2016

La Semana Santa que yo querría

Para mí la Semana Santa es una semana de sentimientos encontrados. En otra época de mi vida me gustó bastante, iba casi todos los días, tenía mis hermandades preferidas, mis sitios para ver los pasos, no faltaba a la Madrugá... Incluso fuí hermano de los Estudiantes, aunque por poco tiempo. Me pilló justo en una crisis existencial en la que deje de creer en Dios y lo dejé.

Me sigue gustando, algo, pero mucho menos que antes. Me da la sensación de que ha perdido autenticidad, como todo lo que se pone de moda. No me creo que haya tanta gente devota, creyente y admiradora de este espectáculo único en esta Europa moderna y ordenada. Parece que muchos abarrotan las calles por estar donde hay que estar. Sobre todo en la Madrugá. Supongo que, además, el fomento por parte de las autoridades, de todo color, de algo que, en su origen, provenía del pueblo, no ha hecho más que multiplicar el efecto. El machaqueo cofrade constante de los medios, escritos, radiados y televisados, hace que sea casi imposible abstraerse de esta Semana de Pasión a la gente que es ajena a este teatro callejero que parece inundarlo todo en estos ocho días. No sé, quizás se esté creando una burbuja semanasantera ante nuestras narices. Lo mismo explota, como la de Lehman Brothers de hace ocho años.

De la Semana Santa me sigue gustando el alucinante espectáculo de imagen y sonido, aliñado con el embriagador olor del incienso, que se produce en la calle todos los años, cuando llega la primavera. Me parece una simpática locura colectiva ésta de sacar obras de arte, casi siempre barroco, muchas de incalculable valor, a la calle, como para darles un paseo para que disfruten por un día de una ciudad que, en esta época, está espectacular. Me encanta que sea algo organizado por la gente, que nace del pueblo, que pone a muchas personas a trabajar en algo que les obliga a colaborar, a compartir, a convivir. Me fascina ver cómo, durante ocho días, muchas calles de Sevilla son conquistadas por los peatones y por los valientes o temerarios locos, según se mire, que van debajo de los pasos, soportando de media entre 50 y 70 kgs de peso, apropiándose de un espacio que el resto del año pertenece a los coches. Me entusiasma el respeto con que todavía, aunque cada vez menos, se comporta la gente ante el paso de las cofradías. Me divierte la "irreverencia" de bailar los pasos al son de la música de las bandas, algo que se vive con naturalidad por estas latitudes, pero que, para un foráneo, no deja de ser alucinante. Me encanta que, en estos tiempos de lo digital, de las leyes para todo, del orden general, exista algo primitivo, en el mejor sentido de la palabra, que apela a nuestros sentimientos más ancestrales, que nos saca un poco de nuestro, a veces aburrido, europeismo.

Pero también hay muchas cosas que no me gustan. La Semana Santa tendría que ser no sólo para todos, sino de todos. Tendría que haber mujeres por todas partes, y no sólo vistiendo o poniendo flores en los pasos. Mujeres hermanas mayores, decidiendo si la hermandad sale o no ante el riesgo de lluvia. Mujeres costaleras soportando los kilos del paso con sus femeninas vértebras que, hasta donde yo sé, son tan válidas como las masculinas. Mujeres nazarenas con sus cirios. Me gustaría que las hermandades trabajaran juntas, que no hubiera más que sanas rivalidades. He visto peleas lamentables, a grito pelado, en plena madrugá para ver quién cedía el paso a quién en la Campana. Querría ver a toda esta gente devota y fervorosa que abarrota las calles estos días en las manifestaciones de protesta por el trato a los refugiados por parte de Europa, donde van normalmente cuatro gatos. Me encantaría ver cómo toda esta energía colectiva que mueve la Semana Santa se mantiene durante todo el año, luchando por lo que se supone defendía Jesús: la justicia, la igualdad, el amor al prójimo. Esta es la Semana Santa que yo querría.

Procesión en Torreblanca. Fernando Ruso.

No creo que toda la gente o que todas las hermandades que participan en la Semana Santa sean iguales. Las hay más y menos generosas, más o menos solidarias. Como ejemplo, la de Torreblanca, un modelo de buen hacer y de trabajo por su barrio. Pero siempre pienso, cuando llega esta época y veo a mucha gente rasgándose las vestiduras, mostrando sus mejores lágrimas porque su hermandad no sale por la lluvia, en qué haría Jesús al verlo. No soy creyente, pero, como admiro y conozco algo la figura de Jesús, existiera o no, estoy seguro de que no le gustaría nada esta adoración y deificación de tallas de madera cubiertas y rodeadas de oro y plata. Este entronamiento de la madre de Dios, con coronaciones y medallas incluídas. Supongo que le darían ganas de sacar el látigo, como hizo en el Templo para echar a los mercaderes.





No hay comentarios:

Publicar un comentario